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Icod el Alto, el barrio de Los Realejos que en agosto se tiñe de oro

Tomás Alonso es uno de los agricultores de Icod el Alto que desde muy joven se dedica a cosechar trigo, que rota con otros cultivos para velar por la buena salud de la tierra
Tomás Alonso León, vicepresidente de ACETE (Asociación del Cereal de Tenerife). Foto: Fran Pallero

Cuando llega el verano, y en concreto el mes de agosto, hay un barrio en Los Realejos que se tiñe de oro por el color que toman sus campos y es inevitable que sus habitantes viajen al pasado y recuerden la siega, ese trabajo manual que se hacía antaño para recoger el trigo y otros cereales como la cebada, la avena o el centeno, y que todavía añoran muchos agricultores porque era una fiesta pese al gran esfuerzo que suponía.
Por fortuna, la tecnología le ha ganado el pulso a la hoz y la guadaña y ha dotado al campo de maquinaria que facilitan al sector su trabajo.

En Icod el Alto todavía son muchas las personas -familias enteras- que se dedican al cultivo del trigo, del que existe una gran variedad (marsello, colorado, raposo o jallado) aunque el que predomina es el trigo barbilla, de gran rusticidad y que produce tanto grano como paja de buena calidad.

Este mes es clave porque se recoge y se guarda la semilla para sembrarla entre enero y febrero. El siguiente paso es preparar la tierra para que esté libre de malas hierbas porque éstas se comen el trigo.

Los Realejos produce más del 50% del cereal de la Isla y de los 120 agricultores del Norte que están integrados en ACETE (Asociación del Cereal de Tenerife), 90 pertenecen a este municipio y en su mayoría a este núcleo, también conocido como Icod de los Trigos gracias a la supremacía de este cultivo.

Tomás Alonso León es uno de ellos, además de ser el vicepresidente de la citada asociación a la que el Cabildo le cede las maquinarias para la limpieza, la recogida y el empaque del grano, que contribuyen a mejorar su trabajo.

Lleva casi un cuarto de siglo dedicado a la agricultura. Con 16 años se fue al Sur de la Isla a trabajar en los tomates y a los 18 ya quería comprarse su tractor. Fue al cuartel, hizo la mili y la empresa en la que trabajaba le dio la posibilidad de adquirir uno y no lo dudó.

Cuando se lo contó a su padre y a su madre, éstos pensaron que “se había vuelto loco”. En ese momento “no lo vieron”, pero Tomás les ha demostrado con el paso de los años “que no estaba tan loco”, que en realidad estaba haciendo lo que quería. “Si naciera otra vez volvería a dedicarme a lo mismo, a trabajar la tierra. Ha sido el único trabajo que he tenido en toda mi vida y es el que quiero seguir haciendo siempre”, confiesa.
Su padre era constructor, nunca se dedicó a la agricultura de manera profesional. En su casa siempre ha “habido cabras, alguna verdurita” y se cultivaban papas “pero para llenar la cesta”. A diferencia de su progenitor, él prefiere la tierra al cemento.

Tomás viene de Los Alzados, una familia con raíces guanches, tal y como ha quedado demostrado a través de un estudio histórico, genético y etnográfico. De allí cree que viene su amor por la tierra, de la que siempre aprende algo de la mano de los agricultores. “Siempre he visto las fechas de siembra, de recogida, cómo trabajan las semillas, y me he ido empapando de todos ellos”, cuenta.

Cuando Icod el Alto comienza a teñirse de oro este joven agricultor no tiene descanso. No quiere saber nada de vacaciones ni de días libres. Luego, las disfruta como cualquier ciudadano. Lo paran por la calle para preguntarle si empiezan o no a cortar o cuándo puede pasar por su campo a recoger el grano. Él no se queja, todo lo contrario. Muestra orgulloso los sacos con los granos que recolectó y que tiene que entregar. Son días de mucho trabajo, tanto en sus terrenos como en los que él cuida, porque el trigo hay que recogerlo con temperatura.

La planta suele alcanzar los dos metros de altura aunque en esta zona su tamaño oscila entre un metro y medio y uno ochenta. El sereno que hubo en los últimos días la tira y la bota al suelo, por eso es importante recogerlo a tiempo.

Rotación de cultivos

La mayoría de los agricultores eligen el trigo como complemento al tomate, la papa, el millo o las hortalizas. “A diferencia de otros cereales, se usa como rotación de cultivos. Ante el problema tan grande que hay actualmente con las plagas, éste las ataja porque no dejan que cumplan su ciclo. Así, los agricultores de papa intercalan cada año la siembra de este tubérculo con la del trigo. De esta manera, también evitan usar un montón de productos fitosanitarios y se preserva la salud de la tierra”, explica Tomás.

Pero ningún campesino se dedica exclusivamente al trigo. El ‘oro de la tierra’ forma parte de un paisaje de gran belleza y al que nadie permanece indiferente, pero “no se paga ni se subvenciona como debería.

Mientras una hectárea de papa ronda cerca de los 3.000 euros, una de cereal está en 300. La diferencia es muy grande y por eso muchos no podemos permitirnos el lujo de dejar de sembrar papas por trigo sabiendo lo que va a mermar la subvención”.

Un mal aliado

Tomás aclara que a pesar de hacer lo que le gusta “no pretende ser rico, pero tampoco un desgraciado”. Prueba de ello es que ha sobrevivido a tres crisis trabajando en el campo, la de 1994, la de 2099 y la actual, y tiene claro que quiere seguir haciéndolo, pese a que su trabajo, además de mucho sacrificio, depende de factores externos como el clima. En este sentido, el cambio climático no es precisamente un buen aliado. “Ya no llueve como antes y en épocas señaladas, como al final del verano, que son necesarias”.

Como ejemplo, cuenta que antes las papas se plantaban en septiembre y en los últimos años ello resulta imposible debido a las altas temperaturas.

Tomás dice orgulloso que el próximo año cumplirá un cuarto de siglo como agricultor. “25 años viviendo del campo y muy feliz”. No sabe todavía cómo lo va a celebrar, todo dependerá de la pandemia. “Pero una comidita con amigos y la familia, habrá seguro”, subraya.

La siega tradicional: un esperado viaje en el tiempo

Hay un día en Icod el Alto que todo el pueblo espera: el de la siega tradicional. Es el segundo domingo de agosto y los agricultores realizan las labores manuales en el campo para recordar cómo se recogía antaño el cereal, una tarea que era muy laboriosa. Un rescate etnográfico de la cultura tradicional de Tenerife al siempre se le dedica un día para no perder la tradición, en torno al cual se une toda la familia y se implica todo el pueblo, más allá de dedicarse o no a la agricultura. “La siega es una fiesta y es nostalgia, porque es lo que se lleva haciendo desde hace más de 500 años. Es un día muy bonito, es como viajar en el tiempo. Las mujeres llegan con los balayos de comida, te echas una cucharadita de gofio con azúcar que luego lo bajas con el vino y pasas el rato”, cuenta Tomás con cierta pena. La misma que comparten muchos vecinos ya que por segundo año consecutivo la Covid-19 impidió que ese día sea la fiesta que todos esperan y hubo que conformarse con un acto simbólico y un reportaje audiovisual que se emitió por las redes sociales para seguir manteniendo viva la esencia.

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