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Iván Chirivella, el canario que enseñó a pilotar a dos terroristas del 11-S

Trabajaba en una academia de aviación y, accidentalmente, acabó siendo interrogado por el FBI al haber instruido a los hombres que estrellaron sendos Boeing 767 contra las Torres Gemelas
El vuelo 175 de United Airlines, segundos antes de estrellarse contra la segunda de las Torres Gemelas, la Sur, con Marwan Al Sehhi a los mandos; en la miniatura, el piloto canario Iván Chirivella | DA

Hay momentos que, por mucho que se quiera, no se olvidan nunca, y los atentados ocurridos el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, con la caída de las Torres Gemelas del World Trade Center como consecuencia de un ataque terrorista múltiple, continúan ocupando un lugar destacado en la memoria colectiva 20 años después. A veces en forma de imágenes, como las densas columnas de humo negro que se veían desde todo Manhattan; para otros, resultará más sencillo escuchar en su cabeza la afamada frase de Matías Prats durante la retransmisión en directo en los informativos de Antena 3: “Ha caído la segunda torre, Ricardo”. Y, a pesar de que solo se tiene constancia de una víctima de nacionalidad española, Silvia San Pío, no es menos reseñable que hubo un canario que desempeño, de manera accidental, un papel clave para que se desarrollaran los acontecimientos de esa manera, tal y como recoge en su libro Cómplice Inocente (Martínez Roca, 2003): el instructor de vuelo Iván Chirivella.

Nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1976, Chirivella ha consagrado toda su vida a los aviones, hasta el punto de que, una vez se formó como piloto, se quedó al otro lado del Charco, en Estados Unidos, donde tenía buenas oportunidades de empleo y pensaba residir durante una larga temporada; no se planteaba regresar a España. En 2001, compatibilizaba sus rutas comerciales con labores docentes como instructor en la academia Jones Aviation, situada en el estado de Florida. La mañana del 11-S se enteró del atentado por televisión. No sabía que su vida daría un vuelco, como la mayoría de los ciudadanos de Occidente, que tampoco eran conscientes de los cambios que se avecinaban no solo en cuanto a geopolítica, sino a seguridad aérea. No obstante, el punto de no retorno -término habitualmente empleado en la jerga aérea- tuvo lugar cuando sonó el teléfono de su casa, poco después de que se estrellara el primer aparato contra la Torre Norte del WTC.

En el otro extremo del hilo comunicativo estaban sus compañeros de la Jones Aviation. “Me dijeron que el FBI estaba mirando mis archivos, concretamente los de Mohamed Atta y Marwan Al Shehhi, de los que no se había dicho nada en la televisión, y que querían hablar conmigo. Les dije que les dieran mi teléfono y que me llamaran”, confesaba dos años después del suceso, en la presentación del libro en el que recopiló, con ayuda de la periodista Alicia Mederos, sus experiencias en torno al trágico incidente. Y es que esos dos nombres, que en un inicio no significaban nada para la sociedad americana, se convirtieron, tras las primeras pesquisas de las autoridades, en los enemigos números uno del mundo entero: se les atribuye haber estado a los mandos del vuelo 11 de American Airlines y del 175 de United Airlines, respectivamente, que impactaron contra las torres Norte y Sur entre las 08.46 y las 09.02 de aquella fatídica jornada. Ya los efectivos del cuerpo federal estadounidense habían señalado a ambos sujetos como integrantes de una organización terrorista, solo faltaba saber quiénes más estaban involucrados en la planificación de los atentados. Y el isleño Chirivella entró en las quinielas, no en vano, les había enseñado a pilotar. “Me quedé bastante helado”, llegó a admitir en referencia al momento en que le comunicaron que eran los autores del ataque.

Para él, se trataba de “individuos normales” a los que no había apreciado conductas anómalas. Es más, asegura que “nunca dijeron nada malo sobre Estados Unidos”, si bien “eran personas muy religiosas que nunca podían llegar tarde a sus rezos”. Por ello se sintió culpable durante algún tiempo, al haber pecado de ingenuo, “pero luego te tranquilizas y te das cuenta de que no eras más culpable que cualquier persona en el mundo, porque tenemos el mundo que queremos”. No podía saber que instruía a dos fundamentalistas aunque, con la perspectiva que otorga el tiempo transcurrido, empezó a ver con otros ojos algunos detalles sobre la personalidad de Atta y Al Shehhi, como el motivo por el que fueron expulsados definitivamente de la academia: “Mohamed tenía comportamientos que no eran aceptables, sobre todo con las mujeres”. “Un día llegamos de dar clase y, al firmar el parte de vuelo, Mohamed fue a firmar por los dos y la secretaria le dijo que no podía hacerlo; él se alteró mucho y le dijo que ella no podía decirle nada porque era una mujer”, relató. Anteriormente, sus hábitos no desprendían nada fuera de lo habitual: “Volábamos cuatro horas al día, de lunes a sábado, y a veces comíamos o cenábamos juntos; momentos en los que repasábamos lo que habíamos dado”.

Cuando el FBI localizó el centro formativo en el que el egipcio y el saudí habían adquirido los conocimientos necesarios para manejar un Boeing 767, Iván Chirivella fue sometido a varios interrogatorios en los que se trató de exprimirle hasta el último recuerdo. Aun así, el canario quiso recalcar que el trato recibido siempre fue “muy correcto”. Los agentes “fueron formales y educados”, pero no pudo evitar sentir “miedo” en la primera sesión de preguntas, especialmente “por lo que estaba pasando en Guantánamo”, donde existía tanta opacidad sobre lo que hacían con los reos. Eso sí, “cuando empezaron a hablar me di cuenta de que no tenían nada contra mí, sino que solo querían corroborar el recorrido de los terroristas”, indicó el isleño.

LA VIDA ‘POST’

Si ya de por sí nada ha sido igual tras el 11-S y, en apenas unos meses, se experimentaron cambios a gran escala en la seguridad, la industria y la concepción de la fragilidad, a Chirivella le supuso una alteración brusca de rumbo. Años después de los atentados todavía desconoce por qué cuando fue a renovar su permiso de trabajo, que le facultaba para vivir en Estados Unidos, no se lo permitieron. Le rondaba un pensamiento: “No sé si es una coincidencia o una consecuencia”. Pasó, por tanto, de no pensar en volver a España, pues se había trasladado a la nación norteamericana con 12 años y había hecho buena parte de su vida allí, a verse abocado a retornar a sus orígenes. Sin embargo, prefirió verlo con positividad: “Todo en esta vida son experiencias y esta es bastante fuerte, de esas que contar a mis hijos y mis nietos”.

Con posterioridad a la publicación de Cómplice Inocente, el piloto continuó dedicándose a lo que le apasionaba. Al principio temió que el hecho de que su nombre se relacionara con lo ocurrido en las Torres Gemelas pudiera afectarle profesionalmente, pero no tardó en encontrar trabajo en una compañía con sede en Italia, para más adelante ser fichado por otra empresa relacionada con el sector de la aviación y, en 2009, entrar a formar parte del staff de Vueling; lugar en el que lleva justamente 12 años. Su vida parece vinculada inevitablemente a este número: fue la edad con la que se fue a EE.UU., el tiempo que permaneció allí hasta su marcha y el que hoy, dos décadas después del suceso, lleva en Vueling.

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