
Patzy Espert nació en Valencia en 1979. Nunca había pensado en ser modelo, pero medía 1,77 y un cazatalentos la vio por la calle a los 15 años y le propuso que se presentara al concurso de Smirnoff para jóvenes promesas. Ganó, claro. Desde ese momento supo que su destino era ser top model, aunque una chica de su edad, con la cabeza bien amueblada y un futuro por delante, tenía que dosificarse. Por eso estudió puericultura y siempre quiso tener una familia, para darle idéntico amor que ella había recibido de sus padres. Trabajó para la misma agencia que lo hicieron Judith Mascó, Nieves Álvarez, Martina Klein, Esther Cañadas, Verónica Blume; es decir, como Patzy, las mejores. Si ustedes entran en las redes, y no están al día en el mundo de la moda, se darán cuenta de quién es Patzy Espert. Hoy, desde Tenerife, felizmente casada con el exmodelo y diseñador José Acosta, cuidan de sus dos hijos y diseña para su firma, Soul and Style, prendas personalizadas de algodón reciclado, una parte de cuyo importe de las ventas va a parar a una ONG local. Los diseños de ropa y complementos son realmente originales. Patzy y su esposo siguen teniendo una idea muy clara de lo que quieren, pero tampoco olvidan lo que fueron en el mundo de la moda. Ninguno de los dos come carne, pero Patzy sí saborea la merluza a la vasca de Los Limoneros. Quiere engordar un poco, aunque su constitución no se lo permite.
-Me da que has vivido muy deprisa.
“Es lo que tiene este mundo. Con 17 años me fui sola a Osaka. Nunca había cogido un avión. Quería ayudar en casa, a la que siempre volvía tras el trabajo”.
-¿Qué es lo peor del mundo de las top models?
“La soledad”.
-¿Y lo mejor?
“Pues que a lo mejor estábamos viviendo cinco o seis modelos en un piso, venía la manager y nos decía: “Vámonos a comer a casa de un amigo”. Y resultaba que el amigo era Eros Ramazzotti. Y entonces yo me preguntaba, ¿pero qué hago yo aquí, comiendo en la casa de Eros Ramazzotti?”.
-¿Es peligroso para una mujer trabajar en este mundo?
“No, es como cada cual quiera vivirlo. Hay de todo. A mí jamás me ha ocurrido nada malo, nunca me obligaron a hacer nada que yo no quisiera. Siempre me respetaron”.
-¿Acoso?
“Algún caso conozco, pero no es la norma, ni muchísimo menos”.
-Has pasado modelos de los mejores creadores del mundo.
“He trabajado para Gucci, para Max Mara, para Cavalli muchos años, para Valentino en Roma y para Armani, que es un señor tanto profesional como personalmente”.
-¿Por qué dices eso de Armani?
“Por el amor que pone en su trabajo y por el trato. Una vez nos mandó a Sofía Loren al camerino para que la conociéramos y habláramos con ella. Imagínate, nosotras sacándonos fotos con la Loren. Giorgio Armani es un encanto”.
-¿Se gana mucho dinero en este mundillo?
“Yo lo gané. A los 23 años ya me había comprado un piso en Valencia. Llegué a vivir en tres países, en Italia, en Francia y en Alemania. Era de locos, porque sufres mucho el estrés de los viajes, los hoteles, los ensayos”.
-¿Se quedan ustedes con los modelos que pasan?
“Qué va. No nos regalan ni unos zapatos. Los estilistas son más generosos y algo te cae, pero los modistos venden esas prendas, no son para las modelos”.
(Esta noche, en Los Limoneros, Patzy luce una chaqueta rosa de seda, con más de diez años encima, que está impecable y que es un diseño de su esposo, José Acosta, tinerfeño, con el que se casó entre Valencia y Tenerife cuando Patzy tenía 34 años. Luego se fueron a China, después a Miami y ahora viven en la Isla, de la que Patzy está enamorada: “Del color, de la gente, de la seguridad, de poder pasear con el carrito de los niños por el medio de una calle peatonal, del campo de El Tanque, de donde procede José. Y, sobre todo, de la facilidad para estar con nuestras familias. A mi familia de Valencia, a mis padres, a mi hermana, por culpa de la pandemia, estuvimos dos años sin verlos. Este verano lo hemos conseguido por fin”).

-¿Hay algún secreto para triunfar en el mundo de las top models?
“Sí, algunos. Cuando triunfas con una marca se te abren muchas puertas. Cuando te contratan a un buen fotógrafo también tienes mucho terreno ganado”.
-Te habrán pasado cosas sobre la pasarela. ¿No?
“Un montón, pero se me ha puesto delante una especie de velo con el pasado y no recuerdo esas anécdotas. Tengo que hacer esfuerzos para que me vengan”.
-Pues procura hacerlo.
“Recuerdo una vez, en China, en un lugar enorme de moda que se llama 7-9-8, pasando modelos de Pierre Cardin, que allí supone todo un acontecimiento, no podía caminar bien y me quité los zapatos. Lo hice como la cosa más natural del mundo y cuando te arriesgas a un gesto así la gente siempre te aplaude. ¡Parecía que estaba preparado!”.
-Pues sí, la cosa tiene sus riesgos.
“Otra vez, en Milán, vacilé en el recorrido, casi me caigo, porque me habían untado toda de aceite para lucir moda de verano y los zapatos se me escapaban del pie. Me los quité, con el mismo resultado. Cuanto más natural seas, mucho mejor”.
-¿Dónde se encuentra hoy el epicentro de la moda?
“Sigue estando en Europa. París, Milán, pero por las ventas se está desplazando a los Estados Unidos y yo sospecho que acabará siendo Asia el centro de la moda en el mundo”.
-¿Cómo congenia una pareja de modelos, en una empresa de moda, trabajando juntos?
“José y yo estamos juntos las 24 horas del día. Pero hay un proverbio chino que dice que si te pareces mucho a tu pareja terminas encontrando el amor de tu vida. Es verdad. Te voy a contar algo muy personal: cuando nos dimos el primer beso, en Milán, después de conocernos, la cosa no pudo ir a más porque yo tenía que madrugar al día siguiente por un pase de modelos. Hemos hecho sacrificios, como ves”.
-Soul and Style, tu proyecto estrella, vende por las redes sociales y por WhatsApp Bussiness, ¿qué tal va?
“Estamos muy contentos. Durante la pandemia he hecho cursos de lettering, compongo diseños personalizados que yo misma dibujo y que ya le quedan para siempre a los clientes; los imprimimos aquí mismo, en Tenerife, con nuestras máquinas, y están saliendo muy bien”.
-¿Tienes un diseñador favorito?
“Me he sentido cómoda con casi todos, pero tengo especial afinidad con Armani y con Max Mara. Me parecen geniales. También trabajé mucho para Just Cavalli; se hizo la colección sobre mi cuerpo, fui un poco la musa”.
-¿Quién cobra más, un modelo o una modelo?
“En España y en Italia, las mujeres cobran el doble que los hombres”.
-¿Y dónde te gustaba vivir?
“En París la gente es más antipática, incluso un día de lluvia me dieron un paraguazo, paseando por la calle. Cuando fui a Osaka, a los 17 años, rompí el contrato de dos millones de pesetas al cambio que había firmado porque quería estar con mi familia. Aquí fui segunda clasificada en el concurso de Ragazza y me llovían los contratos. Viví en París, en Miami, también en Italia, pero, si te digo la verdad, mi familia y yo estamos encantados en Tenerife. No sabemos lo que tenemos aquí”.
-¿Es bueno ser modelo de una sola firma?
“Para mí, no. Tampoco me gusta hacer la pelota a las marcas. Voy a mi aire, cumplo con mi trabajo y adiós. Aunque ello no impide que una tenga sus preferencias”.
-¿Volverías a ser top model si nacieras otra vez?
“Por supuesto, no me arrepiento de nada”.
-¿Cuándo dejaste de comer carne?
“Cuando llegué a Pekín, porque no sabía de dónde venía esa carne ni en qué condiciones estaba. Mira, yo fui de aquel grupo de modelos que algunas marcas desechaban por la escasa masa corporal. Era demasiado delgada, pero no por nada, sino por constitución. Me costó convencer a las marcas de que no sufría una enfermedad”.
-¿Hay que tener carácter para triunfar en el mundo de la moda?
“Como en todo, carácter y decisión. Si eres antipática no te llaman, o no te vuelven a llamar, pero has de tener un límite”.
-Antes me decías lo de la soledad. ¿Hasta dónde llega?
“Mira, participas en un pase de modelos de Valentino, por ejemplo, estás perfectamente maquillada, termina el desfile, te pones unos vaqueros y una blusa y te diriges al metro para llegar a tu casa. En el metro te encuentras con el quinqui de turno que recorre los vagones en busca de sus presas. Y te ve así, maquillada, con estilo. Hay riesgos. No todo es glamour en el mundo de la alta costura”.
-Pues ya sabes, en taxi.
“Cuando podía, cuando había, pedías un taxi, pero te encuentras un día que tienes que viajar en metro. Y pasas miedo, porque te haces notar mucho”.
-¿Qué es lo que más valoras en la vida, Patzy?
“La familia. Mi marido y yo somos muy familiares y yo creo que ahí residen los valores principales del ser humano. Yo siempre quise tener una familia y creo que elegí bien porque también recibimos el ejemplo de nuestras respectivas familias, unidas y sin crearnos problemas, todo lo contrario”.
-¿Por qué no aceptas entrevistas? (Y, por cierto, gracias por acudir a este encuentro)
“Ya hay suficientes cosas mías en las redes; pues que la gente las consulte, si quiere. Ya te he dicho que se me olvidan las cosas de mi antiguo mundo, ahora tengo que sacar adelante mi empresa y cuidar de mi familia”.
-¿Te ayuda José?
“Claro, ya te he dicho que los dos somos uno. Él se ocupa de la parte masculina de la empresa, aunque te repito que esta chaqueta, que es la de mi buena suerte, la diseñó él hace más de diez años”.
(La firma fabrica también en China, donde dejaron la maquinaria para que sus socios chinos elaboraran prendas para ellos. Están los dos llenos de proyectos; José Acosta ya ha contado aquí los suyos. Patzy es simpática, con los pies en el suelo; una joven que a los 17 años vivió su aventura en Osaka (Japón), sola, sin teléfono móvil (porque no existía) y con unas ganas enormes de entrar en el mundo de la moda y de ayudar en su casa. Estuvo tres meses y se volvió. Era demasiado joven para volar sola. De su estancia posterior en China detesta el machismo de los chinos, “que es insoportable”. Adora a los italianos y mucho menos a los franceses, quizá por lo del paraguazo en París. También recuerda con cariño su estancia en Miami, “pero había que coger el coche para todo, al contrario que en Tenerife, donde no conduzco desde hace dos años porque voy andando a todas partes y saludo cada día a la panadera”. Me ha encantado conocer a esta mujer luchadora, valiente y con las ideas tan claras. En casa les esperan sus dos niños –niña y niño–, dormidos y con las mochilas del colegio nuevecitas al lado de sus camas, que ya ha empezado el curso escolar).