erupción en la palma

La colada de lava amenaza con dejar desvalidos a los bagañetes

En el malpaís de Triana, cerca de la zona de exclusión, queda una familia que no sabe si debe abandonar la casa y huir del volcán
La destrucción de la lava a su paso por el barrio de La Laguna, cuyo centro urbano ya ha devorado. DA
La destrucción de la lava a su paso por el barrio de La Laguna, cuyo centro urbano ya ha devorado. DA

Crece el temor de los vecinos de los barrios de Tazacorte en los niveles inferiores a la colada. Algo más de medio millar han sido desalojados. “Todo parece tan lejos de la colada cuando lo veías hace días, pero han pasado más de cuatro semanas y ya está aquí, a muy poca distancia”. Es una vecina de Marina, en Tazacorte, que ya ha pasado por dos confinamientos por las nubes tóxicas que ha provocado la quema de los invernaderos y de los productos químicos y fertilizantes. Ese encierro tan molesto le parece ahora un remanso de paz frente al miedo que se le ha metido en la boca del estómago.


Cuántos padecimientos del alma y qué prueba de resistencia. Ángeles Leal no tiene sino una tremenda tristeza. Junto a su hija de 18 años ha llegado a la Oficina de Atención a los Afectados por el Volcán en una gestión burocrática dolorosa, justo en la semana en la que las viviendas de sus hermanos, en La Laguna, han desaparecido para siempre bajo metros y metros de lava ardiente. Ella ya ha perdido la casa de turismo rural que tenía en Los Campitos, otro proyecto vital desaparecido, que ella suponía el peor de los escenarios. No ha sido así. El poder del volcán también ha arrasado con los 5.000 metros cuadrados que heredó de su abuela en la zona de Cabrejas, una finca de plátanos. “Me duele más lo de mis hermanos que lo mío”. Pero las cosas pueden empeorar. “Nuestra casa está en el malpaís de Triana; allí solo quedamos nosotros y unos vecinos, y estamos dudando todo el tiempo sobre si nos vamos, si nos aguantamos un poco más. Pero tenemos miedo y esto es un sinvivir porque desde aquí conectamos con la calle Nicolás Brito Pais de La Laguna, por donde ya no se puede pasar”. Así relata Ángeles su situación.


Abandonar o quedarse, esperar o huir del hogar. Todas sus cosas están en cajas, empaquetadas, embaladas, viven como forasteros en un espacio físico que no saben cómo proteger, que está en manos de la voluntad del volcán. Apenas a unos kilómetros, en el salón de una casa de alquiler donde desde hace tres semanas viven 11 personas, Julio César Armas espera a que sus mellizos de 13 años vuelvan del colegio en Los Llanos. Duermen en colchones en este salón, cuidando de su madre con alzhéimer. Julio César es cabrero desde que tenía 11 años, y quiere seguir siéndolo. Su rebaño de más de 200 cabras está “acogido” en el terreno de un amigo. “Nuestra casa fue la segunda que se llevó el volcán, en Alcalá; ni ropa, ni zapatos ni sus juguetes de la infancia, lo puesto”. Habla de sus hijos, Julia y Jesús, de los que dice: “Me han dado una lección, han madurado tanto, no piden nada, no quieren nada sino que estemos juntos, saben que hemos perdido todo, la granja, la quesería, otra nueva y más moderna, todos los terrenos”.


Julio tiene todo asegurado y cuando llegue el dinero de los seguros pagará algunas deudas y comprará una casa “para mis hijos”. Más incierto es su futuro laboral, porque aunque sabe lo que quiere, las fuerzas pueden fallar. La mañana de aquel domingo, 19 de septiembre, “mi mujer me dijo que olía a azufre, yo también lo había sentido. Un poco más tarde me dijo que notaba mucho calor fuera y dentro de la casa, que no era normal. Calentaba un poco de comida del día anterior cuando en la televisión, en directo, vimos que se abrió la boca del volcán. Una hora antes hubo un temblor muy grande pero pasó. Y allí seguimos porque a nosotros nadie nos dijo que estábamos en riesgo, no fuimos convocados a la reunión del día antes; y entonces ocurrió. Mirando la tele vimos que la erupción era justo en lo alto de casa, en esos montes que me conozco como la palma de la mano, que he pastoreado con mis cabras y que he caminado tanto. Ya no hay nada”.

Una insoportable levedad


Nunca como ahora, los palmeros de la comarca oeste han tenido tanta inconstancia en el ánimo y han vivido tan de cerca la vulnerabilidad de las cosas. La alcaldesa de Los Llanos de Aridane, Noelia García Leal, ha visto desaparecer la escuela a la que fue de niña. En la reunión de trabajo que compartió con la ministra de Ciencia e Innovación, Diana Morant, de visita en La Palma, compartió este hecho, que también a ella le deja una cicatriz nueva, entre otras que se han ido acumulando con el paso de los días y de las largas noches, muchas de vigilia por la amenaza del volcán. A esa misma escuela, un espacio de olores a goma y pupitres ahora en el recuerdo, fue la propia Ángela Leal, los hermanos que han perdido la casa. Todo un barrio de historias y de gentes que habrán de reconstruirse para empezar de nuevo.

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