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Riada en Santa Cruz: “En dos horas y media cayó lo que llueve en un año”

Se cumplen hoy 20 años de la mayor tromba de agua que se recuerda sobre la capital; ocho personas fallecieron por la acción de una tormenta anclada en el macizo de Anaga que pasaría a la historia como la riada en Santa Cruz
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Se cumplen 20 años de la riada en Santa Cruz

Era Domingo de Resurrección. Se acababa la Semana Santa y numerosos ciudadanos emprendían la operación retorno. Aquel 31 de marzo de 2002 los medios de comunicación abrían los informativos con el anuncio de ETA de descartar una tregua y “seguir trabajando duro”. En el plano internacional, el Reino Unido seguía conmocionado por el fallecimiento, el día antes, de la Reina Madre, e Israel ordenaba la lucha “sin cuartel” contra las zonas palestinas en respuesta a los últimos atentados. En clave local, el Tenerife de Javier Clemente, último clasificado de Primera División, se aferraba a las matemáticas para salvar la categoría.


Pero, de pronto, llegó la tormenta perfecta. A primera hora de la tarde comenzó a llover sobre Santa Cruz y La Laguna. Aunque los modelos meteorológicos anunciaban el riesgo de precipitaciones, nada hacía presagiar la tromba de agua que descargaría sobre el área metropolitana en las horas siguientes. A partir de las 4 de la tarde el cielo se rompió y cayeron hasta 204 litros por metro cuadrado en apenas dos horas y media, según los datos oficiales de la Agencia Estatal de Meteorología (entonces Instituto Nacional de Meteorología), un registro sin precedentes en tan corto espacio de tiempo.


“En casi tres horas se registró la misma cantidad de agua que cae sobre Santa Cruz en todo un año (233 litros por metro cuadrado). En aquellas 24 horas se contabilizaron 232 y el dato más significativo fue los 130 litros caídos en solo 60 minutos, récord de lluvia acumulada en todo el país, hasta que fue superado en 2018 por la provincia de Castellón con más de 150 litros”, explicó a DIARIO DE AVISOS Vicky Palma, jefa de Meteorología de Radiotelevisión Canaria.

Riada en Santa Cruz y un cumulonimbo de seis kilómetros


La causa del inédito fenómeno que desconcertó a los meteorólogos fue la acción de una Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA), conocida también como gota fría, que dio origen al anclaje sobre el macizo de Anaga de un cumulonimbo (nube tormentosa de desarrollo vertical) de más de seis kilómetros, es decir, casi el doble de la altura de la isla de Tenerife.


Vicky Palma recuerda que la DANA no parecía inicialmente que registrara tanto potencial, “pero un cambio en los flujos de viento superficiales provocó la generación de la nube anclada en el entorno del macizo de Anaga, que actuó de disparador”. Además, señaló que las tormentas se retroalimentaban: “Descargaba una y se activaba otra, hasta que el flujo de viento superficial cambió de dirección y la tormenta se desancló”.


La orografía transformó las calles de Santa Cruz en ríos furiosos que arrastraron coches, arrancaron árboles, destrozaron mobiliario urbano y, desgraciadamente, se llevaron por delante la vida de ocho personas. La última de las víctimas, desaparecida en San Andrés, fue localizada una semana después frente a la costa de El Médano. Una treintena de personas resultaron heridas.


La feroz tormenta, acompañada de aparato eléctrico, obligó a la evacuación de más de medio millar de vecinos de sus casas de los barrios de La Alegría, Valleseco, María Jiménez, Cueva Bermeja, San Andrés, Igueste e Ifara. El Recinto Ferial tuvo que ser habilitado como campamento de emergencia para acoger a los damnificados.
Un total de 700 viviendas quedaron destrozadas, 500 establecimientos comerciales resultaron afectados y más de 1.000 vehículos acabaron en la chatarra. Una primera evaluación cuantificó los desperfectos en 100 millones de euros. Hasta 60.000 escolares del área metropolitana se quedaron sin clases durante varios días. El 80% de la capital tinerfeña perdió el suministro eléctrico y casi la mitad se quedó sin agua.


La estructura nubosa multicelular provocó el colapso de los servicios de urgencias y el 1-1-2 quedó incomunicado durante un par de horas. 100.000 líneas telefónicas se cayeron y solo la radio aguantó el tipo gracias a grupos electrógenos que permitieron mantener a la población informada de la catástrofe. Paradójicamente, a la hora en la que la borrasca descargaba toda su furia sobre Santa Cruz y La Laguna, el buen tiempo predominaba en el norte y sur de la Isla.


El Gobierno de Canarias decretó tres días de luto oficial y el Ayuntamiento de Santa Cruz suspendió las Fiestas de Mayo. El Estado aprobó con carácter urgente un real decreto de ayudas para los afectados y el Cabildo activó un paquete de medidas de emergencia que incluyó la entrega de 2.000 euros a cada familia afectada. En días sucesivos se destinaron más fondos desde el Ejecutivo regional, el Ayuntamiento de Santa Cruz y de la propia institución insular. Un mes después del suceso, el rey Juan Carlos visitó las zonas más afectadas.


A las 48 horas de la gran tromba de agua se detectaron fisuras en un estanque ubicado en la zona alta de Residencial Anaga, que obligó al desalojo de tres edificios, aunque el depósito pudo ser vaciado sin mayores consecuencias.
La jefa de Meteorología de RTVC señaló que las estadísticas indican que los episodios de 100 litros por metro cuadrado en un margen de 24 horas sobre la capital tinerfeña se producen cada 35 años de media, aunque recordó que esa cantidad se rozó en 2010 y se superó en 2014, en una riada en la que falleció una mujer en la avenida de Venezuela. Vicky Palma apuntó que a raíz del 31-M y de la tormenta tropical Delta, tres años después, Canarias aprobó en 2007 el Plan Específico de Protección Civil y Atención de Emergencias por Riesgo de Fenómenos Meteorológicos Adversos, y Santa Cruz creó la agrupación de voluntarios de Protección Civil.


Aquel fatídico episodio del 31 de marzo de 2002 permanecerá para siempre en la memoria de los tinerfeños. Veinte años después, cuesta olvidar el insoportable silencio, alterado por las sirenas, que abrazó la ciudad malherida cuando dejó de llover. Una calma lúgubre se adueñó de todo hasta que el paso de las horas trajo el ruido de las palas, tractores y motores electrógenos.

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