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Víctima de una secta en Tenerife: “El ‘padrino’ te dice cuándo puedes salir a la calle; gobierna tu vida”

Estefanía cuenta a DIARIO DE AVISOS las dificultades que tuvo para defender a su hija, con ocho años, de un colectivo de "componente sectario, persuasivo y coercitivo"
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Estefanía, que ha preferido preservar su identidad real | MARTA TORRES

“Absurda, rocambolesca y casual”. Así define Estefanía (nombre ficticio) la manera en que su hija María cayó, con tan solo ocho años, en las garras de una secta en Tenerife. Al principio, según cuenta a DIARIO DE AVISOS, apreció algunos cambios en su conducta: tenía pesadillas por las noches, le costaba hablar de ciertos temas relacionados con su padre y no se desprendía nunca de una pulsera verde y amarilla que, de acuerdo con la menor, “le protegía”. ¿De qué? De todo tipo de plagas, desde enfermedades hasta un mal rendimiento escolar. Es más, relata que, llevándola puesta, le habían hecho creer que “no le hacía falta estudiar”; que alguna deidad le guiaría hacia la excelencia académica.

Cuando María tenía un año y medio, sus padres se separaron. En virtud del acuerdo alcanzado entre ambos, él se haría cargo de la pequeña martes y jueves, además de algunos fines de semana, mientras que la mayor parte del tiempo lo pasaría con ella. Un día, una amiga de Estefanía le preguntó, sin prácticamente contexto: “¿Tú en qué crees?”. “No lo sé, en la bondad del ser humano”, respondió ella, que se define como “católica no practicante”. “Ah, es que le he visto a tu niña una pulsera, en la mano izquierda, que se corresponde perfectamente con un tema de santería”, dijo. Ante esto, la madre se mostró sorprendida; nada le hacía pensar que pudiera tener vínculos con esa práctica.

El origen de la prenda se remonta a uno de los fines de semana que María pasó con su padre. Estefanía cuenta que su hija le aseguró, al volver a casa, que era una simple manualidad, algo inocuo y sin importancia. No obstante, más tarde, a lo largo de las semanas, las notas de la menor se empezaron a resentir, y tampoco se relacionaba de la misma manera con sus amigos. Se mostraba distante y, hasta cierto punto, aislada. Parecía estar atravesando una etapa más propia de la adolescencia que de los ocho años que tenía en aquella época. Y los intentos por que la niña dijera exactamente qué le ocurría fueron estériles: “Tenía miedo”.

Por esos días, cuando Estefanía empezaba a ver los primeros signos de alerta, el padre de la pequeña le contó que se iba de viaje y no podía cumplir el régimen de visitas. El destino: Cuba. Allí se iniciaría como santero. “El primer fin de semana después de volver, lo veo vestido de un blanco impoluto; luego, otro día, vino lleno de collares”, afirma. Unos hábitos que, según había leído, eran propios de esa creencia, así que, tras informarse en Internet, decidió preguntarle a su hija: “Esa pulsera es de santería, ¿verdad?”. Entonces, dice, “la niña se sorprendió de que lo supiera. Empezó a llorar mucho y decía ¡No podías enterarte!”.

Secta en Tenerife

En concreto, Estefanía denuncia que su hija se vio envuelta en la santería yoruba, movimiento al que la Red de Prevención del Sectarismo y del Abuso de Debilidad (RedUNE) atribuye un “componente sectario, persuasivo y coercitivo”. “En los ojos se le veía pavor, la mirada de absoluto miedo. No quería hablar y somatizó sus temores, con dolores de barriga, mareos y hasta fiebre”, narra sobre los síntomas que presentaba la pequeña. Es por eso que decidió acudir a las autoridades, pero, asegura, ni la Fiscalía de Menores ni la Policía quisieron actuar. “Lo comparaban con una religión, y no lo es”, sostiene, teniendo en cuenta que su hija tuvo que someterse, “contra su voluntad”, a una serie de ritos de lo más inverosímiles.

“Dentro del ritual de iniciación lo tapan todo con sábanas blancas para que no se vea nada desde fuera y nadie entre ni salga. María reconoce una música y unos olores muy raros, y, en medio de ese ritual, ella narra un momento en el que la ponen de rodillas y le pasan un gallo tres veces alrededor del cuello”, relata Estefanía. En ese instante, al parecer, la niña “sintió miedo”, y le trasladó a “su padre, su tía y su abuela” -presentes en el acto- que quería marcharse de allí, a lo que “le dijeron que agachara la cabeza y cerrara los ojos, que no le iba a pasar nada”. Una vez concluida la ceremonia, le colocan la pulsera, característica de uno de los santos a los que veneran y que, de acuerdo con la creencia yoruba, “le protegerá y acompañará siempre”.

Fue gracias a RedUNE que Estefanía recibió atención psicológica y se armó de herramientas para ayudar a su primogénita. El delegado de la entidad en Canarias, Manuel Pérez Torres, que impartirá una charla esta tarde, a las 17.30 horas, organizada por el Colegio de Psicología tinerfeño, es quien ha estado trabajando con ella. Y es que el nivel de control por parte de la secta es mayúsculo, según describe: “Mi hija estuvo metida durante un año sin yo saberlo. Todos los martes y jueves, su padre la sometía a unos rituales. Y cuando le dije a María que hablaría con él para quitarle la pulsera, comenzó su declive emocional, su somatización del estrés. La pediatra la derivó a Salud Mental. Llegué a ser la mala; me decía que si dejaba de llevar la pulsera se iba a morir. Le dieron la vuelta a la cabeza cual calcetín. Le dijeron que no podía contar nada, y mucho menos a mí”.

Tres años más tarde -alejada de ese entorno-, afirma que su pequeña, que ahora tiene 11 años, gestiona mejor sus vivencias, pero no ha sido un camino fácil. Ese es uno de los motivos por los que decide contar al DIARIO su historia, para evitar que más gente caiga en lo mismo. Mucho más, prevenir que acaben cumpliendo las órdenes de uno de los líderes de dicho colectivo: “El padrino gobierna tu vida. Te dice cuándo puedes salir a la calle y cuándo no. Él es el que coge a los adeptos, los alecciona, les come la cabeza y les promete lo que quieran, siempre que no lo comenten con nadie. Este mundo gira en torno a la ganancia económica; se hacen trabajos a cambio de sustanciosas cantidades de dinero”.

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