Son las 17.05 horas del 27 de marzo de 1977. Fernando Martín Santana, conocidos por todos como Santana, se encuentra sobre la pista de Los Rodeos, haciendo trabajos de operario para Iberia. Hasta hace solo unos minutos, el sol lucía con fuerza, pero, de repente, una espesa niebla se ha apoderado del aeródromo. De improviso, un estruendo sacude el lugar, es un ruido “terrible”. Santana no es consciente en ese momento, pero se acaba de convertir en testigo del accidente de Los Rodeos, la mayor catástrofe aérea de la historia.
Cuando, a las 17:06:50 horas, los aviones de la KLM y la Pan Am impactan, dejando 583 víctimas mortales, Santana se encargaba de conducir una jardinera. A sus 88 años tiene una memoria prodigiosa, siendo capaz de recordar cada detalle de aquel fatídico día: “Era un día más, hasta las 16.30, más o menos, había lucido el sol. Nos dijeron que habían dado un aviso de bomba en el aeropuerto de Gran Canaria e iban a prepararse varias llegadas”.
Uno de los recuerdos que mantiene más presentes fue como, en cinco minutos, la niebla “cubrió todo” reduciendo la visibilidad a unos pocos metros hasta casi “verse nada”. Entonces, sin esperarlo llegó el estruendo similar a “tres choques juntos” debido a las explosiones: “Lo primero que pensé era en amigos míos que estaban en el aeropuerto, porque no sabía exactamente lo que había pasado, pero era algo malo”.
Desde el primer momento, este testigo del accidente de Los Rodeos comienza a ayudar. En Iberia, también lo haría en la Policía Local de Santa Cruz y de La Laguna, a la que dedicó también gran parte de su vida, Santana era conductor, por lo que se ofreció para ello sobre la pista: “Buscaban gente que pudiera ponerse al volante. Necesitaban evacuar a gente a la Residencia y al Hospital y, pese a que llegaron ambulancia y mucha gente voluntaria, era necesario que fueran cada vez mejor. Algunos fallecieron en el trayecto”.
Santana pudo ver cómo uno de los hangares fue habilitado como morgue, donde llevaron a los cadáveres en una escena imposible de olvidar o borrar de su mente -llega a describir algunas escenas estremecedoras-, aunque lo que más le impactó no fue eso: “Era duro ver aquella escena, pero lo que tengo marcado fue el olor que había allí. El uniforme estaba impregnado a aquel olor a carne quemada que estaba en el ambiente, en el aire. Tiré la ropa, me duché varias veces, pero era imborrable. Ese olor mezclado con la humedad que había. Era horrible”.
Este grancanario había llegado a Tenerife después de que su hermano, empleado de Aviaco, le dijera que viniera a la Isla para poder trabajar en otra cosa que no fueran las plataneras, que era a lo que se dedicaba Santana hasta ese momento.
Testigo del accidente de Los Rodeos y Policía Local en La Laguna
Nacido en Arucas, en Gran Canaria, la vida de Santana parece sacada de una película. Amante de la lucha canaria, exfutbolista del Arucas y San Andrés, y judoka, hasta que se jubiló, hace más de 20 años, compaginó su trabajo en Iberia con ser Policía Local de Santa Cruz de Tenerife, durante cuatro años, y de La Laguna (hasta su retirada). Ahora llama la atención que pudiera desarrollar esas dos labores a la vez, pero él lo logró, eso sí “trabajando sin parar”.
Jamás quiso llevar arma cuando comenzó siendo Policía Local de Santa Cruz de Tenerife, un 2 de junio de 1962: “Siempre lo decía, si alguien me daba un puñetazo y yo llevaba una pistola todo podía acabar mucho peor, desgraciando la vida de dos personas y dos familias. Por eso siempre rechacé llevarla”.
Cuatro años estuvo en Santa Cruz hasta que entró en la Policía Local de La Laguna, donde fue cabo: “¿Sabe cuánto tiempo llevo sin ir al cine? 60 años. Porque estaba todo el día trabajando como guardia y en Iberia. Creo que siempre fui un buen compañero, porque me gustaban los dos trabajos”.
Porque, además de ser testigo del accidente de Los Rodeos, Santana participó en uno de los operativos policiales más importantes que se recuerdan en la Isla: la captura de Dámaso Rodríguez El Brujo.
El hombre, que se escapó de Tenerife II, donde cumplía condena por un homicidio y una violación, trajo en jaque a las autoridades entre enero y febrero de 1991. Escondido en la zona montañosa del Moquinal, en Anaga, hasta agentes de la Península se desplazaron para dar con su paradero.
“Íbamos de patrulla con un compañero. Yo conocía a Dámaso porque hizo lucha canaria en Las Carboneras y la cosa acabó como acabó, con él abatido por disparos de la Guardia Civil”, recuerda: “Había mucho miedo, porque no sabía qué podía pasar. Cada noche íbamos a hacer batidas”.
Con 65 años Santana disfrutó de una merecida jubilación, admitiendo que “extrañó” ser “guardia”. Ahora, sigue siendo uno de los pocos testigos del accidente de Los Rodeos que, no solo sigue con vida, sino con una memoria y vitalidad dignas de elogio.