Han pasado casi 30 años del día más triste que se recuerda en Lanzarote: el adiós de César Manrique, el genio que puso en el mapa a la isla y abanderó un mensaje y un estilo artístico que iluminó conciencias y prendió un sentimiento de amor propio a un Archipiélago que aún hoy no se ha repuesto del vacío de su pérdida. Tres decenios después de su desaparición, su discurso sigue más vigente que nunca.
El icono del arte contemporáneo más aclamado en las Islas demostró ser un visionario frente a la amenaza de un desarrollismo voraz que se cernía sobre el espacio más apreciado del Archipiélago: sus costas. La nueva industria del turismo y su dimensión como fenómeno de masas irrumpía con fuerza a finales de los años 60 y César le vio las orejas al lobo antes que nadie. Enarboló la bandera del sentido común y se desgañitó en la defensa de un crecimiento inteligente, sin importarle enfrentarse a un Goliat de cemento y hormigón que nunca apagó su grito de guerra.
Manrique lo tenía todo: un virtuosismo que corría por sus venas, capacidad visionaria, compromiso ético, espíritu combativo y un carisma arrollador. Líder aclamado en todas las islas, bastaba que alzara el brazo para poner en fila india a una legión de incondicionales. Su lenguaje artístico y su extensa producción de obras públicas le llevaron a reinventar su isla sin alterar su pureza, a educar la mirada de sus habitantes para descubrir un paraíso, a buscar la belleza desde un compromiso ético con el medio natural y a plantarle cara al ejército de excavadoras y hormigoneras en pleno proceso de expansión turística.
De esas claves, unidas a su carisma y a su gran capacidad de comunicación, surgió uno de los grandes líderes sociales en la historia de Canarias. El genio conejero se fue en la tarde del 25 de septiembre de 1992, con 73 años, cuando disfrutaba de un estado de plenitud y le llovían las ofertas. Su cabeza no paraba de fabricar ideas y en aquel momento le daba vueltas a un gran auditorio en una cantera en Marbella por encargo del entonces alcalde Jesús Gil. Los restos del artista reposan bajo el cielo de Haría, el mismo al que dirigía su mirada cada madrugada para hablar y hasta escuchar a las estrellas.