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La guerra nuclear que amenaza al mundo desde la crisis de los misiles de Cuba entre Kennedy y Kruschev

El ministro de Exteriores ruso, Lavrov, ha comparado el riesgo de una III Guerra Mundial, de carácter nuclear, por el actual conflicto de Ucrania, con el peligro que vivierón EE.UU. y URSS hace 60 años tras la invasión fallida de la Cuba de Fidel
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La guerra nuclear que amenaza al mundo desde la crisis de los misiles de Cuba entre Kennedy y Kruschev

La amenaza del ministro ruso de Exteriores, Sergei Lavrov, de una posible guerra nuclear a raíz de la invasión de Ucrania por su país, el 24 de febrero, ha traído a la memoria la crisis de los misiles en Cuba, entre la entonces URSS y EE.UU., de la que se cumplen 60 años en este bélico 2022. Aquella fue la ocasión en que estuvo más cerca una guerra nuclear, y la alusión de Lavrov a este precedente no es baladí. Se da en ambos conflictos un evidente paralelismo.

Al término de la revolución cubana de Fidel, en enero de 1959, la vecina potencia estadounidense, bajo la presidencia de Eisenhower (que cumplió 72 años el día de la crisis), promovió la invasión de la isla a cargo de cubanos exiliados y mercenarios entrenados por la CIA. La operación se materializó, ya con Kennedy, mediante el desembarco de Bahía Cochinos (o Playa Girón) , en abril de 1962, que fracasó en menos de 72 horas a manos de las tropas de Fidel.

El siguiente capítulo del enfrentamiento fue detectado por los sevicios de inteligencia soviéticos: la Operación Mangosta, un ataque formal del ejército de EE.UU. para tomar Cuba y derrocar al gobierno nacido de la rebelión de Sierra Maestra. El presidente de la URSS, Nikita Kruschev, pactó con Fidel instalar misiles nucleares de alcance medio R-12 en la isla a menos de 200 kilómetros de Florida, con John Fitzgerald Kennedy en la Casa Blanca.

Durante 13 días, entre el 14 y el 27 de octubre de hace 60 años, soviéticos y norteamericanos negociaron en secreto una solución al límite entre dos colosos en plena Guerra Fría que estaban abocados a la III Guerra Mundial, la primera nuclear de la historia. El peligro era cierto. En un encuentro en el Palacio de la Revolución, en abril de 1998 (aniversario de la invasión fallida), Castro reconoció a este periodista que en esos momentos hubo un peligro real de cruzar la frontera prohibida de las armas.

La propia historia escrita y filmada de aquellos sucesos que hicieron temblar a la humanidad describen a Fidel como un dirigente decidido a dar el paso, que habría llegado a pedir a Moscú por escrito -la llamada Carta de Armagedón- que tomara la iniciativa, cuando el temor a una guerra con EE.UU. alcanzó su punto más álgido.

A Kruschev, al parecer, le pudo la tensión -La Habana, ausente de las negociaciones, no se fiaba de Washington y terminó por desconfiar de Moscú- y, tras el derribo de un avión espía USA por instrucciones del comandante cubano, llegó a un acuerdo con Kennedy, a través de su hermano, el fiscal general Bobby. La solución fue un quid pro quo: la URSS retiraba los misiles nucleares instalados en Cuba y, a cambio, EE.UU. haría lo mismo con sus ojivas nucleares en Turquía que apuntaban al adversario comunista. Fidel echaba chispas, interpretó la retirada soviética como una traición (“Nikita, Nikita, lo que se da no se quita”, profería a las masas) y solo más tarde conoció las cláusulas que salvaguardaban la seguridad de la isla: Kennedy renunciaba a invadir Cuba.

Treinta y seis años después de aquella crisis (ahora desenterrada por los rusos durante el actual conflicto ucraniano), Castro admitía que Kennedy había desestimado, antes del contencioso con la URSS, bombardear Cuba por aire tras el fracaso del desembarco de Bahía Cochinos. Al resistirse a las presiones de sus asesores militares, “salvó a la revolución”, me confesó Fidel, pues habría sucumbido a un ataque de esa naturaleza. Castro había reconsiderado su primera reacción enfurecida tras el desenlace de la crisis de los misiles, y transmitió personalmente a John-John Kennedy, hijo del expresidente, su agradecimiento por aquel gesto histórico de piedad de su padre.

Tanto Kennedy como Kruschef tuvieron un final rápido tras aquel pulso en la cima de la Guerra Fría. El primero perdió la vida, un año después, en un atentado siempre envuelto en sospechas de consumo interno, como vuelve a hacer ahora en una nueva película Oliver Stone. Y el líder soviético fue depurado por el aparato comunista. Fidel permaneció medio siglo en el poder y murió con 90 años en 2016.

Cuba, cono Ucrania, repelía una invasión (en dos tiempos) del gigante vecino. Zelenski, como Fidel, pide a la otra potencia (en este caso, EE.U.U., la OTAN y la UE) que se implique militarmente en defensa de su país. Pero esta vez, al contrario que hace 60 años, no hay un puente entre los dos polos y Washington y Moscú no descuelgan el telefono rojo, que debutó precisamente en aquel inusitado trance. No hay un marco de diálogo ni una base sólida de comunicación para restablecer el equilibrio. Esto último es lo único en que tiene razón Lavrov, la voz de su amo. Porque en esta crisis prenuclear alimentada por Putin hay que contar con un tercer convidado, China, que no ha dicho esta boca es mía.

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