El miedo es el último en abandonar a la víctima. Se aferra a ella y a su entorno más inmediato. La paraliza, le impide hacer una vida de esas que llaman normal, como es ir a comprar el pan, o simplemente a dar un paseo. El miedo a ser agredida de nuevo, a que en cualquier esquina su maltratador, su acosador, se materialice para volver a hacer de su vida un infierno.
El miedo que sufren las víctimas de violencia de género, sobre todo cuando el maltratador mantiene una fijación en ellas a pesar de la denuncia, incluso de la condena, que les impide en muchas ocasiones retomar su día a día sin tener que sufrir ansiedad, angustia, miedo en definitiva.
Eva, nombre ficticio, es una de esas víctimas que, como ella misma relató a través de una carta que la concejala de Unidas Podemos, Dolores Espinosa, leyó en el Pleno de Santa Cruz, le impidió a ella, y a sus hijos, retomar su vida tras salir de una situación de maltrato.
Asegura que el confinamiento que todos vivimos por culpa de la pandemia, ella y su familia ya lo vivían debido a ese miedo intrínseco que su maltratador le metió en los huesos.
Para salir de ese círculo de pavor, Eva buscó soluciones, y encontró las que el Proyecto Pepo ofrece a mujeres maltratadas, un perro de protección, que las acompaña y protege en caso de que su acosador haga acto de presencia.
“El perro supuso un antes y un después en mi vida”, cuenta Eva. “Son perros aleccionados que tienen muy claro su cometido tanto a nivel disuasorio como a nivel emocional”. El día que el perro llegó a la casa de Eva, narra que sus hijos sonrieron a carcajadas de nuevo, y que fueron capaces de dormir en su propia habitación. “Ya salimos cada vez con menos miedo y con más ganas. Si el perro ve algo raro, se te pega a tu pierna y sientes que él está ahí. Aunque el tumulto sea a tus espaldas, no importa, él se pega a tu pierna y va en contra de la marcha observando todo”, narra esta mujer víctima de violencia de género.
Admite que “cuando tenemos que ir a un sitio sin él es como dejar una parte nuestra en casa. Regresan los miedos de mis hijos, vuelves a sentir el calambre que te paraliza el cuerpo, vas como desnuda e indefensa por la calle”.
“Él llegó para darnos la libertad de vivir” cuenta Eva, que reclama que se permita la entrada de este tipo de perros en las tiendas, centros comerciales o el propio juzgado, al que aún tiene que seguir acudiendo después de llevar ocho años separada. “Cada vez que voy a juicio me tiembla hasta el alma… En esos momentos volvemos a ser diferentes al resto, volvemos a sufrir al salir de casa porque nuestro perro no puede estar con nosotros”.
Esta víctima de maltrato valora todas las medidas que se ponen a disposición de las mujeres en su situación pero pide que se tenga en cuenta el uso de estos perros en casos como el de ella, porque, aunque su maltratador tiene una orden de alejamiento, y un dispositivo de seguimiento, lo cierto es que eso no es suficiente para que se sienta segura.
Cuenta que el dispositivo Cometa (una tobillera que lleva el maltratador en caso de tener una orden de alejamiento y que alerta al centro de control si se viola la distancia marcada con la víctima) pierde cobertura, por lo que no funciona en lugares como garajes, algunas playas, en el monte y hasta en algún centro comercial. “Encima, cuando suena, lo hace todo con el mismo sonido, así que no sabes si es porque ese hombre está sin batería en el dispositivo, lo apaga o lo tienes al lado. Cuando suena te quieres morir”, detalla.
Lo peor, cuenta Eva, es cuando lo usan en fechas claves o para no dejarlas dormir al desactivar de forma intencionada el dispositivo, haciendo saltar la alarma. Llama la atención sobre lo complicado que es afrontar esta situación, y si finalmente la alarma obedece a que el agresor está cerca, para que quede constancia de esa violación de la orden de alejamiento debe acudir de nuevo al juzgado. “Nosotras estamos aterradas, sin fuerzas de nada. Solo quieres ser invisible y que tu agresor te olvide… ¿Y nos vamos a meter en otro procedimiento más? Ni fuerzas tienes de ir a comisaría. Creo que se debería actuar de oficio en estos casos”, lamenta.
“Si se salta la orden de alejamiento -continúa-, en lo que ves a tu agresor, si no te bloqueas, llamas a la policía y explicas lo que pasa, hasta que llegan los agentes ya han pasado 10 o 15 minutos. ¿Sabes lo que te puede hacer en ese tiempo?”. De ahí, cuenta Eva, que la presencia de su perro le haya permitido dejar atrás esa sensación de inseguridad.
Pero el can no solo ha ayudado a Eva a sentirse más segura, sino que también la ha dado la fuerza, como ella misma cuenta, para proteger a otras víctimas. “Durante el confinamiento, mis vecinos estaban discutiendo y peleando, y llamamos a la Policía. En lo que los agentes venían, la vecina bajó a la calle con su bebé de año y medio en brazos, y el hombre detrás pegándole. Todo el mundo gritaba desde los balcones, pero nadie bajaba.
Le puse el arnés y el bozal a mi perro y bajé. Fui capaz de ponerme en medio de ellos dos y conseguir que el hombre no se acercara más a la mujer hasta que llegó la Policía”. Eva concluye su relato asegurando que “nuestro perro de protección le dio sentido a nuestra vida, nos rescató, nos dio ese empuje y ganas de querer vivir”.
La concejala de UP, Dolores Espinosa, espera que el Ayuntamiento de Santa Cruz no tarde en dar los pasos necesarios a los que se ha comprometido para que las mujeres víctima de violencia de género que son atendidas en la capital puedan acceder a este recurso.
Proyecto Pepo
Ángel Mariscal es el creador del proyecto Pepo, que nació en 2009, y que ya ha ayudado a un centenar de mujeres a sentirse más seguras. En Canarias tiene dos usuarias, que se pusieron en contacto con él y viajaron a la Península para integrarse en el programa y volver con un perro a las Islas.
Cuenta que para formar parte del proyecto se han de pasar una serie de filtros. “Lo primero es que tengan una orden de alejamiento y a continuación que pasen una entrevista con el un director de seguridad, que valora las medidas que ya tiene la usuaria, así como la premura para que entre en el proyecto”. “Luego -continúa- tiene que pasar un segundo filtro que es hablar con un psicólogo experto en violencia de género, que es quién da luz verde a que pueda entrar”.
Una vez que la mujer es aceptada en este proyecto comienza la formación. “Se inicia el programa formativo con un primer curso de 150 horas que la habilita como adiestradora, y en este curso es donde se le hace entrega del perro”, cuenta Mariscal.
“Luego tiene un segundo curso de 20 horas que es el que habilita a los vigilantes de seguridad para poder llevar perros de seguridad en la calle, aunque no es un perro de seguridad lo que ellas reciben, es una formación que las ayuda en el manejo de los canes, y luego tiene un tercer curso de perros de protección, en el que cuentan su experiencia con ellos”. Los perros que se entrenan con las usuarias son grandes ya que lo que se busca es una labor disuasoria. Además, también tienen que tener el instinto de protección, ya que hay determinadas razas que no lo tienen. Entre las razas más comunes con las que trabajan son el pastor alemán, rottweiler, el presa canario, malinois o dóberman.
El creador de este proyecto sin ánimo de lucro admite que los objetivos se han visto alterados con el paso del tiempo. “Cuando nació en 2009, su finalidad principal era darles seguridad a ellas cuando se encontraban con su agresor, pero ahora mismo, quizá, la protección que le aporta el perro queda en un segundo plano, porque por encima de todo está el empoderamiento, el volver a salir a la calle. El perro es un instrumento para que vuelvan a introducirse en la sociedad”, concluye.
La carta de Eva ha servido para que el Ayuntamiento de Santa Cruz aprobara la moción de UP que pide que se valore por parte del Consistorio la puesta en marcha de este tipo de recursos para las mujeres víctimas de violencia de género, que como en el caso de Eva, viven entre las tinieblas del miedo.