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“El jugador patológico cree que controlará sus impulsos hasta las puertas de la cárcel, la locura o la muerte”

Paco y Daniel cuentan a DIARIO DE AVISOS cómo las adicciones arruinaron sus vidas durante años. Hoy siguen pagando deudas, mientras ayudan desde la asociación Jugadores Anónimos, que ha abierto en Las Galletas su primera sede en Tenerife
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Paco sigue lamentando hoy aquel mal día de 2008 en que se rompió una pierna. Su imposibilidad para moverse le llevó a pasar tardes enteras delante del ordenador, navegando por Internet, donde encontraba la distracción que buscaba. Pero su curiosidad le jugó una mala pasada cuando una tarde salió a su encuentro el anuncio de una empresa de apuestas. Paco picó en el anzuelo. Pinchó en el enlace y descubrió un mundo que iba a poner su vida boca abajo. Aquel click le costaría muy caro.

“Pensé: qué mal me va a hacer echar 10 euros. No me planteé ganar o perder, simplemente buscaba entretenerme. La cosa quedó ahí, pero al par de días volví a entrar con otros 10 euros. Gané algo, aunque ni siquiera lo cobré, lo dejé para jugar en otro momento. Y ahí empecé a perder dinero. Pasé de apostar 10 euros a 20 y de 20 a 50. Me metí en una espiral infernal, sin darme cuenta”, explicó a DIARIO DE AVISOS.

La tarjeta de crédito empezó a vaciarse. Primero agotó los 7.500 euros de su VISA, después la de su mujer, con idéntica cantidad, sin que ella se enterara. A partir de ahí se aceleró el proceso de autodestrucción sin ser consciente de que se había metido en la boca del lobo. 

La cabeza de Paco no dejaba de darle vueltas en el trabajo a cómo podía obtener dinero para los juegos de azar y solucionar un problema económico que crecía de forma exponencial. El siguiente paso fue apelar a la generosidad de los amigos y compañeros de trabajo. Después, pedir un préstamo a Carrefour de 10.000 euros, otro a Cofidis de 1.800 y una tarjeta de crédito a City Bank. Pero el dinero solo conocía el camino de ida, nunca regresaba. La prioridad era el juego y no afrontar las deudas. “Llegué a pedir a gente por la calle, me planteé pedir limosna en las esquinas y hasta se me pasó por la cabeza asaltar a una señora en un cajero. Perdí el control y me daba igual todo”, confiesa.

Paco se encargaba de recoger en casa la correspondencia y evitar que las llamadas de teléfono le delataran ante su mujer. Hasta que ella descubrió la realidad cuando comprobó que en los bancos no había más que números rojos. “El día que se dio cuenta fue una debacle, empezó a llorar y a gritarme, y me echó de casa. Estuve durmiendo tres días en el coche y solo entraba a casa cuando ella se iba. Hasta que me dio un ultimátum: me dijo, o lo solucionas o esto se acabó para siempre”. Entonces Paco se dirigió al médico de cabecera, pero, para su sorpresa, no encontró el medicamento que esperaba. No le recetó ninguna pastilla, sino otro antídoto: el teléfono de Jugadores Anónimos.

“Asistí a las reuniones y me di cuenta dónde me había metido. Así empecé a salir de un problema que no era solo económico, como pensaba, aunque ya había acumulado una deuda de 30.000 euros. Imagínate lo que significa eso para un obrero que cobra 1.100 al mes, no podía afrontarla”.

Los pagos pendientes le colocaron entre la espada y la pared y no le quedó otra opción que negociar con el banco donde tenía la hipoteca y unificar la deuda hasta los 95.000 euros. “Les dije que si no me daban dinero, no podría pagar y que entonces tendrían otro problema: echarme de casa y quedarse ellos con el piso. Al final accedieron y pagaré cinco años más de hipoteca, aunque el problema es que me cuesta el doble que cuando no jugaba, pero ya no es un problema, es una liberación”. 

Paco hoy tiene 53 años y acaba de cumplir 10 alejado de un mundo que lo llevó al mismo borde del abismo durante los cuatro años que estuvo enganchado. Después de estar a punto de perderlo todo, dio un volantazo a su vida in extremis y hoy se ocupa de difundir por toda España la labor de la asociación Jugadores Anónimos –es el responsable nacional de las informaciones públicas de este colectivo- y no duda en proclamar a los cuatro vientos que es feliz. “Si hay algo que se parezca a la felicidad esa es mi situación actual”, remarca.

Su labor para evitar que otras personas caigan en la trampa de la ludopatía –subraya que la soledad frente al ordenador o el móvil es el escenario más peligroso- incluye charlas preventivas en los institutos, donde advierte a los adolescentes del callejón sin salida al que les lleva el juego compulsivo. Les digo que el dinero que pueden ganar en un casino, en un bingo o en apuestas deportivas, que es lo que se lleva ahora, no les hará ricos y les generará adicción. Y que lo peor que le puede pasar a un jugador compulsivo es que le toque algo, porque se cree que es un dinero fácil y que le volverá a pasar, pero no es así”.

Paco destaca que el único requisito para ser miembro de Jugadores Anónimos es el deseo de dejar de jugar y que el primer paso de la recuperación es erradicar el autoengaño de quien no se considera jugador patológico, “cuando es una persona que ha perdido la capacidad de control y se encuentra presa de una enfermedad progresiva”. Desde la asociación se recuerda que la idea de toda víctima del juego compulsivo es que algún día conseguirá controlar sus impulsos. “Es sorprendente la persistencia en esa ilusión, muchos siguen creyendo en ella hasta las puertas de la cárcel, la locura o la muerte”, advierte.

terapia de grupo

Daniel va a cumplir 42 años y estuvo 22 prisionero de los juegos de azar. Reside en el sur de Tenerife, donde ha creado la primera sede de Jugadores Anónimos en la Isla, que se reúne semanalmente desde noviembre del año pasado en la parroquia de San Casiano, en Las Galletas. Allí, los domingos se suele juntar con un grupo de personas para abordar los “pasos de recuperación y unidad”, practicar una sesión de meditación y poner en común experiencias individuales. Aclara que “cada persona puede hablar de lo que quiera en las reuniones, desde cómo le ha ido el día a qué le ha traído a Jugadores Anónimos, y nadie interrumpe, nadie juzga ni nadie opina sobre lo que dice. Buscamos la recuperación compartiendo nuestras experiencias, no comparándonos”, explica a este periódico.

A su juicio, la adicción al juego es “una enfermedad silenciosa, porque te la guardas para ti mismo, no la exteriorizas, a diferencia de un drogodependiente o un alcohólico, que se lo notas aunque no te lo diga”.

El juego lo atrapó a los 18 años en su país, Uruguay. Cruzó el charco en busca de un futuro mejor, pero la adicción también vino en el equipaje, lo que ha lastrado durante años su nueva vida en la Isla.

Confiesa abiertamente que ha perdido dinero durante 22 años y “ahora estoy endeudado hasta las cejas, pero voy pagando poco a poco las cosas, porque te vas haciendo más responsable y, al llevar tiempo sin jugar, las deudas van bajando”. Hoy trabaja en un gimnasio y reconoce que “los afectos perdidos y el tiempo que no he disfrutado es lo que más duele”.   

En 2020 buscó ayuda por Internet y descubrió Jugadores Anónimos. En ese momento trazó una raya en su vida y se prometió acabar de una vez con su pesadilla. Cada día suma una pequeña victoria. Aunque no ha sufrido recaídas, se muestra prudente: “No significa que no las pueda tener, estoy a la misma distancia del juego que otra persona normal”.

Cuando se le pregunta cuánto de difícil es la lucha para evitar volver a caer en la tentación que ha arruinado su vida, Daniel responde con claridad: “Es que no hay que luchar, hay que rendirse ante el juego y asumir que nuestra vida es ingobernable, y que el juego pudo y puede con nosotros. Se debe creer en algo más potente que la fuerza de voluntad propia para no recaer, marcando plazos de 24 horas. No hay que pensar en que mañana no voy a jugar ni darle vueltas a lo que he perdido antes, sino en que hoy, nada ni nadie va a hacer que juegue.” 

Defiende la idea de que todos los juegos de azar enganchan por igual, sin distinciones: “Yo siempre dije que era jugador compulsivo y eso vale para cualquier apuesta, máquinas tragaperras, bingos… da igual. Es una misma adicción que te lleva a gastar hasta el último peso, a diferencia de la persona que se toma un café en un bar y mete dos monedas en una máquina”.

Sobre las señales de alarma que alertan del paso de un jugador ocasional a uno compulsivo, Daniel señala, entre otros síntomas, “el momento en que te empiezas a aislar de la sociedad y le das más importancia al juego que a tu familia y a tus quehaceres cotidianos”. 

Su experiencia y su empeño para mantener a raya la atracción de descargar monedas en la ranura de una máquina los emplea ahora para ayudar a otras personas que no han podido salir de las garras del juego. “Cuando descubres el programa de Jugadores Anónimos te liberas. Ahí sueltas todo: las mentiras, la gente a la que le has hecho daño, todo lo que has perdido, el tiempo que has malgastado y reparas en que el dinero no es lo más importante, sino los afectos y la noción del tiempo”, insiste.

Esa mano tendida que propone es el número de teléfono de la asociación (670 691 513), operativo las 24 horas. Marcarlo puede cambiar el signo de la suerte. Hay mucho en juego. Más que nunca.

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