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Elfidio Alonso: “Estoy muy contento con Los Sabandeños, pero muy desengañado con la política”

En una entrevista con DIARIO DE AVISOS, el fundador de Los Sabandeños reconoce sentirse “muy contento” con el grupo
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Elfidio Alonso, fundador de Los Sabandeños. Marta Torres

A sus 86 años, Elfidio Alonso sigue actuando con Los Sabandeños, que acaban de presentar un nuevo disco titulado ‘Ellas’. Le dio el COVID, pero suave. Y tiene algunos problemas de movilidad que sobrelleva gracias a los cuidados de su mujer, Magdalena Palazón, y a una cabeza lúcida y activa que se asoma cada mañana a la prensa diaria como si fuera un deber ineludible. Mucha vida llena de periodismo, literatura, política y folclore. Y una bonita mañana de conversación en la Casa-Museo de Los Sabandeños.

-Nuevo disco de Los Sabandeños, ¿por qué ese título, ‘Ellas’?

“Pues es un homenaje a la mujer, tanto a la compositora como a la cantante. En uno de los temas, ‘La Samba de La Candelaria’, celebramos también ese nombre que Canarias lanzó para América. En Venezuela hay no sé cuántas iglesias que tienen de patrona a La Candelaria. Está en Chile, en Argentina, en Uruguay… Y la última canción que incorporamos, que es de Silvio Rodríguez, se titula ‘La vida’, que es un sustantivo femenino y está muy de actualidad en este tiempo donde está imperando la muerte, con no sé cuántos miles de fallecidos en la Guerra de Ucrania, con la pandemia… Así que ofrecemos con optimismo este tema que solo han cantado, que yo sepa, Silvio, Ainhoa Arteta y nosotros”.

-Hablando de mujeres, tengo la sensación de que nombra usted a menudo a su esposa. Lo he visto en varias entrevistas…

“Yo tengo que estarle agradecido. Llevamos juntos sesenta y tantos años y me ha acompañado siempre. Ha estado conmigo en casi todos los viajes que he hecho con Los Sabandeños. Y hemos estado en 31 países, que no es poca cosa. Ella me cuida. Yo ahora soy más comedido con las comidas y las bebidas, porque la edad y la salud obligan. Pero en mis tiempos jóvenes, si no llego a tenerla cerca, probablemente hubiera cogido rumbos malos”.

-¿Y usted la ha cuidado a ella?

“Sí, todo lo que he podido”.

-¿Cuándo fue su primer contacto con el folclore?

“En la escuela pública, con seis o siete años. Don Antonio Mederos, que fue uno de mis primeros maestros, organizó un pequeño concurso y yo hice una copla, la primera de mi vida: ‘El Día de San Antonio fue el día de mi abuelo/en la escuela ‘La Graduada’ me dieron un caramelo’. Porque el caramelo era el premio. Luego, cuando ingresé en el Instituto de Canarias, se cumplía el bicentenario de su fundación y presenté una poesía relacionada con el folclore: ‘En el continente africano y en la inmensa lejanía/ están las Islas Canarias llenas de nieve y de alegría./ La nieve se la dio El Teide por ser un volcán temido./ La alegría, el Santo Padre, que está en el cielo escondido./ Las Islas de origen guanche, que es palabra primitiva,/ hijo de mi Tenerife, eran significativas’. Eso lo presento yo, me entran unos nervios tremendos y no lo puedo leer. Y Don Juan Álvarez Delgado, catedrático de Latín, que conocía mucho a mi tía María Rosa [Alonso, filóloga, profesora y ensayista canaria, exiliada republicana], se ofreció para leerlo en El Paraninfo. De premio me regalaron ‘Las mil mejores poesías de la lengua castellana’ y ‘Los viajes de Gulliver’. Esos fueron los primeros contactos. No era folclore propiamente dicho, pero sí implicaba hacer una copla, unos poemas…”

-¿Y en lo musical?

“Musicalmente, mi mayor impresión fue en El Hierro. Íbamos los veranos a casa de mi abuelo. Con ocho años, vi a los bailarines bajando de Tesine a Valverde y me quedé asombrado con aquello: me interesó tanto el sonido del pito, aquellos tambores enormes… Luego ayudó mucho mi contacto con Quique [‘El Peta’, también fundador de Los Sabandeños], en los veranos de la Punta. Era medio pariente mío. Yo me quedaba a menudo en la casa de él. Tocaba muy bien el timple, cantaba, me fue enseñando. En la universidad estuve en la tuna y tocaba la pandereta. Iba a las romerías con la parranda de Quique, que formó una especie de cuadro folclórico. Llamábamos la atención porque tocábamos con un tambor y éramos un grupo de ocho o diez personas, sin cuerpo de baile. Como parranda funcionábamos ya en 1964 o 1965. Y en 1967 ya éramos Los Sabandeños. Nos pusimos ese nombre porque íbamos a Sabanda, a casa de Don José Peraza de Ayala, profesor de Historia del Derecho. Él nos grababa en un magnetofón grande que todavía conserva su hija. Nuestra presentación oficial no se produjo hasta 1968 en El Ateneo, pero ya habíamos grabado tres discos, con cuatro canciones cada uno, y las portadas estaban hechas por Juan Galarza”.

-¿Cómo era la situación del folclore?

“El folclore estaba mal visto porque lo tenía acaparado la Sección Femenina, que solo permitía lo que ellos querían. Tú no podías llevar una copla irreverente u obscena. Y más allá de lo que hicieron Los Guaracheros, en Las Palmas, o Don Manuel Hernández y Sebastián Ramos, que llegaron a grabar en Barcelona para la firma Odeón, la cosa no despegaba en Canarias. Pero de repente, grupos más pequeños a nivel nacional, como Jarcha o Mocedades, empezaron a transformar el folclore. Y, poco a poco, fue convirtiéndose en un instrumento de combate contra el ‘statu quo’ de la época. De hecho, la censura tuvo retenido seis o siete meses el primer disco que nosotros grabamos con Columbia”.

-Con el paso del tiempo, sin embargo, en algunos sectores de la cultura hubo un cierto recelo hacia el folclore…

“El enemigo del folclore llegaron a ser los representantes de una cultura elitista que, aunque fuera comprometida, decían despectivamente: ‘Eso es folclórico’. Cuando lo que quiere decir ‘folclórico’ es ‘el canto del pueblo’. Se produjo esa especie de choque entre un folclore que era nuevo, aunque se apoyara en antiguos testimonios o en géneros como la jota o la folías, que ya tenían siglos, y esa élite que lo consideraba chabacano. Que nunca pudo perdonar que le hiciera tanta sombra y que incluso le pasara por encima. La aceptación en el público del folclore fue extraordinaria, porque le recordaba a la gente las melodías de sus abuelos, tenía una apoyatura ancestral extraordinaria”.

-Pero también hubo la sensación, ya en democracia, de que se intentaba equipar lo canario con lo folclórico. Y de que había una confluencia entre una parte del mundo del folclore con ATI y Coalición Canaria…

“Sí, por una razón o por otra, algunos partidos jugaron esa carta, sobre todo los llamados nacionalistas, quizá porque hubo coincidencias entre los elementos que estaban en una parranda y luego militaron en determinados lugares. El PNV también tenía un gran aparato folclórico de danzarines. Y aquí ocurrió un poco lo mismo con ATI y con CC. Es cierto que el folclore llegó a politizarse. Pero yo creo que eso ha ido desapareciendo. Y me parece bien. En cambio, a lo mejor algunos de los que venían de la Sección Femenina terminaron yendo al PSOE”.

-Usted comenzó militando en el nacionalismo de izquierdas…

“Sí, en una facción del nacionalismo de izquierdas que se creó en la universidad, con César Rodríguez Placeres. Fundamos el Centro de la Cultura Popular Canaria. Era un movimiento que tenía sus ramificaciones. Me parece que se llamaba algo así como Partido Socialista Nacionalista Canario. Mi preocupación por la política siempre ha tenido el ascendiente de mi padre, que había sido diputado de la II República y que se había tenido que exiliar, igual que mi tía María Rosa. Yo era de una de esas familias que habían perdido la guerra”.

-Y fue candidato de la Unión del Pueblo Canario al Congreso de Los Diputados en 1979…

“Sí. Salió Sagaseta por Las Palmas y yo me quedé aquí a 200 votos de conseguir el escaño”.

-¿Y por qué se hace luego usted de ATI?

Como no salí de diputado, me retiré y me puse a escribir ‘El giro real’, una novela que luego fue Premio Prensa Canaria. Al ganador le daban 1.200.000 pesetas. Yo nunca había visto tanto dinero junto. Después de la novela, me dediqué más a temas de investigación y preparé un estudio sobre el folclore canario. Entré también en Radio Club, donde Paco Padrón me encargó una crónica diaria sobre política internacional, y también trabajaba en El Día. Pero un día me llamó Manuel Hermoso, que era alcalde de Santa Cruz. Fuimos a la dársena pesquera y empezamos a caminar: ‘Elfidio, yo creo que el único camino que tienes es integrarte con nosotros. ATI no es extremista, defiende a los canarios’, me dijo. ‘¿Y qué quieres tú que haga yo?’, le pregunté. ‘Pues te metemos en la candidatura del Senado como suplente de Galván Bello’, me contestó. También me apetecía el parlamentarismo, igual que había hecho mi padre. Se produjo una votación en el seno de ATI y hubo gente que se negó a que yo entrara. Entonces me defendió Galván Bello: ‘¿Se están quejando de que Elfidio era comunista?. ¿Y yo no he sido falangista y estoy aquí?’, les dijo. Entonces convenció a los díscolos y entré”.

-Con los años se formó CC, ¿cómo ve la situación del partido actualmente?

“Pues muy por encima. Yo veo que CC ha tenido una desgracia, que fue la escisión de Román, que la ha dejado coja en Gran Canaria, aunque en Tenerife se defiende todavía muy bien. Y probablemente falten teóricos que puedan renovar ideológicamente los postulados políticos. Pero la base está ahí: no ser sucursalista de ningún partido de ámbito nacional”.

-Usted es un hombre de una cultura universalista, omnívora. No veo yo mucho esa mirada en CC…

“No éramos muchos de ese talante. Un universalista en CC era Victoriano Ríos, no era nada sectario. También, en otra dimensión, Paco Ucelay. Pero a esos no los tienes ya. Hay algunas personas valiosas, pero luego ves a muchos candidatos que son una gente alicorta. A mí eso no me entusiasma. Incluso Manuel Hermoso o Adán Martín eran ingenieros, gente formada, los veías con libros en la mano, preocupados. Hoy, qué va, yo estoy muy desengañado. Y ha habido mucha puñalada dentro del partido. Y claro, eso ha tenido que doler. Que tú ganes tres elecciones seguidas a La Laguna y luego veas las maniobras orquestadas para quitarte metiéndote en la lista al Parlamento con el objetivo de darte el cerrojazo al final de la legislatura… Y encima ves que era gente corta, muy mediocre, situados ahí con el puñalito. Eso no se olvida, es de las peores cosas que hay en la política”.

-Profesionalmente, usted se considera, sobre todo, un periodista, ¿no?

“Sí, aunque primero estudié Derecho. Pero nunca lo ejercí, salvo un tiempo de pasante con Don José Víctor López y una sustitución como fiscal que me pidió que le hiciera Don José Pereza de Ayala durante unas vacaciones. El mundo de la justicia estaba muy condicionado por el régimen. Lo del periodismo empezó antes de terminar la carrera, cuando Domingo Rodríguez, que tenía Jornada Deportiva, me pidió una crónica sobre un partido decisivo que jugamos los juveniles del Canarias, donde yo estaba, contra el Náutico. Ganamos nosotros e hice la crónica con una máquina de escribir que había en la droguería de Fernando González. Yo dictaba y el padre Adán la escribía. A Domingo le gustó y empecé a escribir sobre baloncesto en Jornada. Y como me gustaba el cine, empecé a hacer crítica en La Tarde. Luego, Ernesto Salcedo, director de El Día, me echó el lazo. Yo no quería firmar en el periódico porque todavía tenía el escudo de Falange en la portada. Y le dije que aceptaba si podía firmar con seudónimo. Elegí el de Quinlan, que era el comisario corrupto de ‘Sed de Mal’, un papel protagonizado por Orson Wells, que también era el director. Fue la primera película sobre la que hice una reseña para El Día. Luego se abrió la escuela de periodismo y en la primera promoción me meto yo, con gente como Pepe Alemán. Cuando terminé y el Ministerio de Información y Turismo me dio el carnet de periodista, pasé a ser redactor en El Día. Y luego estuve de redactor jefe durante 14 años…”.

-¿Y cómo era el periodismo tinerfeño de entonces?

“Pues había de todo. El equipo joven de El Día, donde estaban Juan Cruz, Luis León Barreto, Julián Ayala o Julio Pérez era muy valioso y muy comprometido. Eran todos izquierdosos. Hicimos cosas fantásticas, como el ‘Envido 7’, una sección de combate: con la parodia del juego del envite hacíamos una crítica dura sobre las situaciones que considerábamos anómalas. Luego estaban las páginas literarias. ¡El Día llegó a tener dos! Una la llevaba Juan Cruz y otra la hacía yo, que también tenía una columna de política internacional e hice secciones de ámbito local, como ‘Aquí La Laguna’. Además, como era el redactor de cierre, estaba subiendo escaleras todo el día para coger los teletipos y seleccionar las noticias. Así que organizaba el periódico. Ernesto Salcedo me enseñó mucho. Limpió el El Día. Se quedó con los jóvenes y mantuvo a raya a las viejas reliquias falangistas, como Francisco Hernández o Francisco Ayala. Además, era muy buen columnista, muy buen escritor, escribía un artículo diario que era muy leído”.

-Mire, ¿y cómo reconstruyó su relación con su padre? Ustedes estuvieron muchos años separados…

“ Yo tenía nueve meses cuando él se fue. Salió de estampida porque se enteró del golpe militar. Llamó a Don Luis Figueroa y le dijo: “Don Luis, yo me voy mañana en barco, porque me he enterado de esto”. Don Luis no se fue porque tenía un juicio. Y al día siguiente lo desaparecieron. La primera vez que vi a mi padre fue en París, con mi madre. Tenía 14 años. Y estuve allí 40 días. Él estaba de corresponsal de dos revistas, de cronista de moda y política. Luego lo vi en Madrid. Coincidió con la ejecución de Julián Grimau, en 1963. Estuvimos en la librería de Fernando Fe, junto a la Puerta del Sol, con José Bergamín y Luis Buñuel, que había venido para una especie de estreno clandestino de ‘Viridiana’. Y luego ya no nos encontramos más hasta que Los Sabandeños fueron a Venezuela en el año 70, donde estaba con su segunda mujer, que era una escritora y diplomática venezolana. Vino a todos nuestros recitales en la Casa de Canarias. Incluso vimos a otros parientes y volvió a encontrarse rodeado de la canariedad que había perdido. Con la democracia, vendió su piso de París y se fue a vivir al País Vasco. Y allí entramos en una familiaridad que no habíamos tenido nunca. Cuando se murió su mujer, él ya estaba pensando en irse a un asilo, pero yo le dije que se venía conmigo a mi casa de La Laguna. Mi tía María Rosa también se vino. Yo creo que fueron unos últimos muy buenos años para él”.

-Volviendo al folclore, ¿cómo lo ve actualmente?

“Pues yo soy optimista. No solo han proliferado muchos grupos del corte nuestro, sino que hay una mayor autenticidad folclórica. También se cuida mucho la presentación, la pulcritud de los trajes. Y luego han salido voces muy buenas. Últimamente, sobre todo de mujeres. Nosotros hemos cantado recientemente con Almudena Hernández, que es de Lanzarote y de La Graciosa. Es magnífica. Y cantamos en Arucas con Fabiola Trujillo, que es estupenda también. Su pareja es José Carlos Sierra, un tenderetero y folclorista que está trabajando con mi cancionero, recopilando también opiniones de media humanidad. Y yo estoy muy ilusionado con eso”.

¿Cuál ha sido la clave para esta situación actual tan positiva?

“Varias. En primer lugar, que el folclore libre le ganó la partida al folclore servil. Se incorporaron canciones y géneros que antes estaban mal vistos. Y, ante la importancia que ha adquirido a nivel nacional, con la antología del profesor García Matos, se ha empezado a pagar derechos de autor a quienes han aportado cosas nuevas. También ha ayudado la industria discográfica. Y las redes: hoy pides cualquier género y lo tienes enseguida. Además, ha ido desapareciendo esa visión despectiva. Ya no se dice: ‘Este es un folclórico’. No, un folclórico tiene que tener conocimiento”.

-¿Y Los Sabandeños gozan de buena salud?

“De muy buena salud. Nos sentimos muy contentos de tener una guarida como la Casa – Museo . Y estamos haciendo un estudio de grabación en la parte de arriba. Ya tenemos cuarenta y tantas actuaciones contratadas para este año. Lo seguimos pasando bien juntos. Y a mí me tienen entre algodones, porque ven que ya estoy en las últimas y no tengo mucha etapa que recorrer. Pero yo estoy muy contento con los componentes, con los que quedan de otra época, que han demostrado apego y fidelidad, y con los más jóvenes, como Besay Pérez o Javi Hernández, que son cantantes extraordinarios”.

-¿Le duelen las crisis que hubo por el camino?

“En su momento sí. Pensaba que no había necesidad en un grupo que era casi ‘amateur’. Pero yo creo que tanto los que se marcharon como los que se quedaron hemos ido olvidando y no tiene ya tanta importancia. Algunos de los que se fueron eran muy valiosos. Pero llegaron otros muy también”.

‘De los derrotados de la Guerra Civil al moderno nacionalismo canario

Cuenta Elfidio Alonso que solo duró un trimestre como profesor de la Escuela de Periodismo de la Universidad de La Laguna porque querían obligarlo a firmar los ‘Principios Fundamentales’ del Movimiento Nacional franquista. Él, hijo del periodista Elfidio Alonso Rodríguez, exiliado, diputado de izquierdas en la II República, director del ABC durante la Guerra Civil -que le fue incautado a sus muy monárquicos propietarios-, no podía firmar aquello. Esa conciencia de haber sido hijo de los vencidos de la Guerra Civil lo atravesó desde muy joven. Sin embargo, no le impidió, muchos años después, formar parte de ATI con compañeros, como José Miguel Galván Bello, que habían sido notables figuras del régimen franquista en la Isla. Dice que la Transición permitió abandonar las purezas y los dogmatismos. Y que los que no lo hicieron, “fracasaron”. Entre todo esto y lo que vino después, una vida dedicada a la música y al periodismo, diez años como alcalde de La Laguna y su contribución al “moderno nacionalismo canario”, como lo llamó Victoriano Ríos.

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