“Qué curioso, ¿tendrá éxito este sitio?”, pensé la primera vez que vi La Anteojería, la tienda de gafas de madera que Eugenio abrió el 5 de junio de 2021 en la calle San Agustín de La Laguna. Cada negocio tiene una historia. Y la suya empezó, al menos, en 2003, cuando llegó desde Argentina a Barcelona a ganarse la vida.
“Julio ha sido un mes duro. Y junio bastante normal, pero abril y mayo fueron espectaculares. No se sabe muy bien qué pasa ahora. No hay gente en la calle. Pregunto a otros negocios de la zona y están igual. Vamos manteniéndonos, pero hay mucha incertidumbre”, me cuenta.
Aunque también es un momento dulce, pues la venta de gafas ha despegado mucho desde que abrió el negocio, ocho años después de empezar a fabricar de forma obsesiva sus primeras monturas de madera en un pequeño taller de Tabaiba.
Pero no se llega a hacer gafas de un día para otro: después de años trabajando en Gualba, provincia de Barcelona, en una colonia vacacional para niños donde hacía labores de mantenimiento, Eugenio necesitaba cambiar. Era 2008. “No me veía con cincuenta años haciendo el mismo trabajo. Pero el traspaso del dinero es endogámico. Si uno no está acomodado por su familia o le toca un premio, las ocho horas de trabajo no se las va a quitar nadie. Así que lo mejor es que sea en algo que le guste. Yo siempre había tenido una inquietud artística muy vinculada a la música, pero no tocaba bien”.
Se marchó a viajar por Latinoamérica. En La Paz, Bolivia, conoció a Martín Mamaní, un lutier que le enseñó a construir instrumentos musicales. Regresó a Barcelona, siguió formándose, compró herramientas y se mudó a Santa María de Palautordera, pueblo con bastante actividad musical donde se dedicó al mantenimiento de instrumentos en la banda de unos colegas. Un día fue a una fiesta en la casa de una amiga en Barcelona. Había una chica argentina. De Tucumán, como él. Vivía en Tenerife. Lo invitó a visitarla. Empezaron a salir juntos. Se vino a la isla. Era 2011.
“En lo laboral, fue duro. Aquí hay muy buenos lutieres, especialmente en el timple. De guitarra hay gente como David Sánchez, que es un crack. Luego está la dificultad de traer las maderas: los tiempos de envío, Correos… Y, sobre todo, Aduanas, que no les importa nada, es una cosa terrible”, afirma. “Además, está la industria, que a veces es tediosa y no aporta mucho, pero otras es magnífica y trabaja muy bien. Te compras una Fender acústica que cuesta 400 o 500 euros y es un avión. Y es bellísima. Con un acabado hermoso que yo no puedo lograr. Ni comprar esa cantidad de materiales. Ellos tienen bosques propios, con una madera buenísima”.
Lo de las gafas de madera se lo propuso un amigo. Hizo suya la idea enseguida, como si le hubiera producido una explosión en la cabeza. “Aunque estuve a punto de dejarlo en varios momentos porque no lograba el resultado que quería”. Pero dice Eugenio que él siempre se ha encontrado en el camino con gente dispuesta a echarle un cabo. Como Javier Martín, directivo de Essilor, una multinacional de lentes con fábrica en Los Majuelos, que le ayudó a conseguir materiales y a entrar en contacto con algunas ópticas. “Es difícil. En muchas ópticas, el margen de ganancias que te piden es muchísimo. Además, las grandes marcas no te dan lugar, presionan para que no se vendan tus gafas”, asegura.
La Anteojería, donde también trabaja su hermano Nicolás, ayuda a solucionar muchos de estos problemas. De aspecto cálido y llena de madera, es también un buen espacio para visualizar el concepto del producto. “Lo primero que yo ofrezco es mi trabajo, la artesanía, que es donde me siento fuerte. Y luego hay una filosofía en la propuesta comercial, la de un producto sostenible donde intento ser íntegro y me guío por la inspiración, la dedicación, la innovación”. Las gafas tienen garantía total. “Cualquier cosa que suceda, te doy unas nuevas, aunque el accidente lo provoques tú. La idea es que apuestes por un producto diferente. Y si tienes la mala suerte de que le pasa algo, que sepas que estás cubierto”, explica. “Aunque si vienes todos los meses con la gafa rota, a lo mejor tenemos que hablarlo”, bromea. Los precios oscilan entre los 120 y los 250 euros.
Eugenio también vende en ferias. Para poder hacerlo, tuvo que sacarse carné de artesano del Cabildo de Tenerife. No encontraba el epígrafe en el que encajar su actividad y optó por el de artesano de la taracea, una técnica de incrustación en madera que también utiliza para sus gafas y es muy típica de Siria, el país donde nació su abuelo.
Dice que venir a las Islas fue fundamental para forjarse como artesano. “En Barcelona, mi camino habría sido otro. Me siento muy agradecido a este lugar, terminé de encontrarme laboralmente gracias a la artesanía canaria”, asegura. “Aquí, el colectivo artesanal es muy potente, tiene mucho que ofrecer, está preparado para abastecer al comercio local. Es creativo, responsable, trabaja con mucha seriedad, pero está abandonado a pesar de formar parte del patrimonio cultural”.
Eugenio pide que el Cabildo y otras administraciones impulsen más ferias de artesanía, que haya puntos de venta fijos en enclaves estratégicos de la isla donde los artesanos puedan vender, mayor visibilidad en lugares como La Laguna o Santa Cruz, mejor difusión por Internet. Y que la artesanía pueda ser uno de los ejes temáticos del nuevo modelo turístico del que tanto se habla, con rutas específicas. “Por eso lucho. Intento aprender y soy muy respetuoso con el entorno. Y creo que puedo aportar cosas con fuerza, con crítica, con demanda. Creo que así tiene que ser”.