tribuna

Pero ¿dónde se han metido los ministros?

Puede que usted piense que se trata de otra serpiente de verano, pero el caso es que parece que en el ánimo de algunos ministros se ha extendido esa incómoda sensación de que en los ámbitos del jefe hablan de ellos, pero no con ellos; de que se está realizando desde la altura máxima del poder una especie de evaluación, lo bien hecho, lo mal, y lo nulo, que en algún caso esto último es mucho. Eso se traduce en algunas crónicas en las que se asegura que Sánchez piensa, baraja, una crisis gubernamental de cierta envergadura para este otoño. Nadie sabe, desde luego, con certeza cuáles son los planes del hombre de La Mareta, porque nombrar y separar ministros es potestad y responsabilidad exclusivamente suya. Yo lo único que digo es que los periodistas podemos arriesgarnos en exceso, malinterpretar las señales de humo o exagerar lo que nos susurran; pero es muy raro que un periodista se invente las cosas así, sin más. Y habrá o no crisis inmediata, pero hablarse de ella en círculos influyentes, se habla.

Para no remitirme a trabajos ajenos, yo me mojaría diciendo que es evidente la necesidad de una remodelación ministerial de cierta envergadura. Hay ministros/as que parece que ni se han estrenado todavía y lo cierto es que apenas se nota si están o no de vacaciones, porque en pleno período laboral apenas hacen nada tampoco, excepto, en alguna ocasión -¿recuerda usted la famosa foto robada de unas señoras en la playa?-, el ridículo.

Y esa remodelación, pensando en la cita con las urnas previstas en principio para 2023, pero más aún pensando en la que nos viene este otoño, tendrá que hacerse, digo yo. No todo ministro sirve para un roto y un descosido, ni para actuar en todas las coyunturas. Además, se nos echan encima unas elecciones autonómicas y municipales clave, en mayo, y el presidente tendrá que echar mano, aseguran quienes creen que saben, de algún miembro del Gobierno para convertirle en candidato. Se habla de al menos dos, para cubrir, entre otras, las candidaturas socialistas municipales en Madrid y Barcelona. Lo más importante, sin embargo, es que el Ejecutivo funciona mal, o, mejor, funciona desacompasadamente.

Una ministra me comentó, de pasada, que muy pocos de sus colegas en el Consejo se enteran a tiempo de las decisiones presidenciales y de las de su círculo más cercano, no siempre radicado en Moncloa. Hay ministros/as que no se hablan, pura y simplemente, con otros/as. Y hay decisiones en algún departamento que, por lo extemporáneas y surrealistas, horrorizan en los ministerios vecinos, más sensatos.

Así que no me extraña la, por otra parte, lógica desaparición de la mayor parte de los miembros del Ejecutivo en esta época de ocio. El afán por salir en los medios se ha sustituido por un prudente compás de espera: más vale no hacerse notar, no vaya a ser que metas la pata y la fuente de todo poder recuerde que, como el dinosaurio de Monterroso, aún sigues ahí. Ahora, como decía Pío Cabanillas, lo urgente es esperar.

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