El profesor del Departamento de Didácticas Específicas de la Universidad de La Laguna (ULL) José Farrujia de la Rosa, doctor en Prehistoria y en Humanidades, y experto en el estudio de los antiguos pobladores de Canarias, ha sido noticia estos días. Una fotografía suya, que recoge el registro del solsticio de verano sobre una espiral del yacimiento rupestre de El Verde, en El Paso (La Palma), ha sido premiada como mejor imagen del año (The European Archaeologist Photojournalist of the Year) por la Asociación Europea de Arqueólogos.
Esta entidad, que cuenta con más de 11.000 miembros, cuya procedencia trasciende el continente, dedicará en 2023 a dicha fotografía la portada de uno de sus boletines, que se distribuirá en más de 60 países. Asimismo, será la imagen que utilizará la asociación en las redes sociales para difundir sus iniciativas.
VER PARA CONOCER
La fotografía de Farrujia es el reflejo de un exhaustivo trabajo. El Área de Didáctica de las Ciencias Sociales de la ULL desarrolla el proyecto Aprendizaje activo y patrimonio cultural desde la didáctica de las Ciencias Sociales. “Uno de los aspectos en los que incidimos es en la educación patrimonial -explica-, a partir de una serie de estrategias y herramientas que impliquen salir del aula. Lo que hacemos es enseñarle al futuro profesorado de Primaria cómo plantear unos itinerarios didácticos que se adapten al conocimiento de la realidad patrimonial de las Islas”.
“Con este proyecto de innovación apostamos por una enseñanza en la que, para trabajar la educación patrimonial, el alumnado debe, sí o sí, tomar contacto con esa realidad”, argumenta. “No cabe el aprendizaje memorístico, no cabe la asimilación de conceptos sin que exista una toma de contacto real con lo que se estudia”, apostilla.
Una de las vertientes de la labor de Farrujia de la Rosa ha consistido en sacar fotografías con valor didáctico. “La imagen premiada -expone- recoge un fenómeno que se produce tan solo una vez al año. Se trata de una puesta de sol en el solsticio de verano. En las puestas de sol, los indígenas buscaban espacios en los que el sol entraba por una vaguada o hueco. El astro era metafóricamente engullido en su descenso hacia la oscuridad”.
“Si yo, como maestro de Primaria -continúa Farrujia-, llevase a mis alumnos a ese yacimiento, lo importante es que los estudiantes contemplen el lugar donde las antiguas poblaciones registraban este fenómeno. Y si la visita no coincide con ese hecho, que se produce casi a finales de junio, los profesores y las profesoras tendrán una imagen que les permitirá explicar de forma muy clara cuál es el fenómeno en cuestión que queda registrado en el yacimiento en ese día concreto, el solsticio”. “Cuestiones de estudio antes tan en boga, como las medidas y las características de los grabados, que no dejan de ser importantes, han de complementarse con el conocimiento del entorno natural”, subraya. “¿Por qué?, porque las poblaciones indígenas seleccionaban determinados espacios para realizar sus grabados. No están ahí de forma azarosa, sino que son fruto de una observación que requiere una práctica reiterada en el tiempo”.
EL CONTEXTO
Saber cuándo se produce la llegada del verano era esencial para los antiguos canarios. “Estamos ante sociedades agrícolas y, mayormente, ganaderas -apunta el profesor universitario-, en las que era una cuestión vital conocer dos momentos muy concretos en el año, el solsticio de invierno y el de verano. Cuando llegaba este último era el tiempo de juntar a los machos y las hembras de las cabras, para garantizar luego su crianza en octubre o noviembre, y también el de comenzar a recoger la cosecha”. En el caso de Tenerife, a partir del solsticio empezaban además los preparativos para el beñesmén [en agosto].
“El solsticio de verano era una fecha clave, hasta el punto de que para las sociedades indígenas representaba el comienzo del año, no enero, como lo es para nosotros en el siglo XXI”.
Hay una cuestión clave en el estudio de las antiguas poblaciones del Archipiélago que, para José Farrujia, no se debe obviar: “No podemos entender la historia de Canarias si únicamente nos limitamos a estudiar aspectos relacionados con la materialidad, como las manifestaciones rupestres, la cerámica, etcétera. Conocer el contexto natural en el que se desarrollan es fundamental”, recalca. “El conocimiento del patrimonio cultural hay que enfocarlo de una manera transversal, no ciñéndonos solo a la arqueología, sino incorporando otras disciplinas que trascienden la estrictamente arqueológica”, expone. “Cuestiones que tienen que ver, por ejemplo, con la propia realidad orográfica de las Islas o con por qué determinados yacimientos aparecen en determinados sitios y con determinadas orientaciones”.
Al avanzar en este conocimiento se refuta ese tópico existente, al menos entre los legos en la materia, de que los guanches eran ganaderos que vivían en cuevas y poco más. “Los primeros pobladores de Canarias -señala Farrujia- llegan del norte de África. El cielo que ellos conocían allí es el mismo que contemplan luego en las Islas. Traen un conocimiento acumulado y lo adaptan a la realidad insular. Una adaptación que, en todo caso, es el fruto de una práctica ancestral, de una observación del cielo milenaria”. “Probablemente, esa visión simplista del pasado -agrega- ha estado condicionada por el predominio de la materialidad en su estudio del que hablábamos: las cuevas, la cerámica… Sin embargo, cuando analizamos la cosmovisión de esas personas nos damos cuenta de que, efectivamente, eran sociedades mucho más desarrolladas y complejas de lo que pensábamos”.
Y en el fondo, concluye el profesor universitario, la fotografía del solsticio de verano en La Palma revela también una significación que Canarias comparte con otras culturas, como las del antiguo Egipto o, en el ámbito anglosajón, las que se revelan en Stonehenge o Newgrange. “Es decir, que lo que nos muestra esa imagen nos conecta con un aspecto de la condición humana que supera la escala regional”, indica el profesor José Farrujia de la Rosa.