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La Paz de la Humanidad, la Copa del Mundo

La Fundación Diario de avisos edita, en formato digital, un nuevo libro, ‘El año de Messi y Zelenski. Biografía de 2022’, de Carmelo Rivero, cuya portada ha sido diseñada porJesús J. Rodríguez, que podrá descargarse en diariodeavisos.com
La Paz de la Humanidad, la Copa del Mundo

Cuando a finales de los años 60, Nigeria vivía una sangrienta guerra civil, en la crisis de Biafra, hubo un día en que callaron las armas, para celebrar un partido de fútbol amistoso en la ciudad de Benin. Y la tregua se extendió durante tres días de febrero de 1969 en que visitó el escenario bélico el Santos de Pelé durante una gira africana del legendario equipo brasileño. Fue el día que Pelé, cuya muerte con 82 años se produjo en Sao Paulo al final de 2022, paró una guerra. “Aprendí pronto de mi padre Dondinho que el futbol debe ser un instrumento para el bien… Eso lo apliqué a mi vida, usando mi talento para promover el amor y la paz”, dijo el astro recordando aquel episodio de su trayectoria.

Las guerras y el fútbol han tenido una relación atávica, primitiva. El historiador Johan Huizinga indagó en las raíces del juego, el instinto agonal humano por el que golpear objetos en sentido lúdico con los pies, por ejemplo, ha acabado derivando en una manifestación competitiva de las dimensiones de un campeonato mundial. El homo ludens va al frente y, en ocasiones, como en las treguas navideñas de la Primera Guerra Mundial, los dos bandos juegan al fútbol.

Al principio, fueron las piedras y, dado que la historia de la civilización aflora en la niñez, es plausible pensar en remotos practicantes que recolectaban pelotas rocosas que tanto podían servirles para jugar en la infancia como para enfrentarse a pedradas cuando entraban en conflictos y desavenencias. Hubo una guerra del fútbol, que compaginó esa doble vertiente del juego y la pendencia con fuego real, entre El Salvador y Honduras, en 1969. Los hechos se desataron en medio de una coincidencia desgraciada de rivalidades fronterizas y futbolísticas, que se tradujo en una guerra de cuatro días con armamento obsoleto y una eliminatoria para el Mundial de México 1970 que se decantó a favor de El Salvador. La llamada Guerra del fútbol, que dio lugar a un reportaje del célebre periodista polaco Ryszard Kapuscinski, viene a cuento de la actual tesitura en que el balón rodó en Catar mientras era bombardeada Ucrania por Rusia con las miradas del mundo ante dos iconos indiscutibles.

Messi y Zelenski ilustran, iconográficamente, este año 2022 que dejamos atrás por esos misteriosos vínculos y paralelismos.

Una guerra que se prolonga más allá de 300 días (iba a durar 24 horas, según los cálculos optimistas que se atribuyen a Putin) hace del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, el gran símbolo de una época. Estamos hablando de una guerra generacional, que marcará el rumbo de la historia para lo que resta de siglo. No de un mero contencioso fronterizo entre la extinta URSS con nostalgias imperiales y el pequeño vecino apetecible que zamparse de un bocado. Sino del foco incendiario de lo que se ha descrito como la amenaza de la III Guerra Mundial y primera de carácter nuclear de la historia, nada menos. El Armagedón, como lo llamó Joe Biden. Esta sí, la madre de todas las batallas. Lo de Catar ha sido un Mundial en las barricadas. La Argentina de Messi no era el equipo favorito. Todos los megáfonos clamaban por Brasil, por Francia, por Inglaterra, por la siempre sólida Alemania. Arabia Saudí se reivindicó en el debut y arruinó todas las esperanzas de Messi, derrotando a la autogestionaria selección albiceleste, cuyo crédito quedó reducido a la nada. Cuando las tropas rusas, en su primera incursión sobre Kiev, en febrero, avanzaron en bloque como si fueran a entrar a puerta vacía con el balón en los pies, pensamos que Ucrania, presidida por un cómico sin gran experiencia política como Zelenski, iba a perder la guerra por goleada. Sería pan comido. Cuestión de horas.

Argentina se repuso, paso a paso, partido a partido y desafió su historia de 36 años en blanco. Cuando se plantó en la final, los presentimientos no le eran favorables. Una oleada de suspicacias sobre la consecución de la sede y organización del campeonato, con la política estajanovista de construir los estadios sin contemplaciones ante las altísimas temperaturas del desierto al coste de vidas humanas, hacía de la monarquía catarí un régimen capaz de amañar la Copa. Y eran un secreto a voces los buenos oficios del presidente francés, Emmanuel Macron, y, supuestamente, del propio emir Al Thani, dueño del Paris Saint-Germain, para arropar a su joya de la corona, el joven portento Mbappé, frente a un Messi en retirada.

En Kiev, el previsible desenlace del expeditivo ataque ruso inicial, hacía presumir que estaba cantado. Rusia, la principal potencia nuclear del planeta, no admitía reparos a una victoria aplastante sobre un anárquico ejército con armamentos recurrentes, ni la OTAN ni EE.UU. osarían entrometerse exponiéndose a una guerra nuclear por un territorio que no pertenecía siquiera a la Unión Europea. Era un pronóstico inobjetable. La guerra es la guerra. Y el más fuerte es el ganador. Putin esa noche se retiró a dormir a sus aposentos, a buen seguro, convencido de que a la mañana siguiente sus generales le darían la noticia burocrática de la victoria sobre el débil enemigo indefenso. Un clown no se le podía medir ni, naturalmente, en arsenal, ni en estrategia ni en liderazgo militar ni en bagaje ni en sangre fría ni en fama de “asesino” (como lo había llamado el presidente de los EE.UU.) ni, por supuesto, en el calibre de los aliados internacionales.

Él tenía a un socio privilegiado, el chino Xi Jinping, con quien firmó en las vísperas un acuerdo ilimitado de asociación, en la jornada inaugural de los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín, una muestra de amistad “sin áreas ‘prohibidas’ de cooperación”, contra Estados Unidos para construir un nuevo orden internacional, basado en sus propias interpretaciones de los derechos humanos y la democracia. Los dos pronósticos erraron.

La final del Mundial la ganó Argentina en un partido agónico. Zelenski salió a las calles de Kiev y se filmó con el móvil desafiando a las bombas de Putin. No era La vida es bella, de Benigni, pero lo parecía. Eran los pájaros contra las escopetas. El invasor ruso no tardó en recular y la valiente Ucrania se rehízo heroicamente hasta el punto de contar con opciones de lograr la victoria. Y no, la OTAN, Washington y la UE no se arredraron y armaron cuanto pudieron a Ucrania pese a los alaridos de Rusia con el chantaje de apretar el botón nuclear. Zelenski viajó en diciembre a EE. UU. y habló en el Capitolio como si jugara su final. La Copa del Mundo se dilucidó dentro del perímetro de 2022. La de la guerra solo podrá levantarla el que la gane en 2023 o cuando corresponda.

servidor del pueblo

El Zelenski de la realidad acabó fundiéndose con el de la ficción que protagonizara como actor una serie televisiva titulada Servidor del pueblo, una sátira política en la que un profesor de historia de secundaria se hace viral con un discurso contra el Gobierno y la corrupción en un vídeo grabado por sus alumnos subido a YouTube y se convierte en presidente de Ucrania. Fue elegido presidente en la vida real en 2019, cumpliendo el destino de Vasyl Petrovych Holoborodko, el personaje que había encarnado en la pequeña pantalla, con una holgada mayoría absoluta (más del 73%) al frente de un partido del mismo nombre que su serie de éxito. El país que empezó a gobernar meses antes de que estallara una pandemia en el mundo estaba condenado a enfrentarse con un vecino sin escrúpulos. Una corta vida como estado independiente tras independizarse de la URSS en 1991 sumió a Ucrania en la continua amenaza de ser invadida. Cuando el presidente títere del Kremlin, Víktor Yanukóvich, perdió el poder, tras la efímera revolución naranja de 2004 a raíz de un fraude electoral, su sucesor, Víktor Yushchenko, engrosó de inmediato la lista de víctimas envenenadas en la órbita de la KGB, y su rostro se desfiguró monstruosamente por una peligrosa dioxina mezclada en un plato de arroz durante una comida de trabajo. Cuando la cara de viruela de mono de Yushchenko y la trenza más famosa del mundo, la de Yulia Timoshenko, la princesa del gas, eran historia, brotó este actor cómico que en sus giras hacía reír al país y asumió un papel que iba a constituir un compromiso dramático.

Lo que el año que nos ocupa ha puesto de manifiesto es que David puede ganar a Goliat en el siglo XXI, como en el lance bíblico entre el joven de la honda y la piedra y el gigante filisteo, ahora en un campo de fútbol o en un campo de batalla. La alegoría anida en el inconsciente de esta guerra, hasta el punto de que Zelenski ha retado a Putin, como en una ordalía de la Edad Media, a resolver sus diferencias en un duelo personal.

Una selección a todas luces inferior liderada por un capitán de 35 años fue capaz de doblegar a otra con mayor potencial, campeona del Mundo tras su gesta, precisamente, en Rusia en 2018, dirigida por un delantero de 24 años. Messi había llegado a Catar como a su última orilla. Tres mundiales anteriores lo dejaron sin el premio y esta era su última oportunidad.

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