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Un programa de Los Realejos da apoyo a las personas solas

El Ayuntamiento cuenta con un programa para apoyar, acompañar y facilitar la participación y la vida activa de las personas que viven solas con el fin de ayudarlas a recuperar habilidades sociales y quitarles miedos
Un programa de Los Realejos da apoyo a las personas solas
Un programa de Los Realejos da apoyo a las personas solas. | DA

Los días que Patricia iba a casa de Olga todo cambiaba. “Me voy a levantar porque ahorita viene Patri”, se repetía a sí misma, y se preparaba para esperarla. Se vestía y buscaba todas las tareas de manualidades que le había dejado pendientes y que ella finalizó con dedicación y mucho cuidado.

Olga Martín Regalado tiene 82 años, es natural de La Orotava, pero desde 2003 vive en Los Realejos, en la zona de La Montaña, y ha sido una de las beneficiarias de la iniciativa puesta en marcha por el Ayuntamiento para apoyar, acompañar y facilitar la participación y la vida activa a las personas que viven solas, a las que se les ha ayudado a recuperar habilidades sociales y quitarles algunos miedos.

Las tareas y actividades que se realizan dependen de las necesidades de cada usuario y de la zona en la que viven, y van desde salir a pasear y comprar a tomar un café en una plaza, hasta ir al médico, a la farmacia, hacer manualidades, visitar amigos y familiares o la estimulación cognitiva.

Olga tiene 82 años y enviudó hace 11 años. Y, aunque no necesita asistencia permanente, sus tres hijos tienen su familia, su vida, y “yo tengo la mía aquí”. Cuenta con su apoyo incondicional y su cariño, pero lo difícil es el día a día, estar en su casa sola, con la única compañía de Chati, su perra, dado que vive en una calle con mucha pendiente que le dificulta poder salir a dar un paseo, ya que, además, tiene problemas de movilidad.

No quería más animales, pero cuando vio su foto, pensó que podía quedar abandonada, porque su dueña no podía tenerla. Por ello, no dudó en llevarla a su casa. Ahora Chati es su sombra, le sigue a todos lados y la complace con piruetas con las que presume ante sus invitados. Se prepara la comida y sabe utilizar el teléfono móvil sin problema, envía a sus allegados mensajes de audios y fotos.

“Espero que no desaparezca el servicio”

El año pasado le ofrecieron el servicio, le encantó y este año repitió, y “le reencantó”, bromea. Sobre todo porque ha hecho muy buenas migas con Patricia García Fariña, la integradora social, y eso se nota. Solo pide “que dejen a Patri y que el servicio no desaparezca”, dado que acaba de terminar el convenio con el Cabildo que permitió ponerlo en marcha, aunque el Ayuntamiento tiene intención de asumirlo como propio a partir del próximo año.
Patricia iba a su casa los lunes y miércoles, y el tiempo que se quedaba variaba, igual que con el resto de usuarios. Al principio solo hablaban, pero después se entusiasmaron con las manualidades hasta el punto de que Olga se ha convertido en una verdadera artista. Ha sido un descubrimiento para ella misma, porque nunca le gustó.

Empezó a pintar por casualidad hace cinco años, como consecuencia de una operación de rodilla. Estaba en el hospital y una de sus hijas le regaló una mochila con un libro de mandalas y crayones. “Le puse mala cara porque no había pintado en mi vida y no entendía por qué lo tenía que hacer ahora”, cuenta.

Sin embargo, empezó y ya no paró. Todos los días se pone un rato, como una especie de terapia, y muestra orgullosa los calendarios que ha coloreado y un gran libro de flores. Precisión, concentración y gusto para combinar los colores son cualidades que le sobran.

Una depresión hizo que lo dejara un tiempo hasta que llegó Patricia a su vida y la entusiasmó otra vez. No solo para retomar la pintura, sino para atreverse con cajas para guardar joyas, bolas para el árbol de Navidad, adornos de madera y algunas sorpresas para el Día de Reyes.

Patri, como ella la llama, es una manitas, siempre le han gustado las manualidades, aunque no puede compartirlas con todos sus usuarios. “Vas viendo también las aficiones y las posibilidades de cada persona y te adaptas. A ella le gusta y eso ayuda”, sostiene.

“Eso de mayor” -aclara, por su parte, Olga-, “porque antes no lo hacía, ni siquiera en la escuela”, que dejó siendo apenas una niña, dado que tenía que llevarle la comida a los hermanos varones al campo. Por eso quería que sus hijos estudiaran y lo logró. Una de sus hijas es maestra y otra asistente social, y su hijo no quiso seguir una carrera universitaria, pero terminó el bachillerato “y sabe”. Como madre, puede decir y con orgullo “misión más que cumplida”.
“Si ella hubiese podido estudiar, tendría su carrera. Su cabeza funciona con mucha lucidez, es una persona que tiene muchos intereses pese a que su estado físico no le permite hacer más cosas”, corrobora Esther Lorenzo Vidal, psicóloga del grupo, que también conforman la trabajadora social Laura García Luis, una auxiliar administrativo y siete mujeres con formación titulada en lo social.

Para Laura ha sido su primera toma de contacto con la profesión “y no puede haber sido más gratificante. Ojalá todos los trabajos sean como éste”, afirma.
La joven profesional indica que la pandemia dejó muchas secuelas en la sociedad en general, pero, sobre todo, en las personas que están solas. Gracias a este servicio empezaron a salir otra vez, a quedar con conocidos, a volver a las asociaciones de vecinos a realizar actividades, a celebrar sus cumpleaños y a pasear. “Ha sido una ayuda en ese sentido y ha posibilitado que muchas personas se vuelvan a ilusionar y a adquirir una rutina”, añade Laura.

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