El protector de los chicharreros recorrió de nuevo las calles de El Toscal. Los pétalos de flores volaron desde las ventanas a su paso y fueron cientos los fieles que lo acompañaron en su peregrinar desde la parroquia de San Francisco por las calles del barrio que en 1893 se vio libre de la epidemia de cólera-morbo que azotaba la ciudad.
Los chicharreros rogaron al Señor de las Tribulaciones para que los librara de la enfermedad, lo que ocurrió, comenzando a controlarse y a desaparecer después de realizarse la procesión de la imagen en rogativas por las calles de la ciudad. El pueblo, agradecido, prometió que cada Martes Santo reconocería a la milagrosa imagen su intercesión por los chicharreros, y, desde entonces, el Señor de las Tribulaciones procesiona por las calles de El Toscal.
Después de dos años de pandemia en los que Santa Cruz no pudo cumplir su promesa de sacar en procesión la imagen en Martes Santo, y un 2022 en el que aún las mascarillas recordaban que la pandemia no se había ido, este 2023 ha sido el del reencuentro de los fieles con su protector, ya sin restricciones, ni distancias, ni mascarillas que ocultaran la fe y devoción que los rostros de los presentes dibujaban al paso de la imagen. La fina lluvia que se incorporó a la procesión no restó ni un ápice de emoción al paso del Señor de Santa Cruz por las calles del centro de la capital.
Este año, en el que también se ha reabierto el Palacio de Carta, muchos fieles han recordado como, antes de ese milagro que se le atribuye de librar a Santa Cruz de la epidemia, el Señor de las Tribulaciones ya había obrado otro milagro, el del sudor. Y es que la imagen del protector de Santa Cruz fue donada en 1802 por José Carta (Tesorero General de las Reales Rentas) al Convento Franciscano de San Pedro de Alcántara (actual parroquia de San Francisco de Asís). El milagro atribuido al Señor de las Tribulaciones tiene lugar en la casa de la familia Carta en la primavera de 1795, considerada como el inicio de la devoción popular a la sagrada imagen.
El milagro
Según cuentan, el Señor de las Tribulaciones curó de una grave enfermedad a la esposa de don José de Carta, llamada María Nicolasa Eduardo. Allí, según el texto remitido al vicario de Santa Cruz de Tenerife, “se observó una erupción de varias partes del rostro de dicha escultura, al parecer como agua, según lo líquido y cristalino de las gotas que formaba. La recogieron en unos algodones, dejando rastro enjuto. Al poco rato, volvió a repetirse este hecho, por lo que el citado José Carta llamó al teniente Pedro Ortiz, que volvió a enjugarla, al creer que el origen de este fenómeno se debía a la proximidad de la lámpara que estaba junto a la talla. Así, se retiró la lámpara y, sin embargo, sucedió lo mismo por tercera vez, ya en presencia de más testigos”.
Es a partir de ese momento cuando el Señor de las Tribulaciones comenzó a adquirir gran popularidad y devoción por parte de los habitantes de la ciudad de Santa Cruz, de tal manera que su propietario en ese momento, el presbítero Fernando de Fuentes, que lo guardaba celosamente en su casa, se comprometió a realizar un retablo en el desaparecido Convento de San Pedro de Alcántara para colocar en perpetuidad la sagrada imagen, como así ocurrió en 1802.