Las Palmas de Gran Canaria se debe transformar, es la capital de Canarias y se debe convertir en una ciudad referente, espejo en el que otras ciudades quieran mirarse. Y no hablo de una utopía, hablo de una realidad”. La propuesta pertenece a la candidata de Coalición Canaria al Cabildo de Gran Canaria, María Fernández, en una declaración consensuada con Pablo Rodríguez, candidato al Parlamento y exvicepresidente con Clavijo, y Francis Candil, que aspira a regir los destinos de la futura capital de Canarias.
Con la bestia negra de la capitalidad hay que andar con cuidado. Invocar esa bicha, como ha hecho CC en Gran Canaria, despierta los peores fantasmas de una anfractuosa autonomía. En los momentos más álgidos, ese piloto automático dirigía la nave a ciegas, una embarcación bicéfala con dos islas mayores antagónicas que se disputaban los inversores, los destinos turísticos, las influencias políticas… y un día se echaron a la calle para pelearse por la universidad, en los años 80 virginales y neófitos de autogobierno.
Fue la pequeña guerra civil de Tenerife y Gran Canaria. El coito del pleito. El pueblo lanzado a la calle se refocilaba en el placer de tener universidad propia, independiente y costeada por las arcas públicas. En Gran Canaria fue un casus belli y en Tenerife, un desafío a la inteligencia. Pero estaba cantado que el único arreglo posible de aquella confrontación solo podía ser salomónico y Fernando Fernández se sometió a la famosa cuestión de confianza.
La entonces AIC era reacia a la división universitaria y en vísperas del juicio parlamentario a la estabilidad del segundo gobierno autonómico movilizó -según las exacerbadas cifras que se manejaban sin pudor- a 200.000 tinerfeños contra la intifada prouniversitaria de Las Palmas, cuyas calles replicaban a Tenerife con un poder de convocatoria similar. Se hizo finalmente la paz y hemos convivido con la figura bifronte de un Estatuto de integración y una universidad en cada mano.
Pero ahora, en medio de la apatía de esta campaña electoral, no solo se registra una traca de encuestas de alirón para estímulo de CC, sino también la conjura de Pablo Rodríguez y María Fernández en aras de hacer de Las Palmas “la capital de Canarias”.
¿QUÉ DIRÁN EN TENERIFE?
En el oxímoron que de por sí entraña una autonomía de doble capitalidad con que se define a este barco con dos proas y dos popas, desenterrar el hacha del pleito para que una de las dos imponga su hegemonía finalmente, con desahogo, que ya está bien, no deja de ser un acto de sinceridad suprema en un momento, sin embargo, delicado.
“Coalición Canaria apuesta por la alianza entre administraciones para que Las Palmas de Gran Canaria sea la capital de Canarias”, reza la declaración oficial de CC difundida con el logo del partido el pasado sábado, día 20. Inobjetable contundencia en las horas fúnebres de las encuestas de verdad. Que nadie se llame a engaño. Se le denomina hablar claro, con las cartas boca arriba. Pablo Rodríguez, María Fernández y el candidato a “la capital” de Canarias, Francis Candil, se vinieron arriba en el fragor de un acto de campaña en el barrio de San Lorenzo.
¿Qué dirán en Tenerife? A Carlos Tarife (PP) parece que no le ha hecho ninguna gracia. Es una propuesta de CC en Gran Canaria, tan legítima como la de quienes presumen de un equilibrio exquisito con los inconvenientes y sobrecostes de toda duplicidad. Ese fue el pacto universitario que impregnó de estética presupuestaria el global de la autonomía, de doble sede y hasta de doble pico como el águila bicípite.
Lo que importuna a CC es que trascienda, que se diga en una isla por los propios que se anhela absorber la capitalidad. Lo cual al ritmo de los tiempos es una boutade. Lo que se estila ahora es descentralizar las instituciones, desmadriñelizar el poder y el prestigio. De manera que un día discutamos cuál de las dos capitales canarias desea ser Washington y cuál Nueva York. Y acaso la última palabra la tenga el turismo.
LA FUSIÓN SANTA CRUZ-LA LAGUNA
El anodino debate electoral quizá necesitaba de esta clase de provocaciones, si no fuera por el riesgo de que lo que en una isla suena bien, en otra espante a la parroquia. Si, como auguran las encuestas laudatorias, CC roza la victoria y va sobrada al 28M, lo de la capital en Las Palmas es coser y cantar.
En una de las banderas electorales más osadas de la historia local, Elfidio Alonso abogó en 1987 por la fusión de Santa Cruz y La Laguna en su campaña para la alcaldía de Aguere. El trasfondo de la idea era fundar una macrocapital con población suficiente para dirimir el hígado del pleito insular: la capitalidad del Archipiélago. Cuando las aguas volvieron a su cauce, ya Canarias buscaba el horizonte más lejos: ser una RUP, una región ultraperiférica de Europa. Y el pleito cainita cedió a las metas y metáforas mayores que exigía el porvenir dentro de Europa. La fusión tinerfeña y la rivalidad capitalina intrainsular cayeron en desgracia.
Atrás quedaba una de las soluciones imaginativas de Manuel Hermoso, que hacía juegos malabares con la historia y la geografía referidos a Canarias. Entre esas conjeturas, un día sugirió que nuestras islas zanjaran la cuestión del pleito y la capitalidad tomando recortes de Suiza, la confederación helvética, cuyos cantones guardaban para sí sus propias competencias intrínsecas, de forma solidaria pero casi independiente. Lo cual equivalía a establecer el Gobierno un año en cada isla, con el ringorrango itinerante de la capital de todo el puzle interinsular.