Los 14 tripulantes del carguero español Alraigo no imaginaban lo que se les venía encima, literalmente, el 6 de junio de 1983 cuando realizaban la travesía entre Bilbao y Santa Cruz de Tenerife. Al anochecer, un avión de combate británico de la Royal Navy realizó un par de vuelos sobre el barco y, ante la sorpresa de los marinos, inició un arriesgado e inédito aterrizaje en vertical sobre su cubierta.
El capitán, Aitor Suso Linaza, de 26 años, ordenó parar máquinas y activó el protocolo de emergencias. El subteniente Ian Watson procedió al descenso del Sea Harrier FRS1 con una gran pericia para evitar colisionar contra la grúa o el puente de mando. El aparato, de cinco toneladas de peso, se posó en medio de una gran humareda y quedó con el tren delantero encima de dos contenedores y la cola en las tapas de la bodega del barco, con una inclinación de 45 grados sobre una furgoneta Mercedes Benz. Apenas sufrió desperfectos, aunque durante la maniobra, desarrollada con una sorprendente rapidez, se desprendió un artefacto que impactó con un contenedor para acabar cayendo sobre la cubierta.
El piloto británico, de 26 años, que fue calificado de “héroe” en su país al ejecutar con éxito una operación casi suicida, explicó a la tripulación que participaba en un vuelo rutinario de reconocimiento en el marco de unos ejercicios militares y que había despegado del portaaviones HMS Illustrious.
Tras sufrir una avería en los equipos de navegación y la radio, la aeronave estaba a punto de agotar el combustible -apenas le quedaban siete minutos de autonomía- cuando su piloto descubrió su tabla de salvación en el océano Atlántico: un portacontenedores de 93 metros de eslora y 13,5 de manga construido en 1977 que navegaba a 120 millas náuticas al suroeste de Oporto (Portugal). “Me sentí muy feliz cuando divisé el barco, era la única forma de salvarme yo y el avión”, confesaría Watson días después a los periodistas.
Pese a las presiones británicas para que el barco, que transportaba una docena de contenedores y un cargamento de madera, se dirigiera a Lisboa o a Gibraltar, su capitán no varió el rumbo. La llegada del buque a Tenerife, el 9 de junio, con la espectacular figura del Harrier en su cubierta, despertó una gran expectación en la capital tinerfeña, donde más de medio centenar de periodistas, muchos de ellos británicos recién llegados a la Isla, esperaban la entrada del Alraigo en la nueva dársena comercial del puerto de Santa Cruz de Tenerife, primer barco que accedía a las instalaciones.
Dos avionetas y varias lanchas con periodistas nacionales y extranjeros llegaron a salir a su encuentro en alta mar para captar las primeras instantáneas. “Ya pasó el susto”, fue la única frase que salió de la boca del capitán Aitor Suso nada más poner los pies en tierra ante un enjambre de micrófonos.
La imponente imagen del avión de combate con su cabina apuntando al cielo sobre la furgoneta blanca dio la vuelta al mundo. Aquel episodio de salvamento sin precedentes en alta mar, realizado en una situación de extrema emergencia, dio paso a un conflicto diplomático entre España y Gran Bretaña.
Los propietarios y tripulantes del carguero se opusieron a la entrega del cazabombardero al Reino Unido hasta que se garantizara una indemnización millonaria por el rescate. Pidieron que se aplicara la Ley de Auxilios y Salvamentos, vigente entonces en España, que en principio daba derecho a los marinos a obtener una cantidad económica equivalente a dos tercios del valor rescatado. El coste del avión superaba los 1.500 millones de pesetas (9,2 millones de euros).
Un portavoz de la naviera desplazado a Tenerife justificó la demanda en el “peligro real” que corrió la embarcación. “El avión pudo haber producido la eslora del buque, una posible pérdida de equilibrio y hasta una explosión con un incendio a bordo”, advirtió. Por su parte, Paul Madge, comandante de la Royal Navy, elogió la habilidad del subteniente en la acción.
“Es la primera vez que un avión de este tipo aterriza sobre la cubierta de un barco que no estaba preparado para esta función, el piloto ha hecho un gran trabajo”, indicó a Carmelo Martín, en El País.
La primera ministra británica, Margaret Thatcher, exigió al presidente del Gobierno español, Felipe González, que ordenara la devolución de la aeronave a la Royal Navy al tratarse de “territorio británico”. Los tripulantes llegaron a amenazar con encadenarse al Harrier para reclamar el embargo del aparato y garantizarse una sustanciosa compensación económica, mientras el Ministerio de Defensa británico se mostraba abierto a considerar “una reclamación razonable” por parte de la naviera española. El Tribunal Marítimo Central resolvió dictaminando que el avión no era embargable al tratarse de un bien de Estado.
DESENLACE
Nueve días después de llegar a puerto y tras advertir a la tripulación del carguero sobre las consecuencias legales a las que se exponía, el gobernador civil de Santa Cruz de Tenerife, Eligio Hernández, en contacto permanente durante la crisis con el ministro de Exteriores, Fernando Morán, ordenó el 15 de junio, previa autorización judicial, la intervención policial a bordo para poner fin al conflicto.
Ese mismo día el avión fue izado hasta la cubierta del petrolero británico British Tay, encargado de transportarlo hacia Portland (Reino Unido). Mientras el barco soltaba amarras y se disponía a abandonar la dársena comercial de Santa Cruz, los tripulantes del Alraigo mostraban sus últimos mensajes de desacuerdo con la decisión del Tribunal Marítimo y del Ejecutivo español en dos pancartas en las que se leía: “Queremos ser ingleses” y “El Gobierno no nos ayudó: solidaridad”.
La indemnización del Gobierno británico a la tripulación fue muy inferior a la que esta demandaba. La decisión final correspondió al Comité de Apelación de Arbitraje de la compañía clasificadora de seguros Lloyds. Cada marino recibió 3,6 millones de pesetas; el capitán, 6,5 y el armador Alfonso García Miñaur, 38,5, en concepto de “indemnización como premio de salvamento”.
Cuarenta años después, Eligio Hernández recuerda las presiones que soportó como gobernador civil. “Aquello fue tremendo, nunca se había planteado un caso así. El ministro me llamaba y yo le decía: Fernando, esto no es tan fácil. No puedo entrar en el barco con las fuerzas del orden público sin pedir autorización judicial. Y él me comentaba: “Tú sabes lo que haces, pero hazlo cuanto antes”. Él estaba en su papel, me transmitía la urgencia del responsable político que quería hacer las cosas rápidamente y yo insistía en que no se podía hasta solventar los problemas colaterales”, manifestó Hernández a DIARIO DE AVISOS.
El ex gobernador civil recuerda que la tripulación exigió un embargo preventivo del Harrier para reclamar una indemnización por el rescate, “pero para eso había que depositar como fianza el 10% del valor del avión y eso era muchísimo dinero, pero es que, además, no se trataba de un bien inmueble, sino de territorio británico, y encima era un arma de guerra”. Tampoco olvida otro contratiempo que tuvo que afrontar: “Los portuarios hicieron causa común con los tripulantes y tuve que contratar a trabajadores en el INEM para desembarcar el avión por una causa de interés general”.
Entre las múltiples llamadas recibidas, Eligio Hernández recuerda la del embajador británico en España, “un diplomático al que conocía, porque lo había visitado en Madrid y al que le dije que en 24 horas el avión estaría a su disposición”. Finalmente, el entendimiento del gobernador civil con el Ministerio Fiscal facilitó la resolución del conflicto. El juez de guardia autorizó la intervención policial y los agentes accedieron al barco “con instrucciones concretas, porque no se podía improvisar nada”.
Han pasado cuatro decenios y el Harrier pilotado por Ian Watson se expone actualmente en el Museo del Aire de Newark, en Nottinghamshire, mientras que el Alraigo acabó sus días en el astillero turco de Aliaga, aunque su nombre, asociado a una proeza como la que protagonizó, quedó a salvo del desguace. El Golden Fox, su última denominación bajo bandera liberiana, ocupó su lugar en el cementerio de barcos.