puerto de la cruz

César González-Ruano, en el Puerto de la Cruz

El periodista atendió en 1962 a la invitación de su amistad del norte de la Isla
César González-Ruano, en el Puerto de la Cruz
César González-Ruano, su esposa, Meri de Navascués, y el alcalde portuense Isidoro Luz. DA

Puede que fuera en 1962 cuando César González-Ruano visitó el Puerto de la Cruz, invitado por Isidoro Luz Cárpenter, que ese mismo año fue nombrado presidente del Cabildo de Tenerife, tras haber sido alcalde portuense con la dictadura de Primo de Rivera, la monarquía de don Alfonso XIII, la II República y el régimen militar del general Franco.

La foto, que he rescatado de mi archivo, muestra a César y probablemente a su esposa, Meri de Navascués, subidos a un camello en la recientemente inaugurada avenida de Colón, con Isidoro luz de improvisado camellero y el hotel Valle-Mar, de la familia Ibarra, al fondo.

César atendió la invitación de Isidoro Luz por varios motivos. Por su amistad con el último gran político del norte de la isla y por visitar la tierra del que fuera su amigo en París, Óscar Domínguez, del que Ruano contó en sus Memorias cosas realmente graciosas.

Como cuando el pintor, durante la invasión alemana y el desfile de las tropas de Hitler por los Campos Elíseos, se subió a un árbol e insultó a grito pelado al führer y a toda su parentela. Pero como la Gestapo no entendía lo que decía, no le detuvo. Creyeron los agentes que estaba aclamando a los alemanes.

También cuenta cómo Óscar imitaba tan bien la pintura de Chirico que durante una exposición de este último pintor había muy poca obra de Chirico y mucha de Óscar, pero con la firma de Chirico, con lo que éste, que era un gandul, se quedó muy satisfecho cuando entró en la sala de exposiciones, en París, ya con todo montado. También imitó a Picasso, a quien llamaba “don Pablo”, pero Picasso le dejaba hacer menos que el otro.

Existe una leyenda negra en torno a González-Ruano, en cuanto a su comportamiento con los judíos que querían entrar en España para huir del terror nazi. Pero algunos autores atribuyen esta fobia contra el escritor a envidias y a rencillas de sus enemigos. Es curioso: Franco nunca le concedió el carné de periodista, ni tampoco lo admitieron en la Real Academia Española de la Lengua. César no hablaba nunca de política en sus artículos, ni en sus Memorias, aunque sus crónicas como corresponsal en Berlín y en Roma durante la segunda gran guerra, con entrevista a Mussolini incluida, estaban tan sesgadas como las del resto de los corresponsales españoles.

La Gestapo lo detuvo en Paris y lo encarceló en la prisión militar de Cherche-Midi. Estuvieron varias veces a punto de fusilarlo y allí escribió su Balada de Cherche-Midi, considerada como una pieza maestra de la poesía hecha en la guerra por un autor español.

Siendo yo un niño, conocí a González-Ruano en el hotel Miramar del Puerto de la Cruz, propiedad de la familia Luz, donde se alojaba. El hotel lo dirigía mi padre. Era Ruano contemporáneo de otro gran periodista amigo de la familia, don Mariano Daranas, al que tuve el placer de entrevistar y quien me entregó un artículo precioso, que publiqué en un suplemento especial en el periódico “La Tarde”, en 1971. Un artículo lírico sobre las frondas forestales del Valle de la Orotava, “que se arremolinan pero que no se decoloran”, decía don Mariano (Las Palmas, 1898- Madrid, 1994).

Daranas y González-Ruano fueron muy amigos. El primero fue corresponsal de ABC durante la guerra europea en la capital francesa y testigo de primera mano de muchos acontecimientos relativos a esta contienda y al papel de diplomáticos y periodistas españoles en ella.

En Tenerife, González-Ruano, en sus dos estancias, pasó muchos ratos con Luis Álvarez Cruz, que era un maestro del artículo y de la entrevista, y con el arqueólogo Luis Diego Cuscoy, que le llevó al Museo y le enseñó las momias guanches al escritor. Confiesa en sus relatos que se quedó muy impresionado con la momia de una joven guanche de unos 19 años, de la que Cuscoy sabía, incluso, qué era lo último que había comido antes de su muerte, según relata el propio Ruano.

Me contó el famoso comandante Lorenzo Bruno, que se codeaba en Madrid con la creme de la creme de entonces, que en uno de los dos viajes de César a Tenerife le acompañaba una novieta, que presentó a las damas de la sociedad tinerfeña como su esposa. Cuando éstas se enteraron del engaño era ya tarde: el escritor había regresado a Madrid. Se llevaron las señoras un gran disgusto, pues habían colmado a la joven de agasajos, de ramos de flores y de regalos. ¿Qué importancia tendría esto hoy? Ninguna, pero sí en una sociedad pacata y retrasada como la tinerfeña de aquellos tiempos.

Esta foto que he encontrado me parece que no ha sido publicada, aunque quién sabe. Tengo otra en la que aparecen Luis Álvarez Cruz, César González-Ruano e Isidoro Luz, perteneciente a la colección familiar de este último, que incluí en uno de mis libros. En todo caso, una pequeña crónica de la historia y el testimonio de la presencia en la isla tinerfeña de uno de los grandes del periodismo español, que fue discípulo y amigo de Baroja, de Azorín, de Pérez de Ayala, y compañero de tantos y tantos escritores y humanistas que contribuyeron a la grandeza literaria de este país, como Julio Camba, el doctor Marañón y un larguísimo etcétera.

Y que lo contó todo en su Diario Íntimo, sus artículos, sus Memorias y sus más de setenta libros publicados, desde novelas a ensayos, pasando por varias biografías, entre ellas una definitiva: la de Baudelaire y otras no tanto como la de Mata-Hari o Unamuno. Un periodista que está en la historia, con sus luces y sus sombras. Como todo el mundo.

TE PUEDE INTERESAR