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La tinerfeña Rafaela Casañas Pérez cumple 104 años de lucha y resiliencia

Esta vecina de La Salud llegó siendo una niña de Guía de Isora y pese al hambre y las adversidades, siempre ha tenido una actitud positiva ante la vida y una salud de hierro
Rafaela Casañas Pérez cumplió ayer 104 años.
Rafaela Casañas Pérez cumplió ayer 104 años. DA

Rafaela Casañas Pérez cumplió 104 años rodeada de su familia. Vecina del barrio de la Salud de Santa Cruz de Tenerife, donde llegó siendo una niña desde Guía de Isora, Casañas ha tenido una vida dura, en la que ha sufrido penurias y siendo resiliente para superar los obstáculos. Sin embargo, siempre ha tenido una actitud positiva que, junto al cuidado en la comida, ha podido ser clave para su longevidad.

En su piso en la Avenida de Venezuela nos recibe junto a su única hija Faly, antes de prepararse para acudir por la tarde a la fiesta familiar de cumpleaños junto a la familia de sus nietos, en Tacoronte, y donde participó por videollamada su otro nieto, que se está en Luxemburgo.

Rafaela goza de buena salud, salvo por una importante sordera, y en su receta médica solo están las pastillas del hierro y la vitamina D. “Su medico de cabecera está alucinado”, señala Faly, más si cabe cuando fue capaz de superar tres trombos bilaterales provocados por la tercera dosis de la vacuna de la COVID. “Nos pusieron en lo peor, que quizás no los superaría. Pues mira, sin una secuela”, aseguró. Además tiene una memoria de lujo, está bien informada de todo, ve las noticias y lee el periódico.

La mamá de Rafaela trabajaba en una casa en su Guía de Isora cuando se quedó embarazada del señorito, y “como eran los pueblos en aquella época”, tras dar a luz se tuvo que marchar para Santa Cruz con su recién nacida en un burro, un viaje que transcurrió durante nueve días. Vivieron en una casita en el barrio de La Salud que fue derribada hace unos años en la construcción de la Via del Barranco de Santos. Allí pasó Rafaela su infancia, adolescencia y soltería hasta que se casó a los 25 años con su novio Agustín y se fueron a vivir a Taco.

En esos años su madre trabajaba limpiando casas, mientras que ella le ayudaba en muchas ocasiones. Acudir a una casa de gente importante de Santa Cruz significó para Rafaela el gusto por la lectura, que continúa muy activo, así como por la literatura y la poesía. Por la tarde se escapaba al barrio de Duggi para acudir a la escuela y regresaba tarde, recibiendo la reprimenda de su madre.

Recuerda que fueron años duros, pasó mucha hambre que se calmaba con “una cucharada de gofio en agua caliente o un trozo de pan duro”. Recuerda hacer cola con la cartilla de racionamiento para obtener alguno de los pocos artículos disponibles. “Los vecinos nos prestábamos lo poco que teníamos para intentar sobrevivir y matar el hambre”.

Ya con la mayoría de edad, Rafaela dejó la asistencia en la casa para dedicarse como sastre de ropa de hombre, una época en la que confeccionaba prendas y trajes tanto para militares, que entregaba en los alrededores de la Plaza Weyler, como para Amado Wehbe, que la vendía primero puerta a puerta recorriendo La Laguna.

El trabajo de sastrería y costura comenzó a decaer con la llegada del Prêt-à-porter, la ropa ya venía hecha y solo había que retocar algún vuelto de pantalón o manga de americana o camisa. Había que reinventarse, así que estudió las cuatro reglas básicas (sumar, restar, multiplicar y dividir), mejoró la escritura y la lectura, y optó a una oposición que sacaba el régimen franquista para mujeres mayores de 40 años para trabajar en organismos oficiales. Así logró una plaza en la cocina de la Residencia de La Candelaria, donde trabajó hasta su jubilación.

Rafaela reconoce que echa de menos a “mi compañero Agustín, ojalá viviera”. Trabajó en la fábrica de la Pepsi Cola en Taco hasta que tuvo un accidente y perdió un ojo. Tuvo que trabajar en lo que encontraba. Falleció por un cáncer.

Rafaela señala que algunos familiares superaron el centenar de años y su madre falleció con 98 atropellada en Taco. “Mi abuela era muy guapa, rubia, de piel blanca, ojos azules, alta, un bellezón”, reconoce Faly, que atribuye también a la alimentación su longevidad. “Pasó hambre, pero siempre ha sido de comida sana, verduras y frutas, no le gustan las salsas ni los fritos y bebe dos litros de agua al día”, concluye.

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