En abril de 1959, la recién nacida NASA anunciaba a sus primeros siete astronautas, elegidos para volar en las naves del programa Mercury. El grupo fue bautizado como los siete del Mercury o Mercury 7. Para ser seleccionados y poder comenzar su entrenamiento como astronautas, los candidatos tuvieron que pasar una rigurosa serie de pruebas médicas y psicológicas.
La NASA encargó el diseño de dichas pruebas y los criterios médicos de selección para los aspirantes a astronautas al doctor Donald Flickinger, médico de las Fuerzas Aéreas, y al doctor Randolph Lovelace, convertido en jefe del Comité Espacial de Bioastronáutica de la agencia y en cuya clínica en Albuquerque, Nuevo México, se llevaban a cabo los exámenes médicos.
Menos de dos años después, en febrero de 1961, la curiosidad científica de Flickinger y Lovelace les llevó a plantearse realizar esas mismas pruebas a una mujer para comprobar sus aptitudes físicas y psicológicas para volar al espacio. La aviadora Jerrie Cobb fue la primera en someterse a la exigente batería de pruebas, logrando superarlas con creces.
Alentados por el éxito de Cobb, Flickinger y Lovelace decidieron poner en marcha en secreto un programa al que denominaron Woman in space (mujer en el espacio), con el que pretendían demostrar la capacidad de las mujeres para ser astronautas. La propia Cobb ayudaría a reclutar a un total de 25 aviadoras, de las que una docena, además de ella misma, lograron superar las pruebas iniciales y continuar adelante.
El programa no permaneció en secreto por mucho tiempo. El grupo de mujeres despertó gran interés y no poca polémica entre el público y los medios de comunicación de la sociedad abiertamente machista de su tiempo. Al poco, comenzaron a ser conocidas informalmente como las Mercury 13, en clara referencia a los siete del Mercury.
La pionera de la aviación Jacqueline Cochram se encargó de financiar el proyecto gracias a la fortuna que había amasado junto a su marido trabajando para la Fuerza Aérea estadounidense. El programa fue, por tanto, una iniciativa totalmente privada que nunca contó con ningún apoyo gubernamental ni de la NASA. Así pues, Cochram jugaría un papel decisivo en la creación de las Mercury 13, aunque también en su destrucción, como veremos más adelante.

“¡PAREMOS ESTO YA!”
Las Mercury 13 habían logrado pasar las dos primeras fases del programa, que consistían en las mismas pruebas médicas y psicológicas a las que habían sido sometidos los astronautas seleccionados por la NASA. La tercera fase se llevaría a cabo en septiembre de 1961 en la Escuela Naval de Medicina de la Aviación, en Pensacola, Florida. Sin embargo, unos días antes de la cita, cada una de las las Mercury 13 recibía un telegrama que rezaba así: “Siento informarle de que se han cancelado los planes en Pensacola. Seguramente no podamos llevar a cabo esta parte del programa. Puede devolver su anticipo a la Fundación Lovelace”.
La Escuela Naval requería una solicitud oficial de la NASA para permitir el uso de sus instalaciones y aviones militares y la agencia espacial vio la oportunidad de acabar de un plumazo con el alboroto mediático que las Mercury 13 habían causado y la amenaza implícita al status quo que se empeñaban en ver en ellas. El programa fue desmantelado en el acto.
Sin embargo, las Mercury 13 no estaban dispuestas a dejar que las cosas quedaran así y llevaron su caso hasta el Congreso de Estados Unidos en julio de 1961, representadas por dos de sus miembros, Jerrie Cobb y Janey Hart. Durante dos días expusieron su caso y una y otra vez se vieron obligadas a soportar todo tipo de argumentos discriminatorios en contra de cualquier posibilidad de considerar siquiera la presencia de mujeres en el programa espacial.
Jerrie Cobb, declaró: “Nosotras, las pilotos que queremos participar en la exploración espacial, no queremos iniciar una batalla de sexos. Solo queremos participar en el futuro espacial de nuestra nación. Sin discriminaciones. Ninguna nación ha enviado a ninguna mujer al espacio todavía, nosotras les estamos ofreciendo trece voluntarias.”
Los astronautas Scott Carpenter y John Glenn se presentaron el segundo día para declarar. Glenn, quien fuera el primer estadounidense en orbitar la Tierra y considerado un héroe nacional, retrataba con sus palabras el pensamiento general de la sociedad en la que vivía: “Es un hecho que los hombres vamos a luchar a la guerra y pilotamos los aviones, y volvemos y ayudamos a diseñarlos, a construirlos y a probarlos. Que la mujer no esté en este campo es un hecho de orden social”. Glenn, en lo que pretendía ser un tono cordial que en realidad chorreaba ironía, se permitió barnizar su discurso con una mano de condescendencia: “Si demuestran que son mejores que los hombres, las recibiremos con los brazos abiertos y una ovación de la multitud”. Y remató su intervención con lo que debió considerar una hilarante broma, para regocijo de los presentes: “¿Se imaginan a una mujer pilotando un avión a reacción o alguno peligroso?. ¡Por el amor de Dios, no!”.
Sorprendentemente, el golpe más duro en las sesiones del Congreso vendría de parte de quien menos se podía esperar, la propia Jacqueline Cochram, quien declaró: “Los vuelos espaciales tripulados son muy caros y son urgentes para el interés nacional. No queremos retrasar el programa espacial y deberíamos gastar mucho dinero si se deja participar a un grupo de mujeres, porque se las pierde con el matrimonio”. Sus palabras sorprendieron a todos y especialmente a todas, habida cuenta de que ella había financiado y apoyado el programa desde su inicio. Cochram nunca llegó a revelar las razones por las que dio la puntilla final a las Mercury 13, aunque las presiones por parte de la Fuerza Aérea, de la que dependían sus negocios y fortuna, fue el motivo con el que se especuló.
Poco después, el vicepresidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, lejos de simpatizar con las Mercury 13, tomó la decisión definitiva e irrevocable de desmantelar por completo el programa para alivio de una gran mayoría: “¡Paremos esto ya! Que lo archiven.”

UNA MUJER EN EL ESPACIO
Apenas un año más tarde, en junio de 1963, Valentina Thereskova, una cosmonauta soviética de 26 años, se convirtió en la primera mujer en alcanzar el espacio en el que fuera el enésimo adelantamiento por la derecha del programa espacial soviético al estadounidense durante la carrera espacial.
Después del vuelo de Thereskova, otra victoria soviética en la historia en la exploración espacial, algunos se preguntaban cómo ese logro no había sido estadounidense. Seguramente, en aquel momento, las Mercury 13 debieron sobrevolar ruidosamente la conciencia de más de uno.
Sin embargo, la NASA seguía sin dar su brazo a torcer y durante una rueda de prensa el astronauta Gordon Cooper expresó la opinión de la agencia respecto a la incorporación de mujeres a su programa espacial tripulado de la manera menos elegante posible. Un periodista, a propósito del logro de Thereskova, preguntó a Cooper: “Los rusos ya tienen una mujer cosmonauta, ¿hay sitio en nuestro programa espacial para una mujer astronauta?”. La respuesta de Cooper sonó humillante y, sin duda, debió resultar devastadora para las ya devastadas Mercury 13: “Podríamos haber enviado a una mujer en la segunda misión orbital del Mercury, en lugar de enviar al chimpancé”. La sala de prensa estalló en carcajadas, todas masculinas…
Lo cierto es que las Mercury 13 nunca habían tenido la más mínima oportunidad de volar al espacio. Los requisitos que la NASA exigía a los candidatos para poder presentarse a las pruebas para astronautas se habían encargado de dejar fuera a las mujeres. Para empezar, el propio presidente Eisenhower había establecido como requisito ineludible la condición de ser piloto de pruebas militar de aviones a reacción para poder presentarse a las pruebas de selección para astronauta. El problema era que a las mujeres se les había prohibido expresamente pilotar aviones militares desde el final del Servicio de Pilotos de la Fuerza Aérea de Mujeres, en 1944. Sencillamente, ninguna mujer estadounidense tenía posibilidad alguna de volar en aparatos militares ni de obtener la licencia de piloto de pruebas, y mucho menos de acumular experiencia y las 1.500 horas de vuelo en reactores de combate que la NASA exigía.
SUEÑO CUMPLIDO
Así quedaron las cosas durante muchos años. Tendrían que pasar casi dos décadas para que la NASA comenzara a aceptar mujeres como candidatas a astronautas en su octavo grupo de seleccionados, en 1978. Y aún habría que esperar hasta 1983 para ver a Sally Ride convertirse en la primera mujer estadounidense en llegar al espacio, la tercera del mundo, tras las soviéticas Valentina Thereskova (1963) y Svetlana Savítskaya (1982).
En 1995, Eileen Collins sería la primera mujer astronauta en pilotar un transbordador espacial a los mandos del Discovery y en 1999 pasaría a la historia como la primera en comandar una misión, en esta ocasión a bordo del Columbia. Collins invitó a las Mercury 13 a presenciar el lanzamiento, a quienes quiso dedicar su logro: “No he llegado sola hasta aquí. Todas estas mujeres fueron mi inspiración, así que quería darles las gracias. Si no fuera por las Mercury 13, yo no estaría aquí hoy”.
En julio de 2021, Wally Funk, la más joven de las Mercury 13, sería invitada por Jeff Bezos, dueño de Amazon y de la compañía espacial Blue Origin, a hacer un vuelo suborbital en su cohete New Shepard. Funk tuvo la oportunidad de ascender hasta los 107 kilómetros de altitud y pasar cuatro minutos en microgravedad antes de iniciar el descenso.
Con este vuelo, Wally Funk se convertía a sus 82 años en la persona de mayor edad que nunca haya volado al espacio. Pero lo más significativo es que al menos una de aquellas mujeres había conseguido cumplir el sueño de las Mercury 13.