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Las cholas de los canarios

"La gente de las Islas “usan las cholas para ir a pulpiar, mariscar, andar por casa, por la playa, pues su base agarra bien sobre callaos sebados o charcos traicioneros donde cualquier foráneo puede dar con su trasero en volcánica zona"
Las cholas de los canarios

Por Marcial Morera. Como tantas palabras de la lengua española, la forma chola actúa como una suerte de isoglosa (o isoglosita, si se quiere) que divide a España en dos áreas lingüísticamente distintas. De una parte, la España peninsular, donde chola (variante de expresión cholla), que, al decir de los sabios de la etimología de nuestra lengua (Joan Corominas, sobre todo, que es el más grande de todos ellos), podría tener su origen en el francés cholle bola, pelota, se entiende en el sentido de cabeza o parte superior del cuerpo humano y, por desplazamiento metonímico, en el de entendimiento, juicio, como indica la Real Academia Española. De otra, la España insular canaria, donde nuestra voz, que podría estar genéticamente relacionada con la vieja palabra castellana galocha calzado de madera con refuerzo de hierro, usado en algunas provincias para andar por la nieve, por el lodo o por suelos muy mojados, como indica el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, por metátesis de la segunda y la tercera sílabas (gachola, aféresis (chola) y extensión semántica, o, menos probablemente, con el nombre propio Scholl, que designa la famosa marca de zapatillas que todo el mundo conoce y que terminaría convirtiéndose en nombre común por lexicalización, se usa en los sentidos de calzado de lona con suelo generalmente de esparto o de goma, calzado cómodo y ligero que se emplea para estar en casa y calzado algo viejo y deformado, según señala la Academia Canaria de la Lengua, que es la institución que más sabe sobre el español insular.


Como dice Nicolás Guerra Aguiar, la gente de las Islas “usan las cholas para ir a pulpiar, mariscar, andar por casa, por la playa, pues su base agarra bien sobre callaos sebados o charcos traicioneros donde cualquier foráneo puede dar con su trasero en volcánica zona, escondrijo de pulpos, erizos de color, cacheros, burgaos”. Además de los sentidos rectos citados, en las islas orientales ha desarrollado nuestra voz de forma incipiente el sentido metafórico un tanto gregueresco de pene.


Esta sustancial diferencia entre la significación del chola peninsular y la del chola canario llevan aparejadas diferencias culturales profundísimas. La peninsular, que agota todo su potencial semántico en la designación informal o argótica de la cabeza y el órgano que esta aloja, carece de implicaciones culturales más allá de su referente concreto. “Está mal de la chola”, “Se le metió en la chola que la novia le ponía los cuernos” y “Tiene muy poca chola para un puesto tan importante” se dice en la España peninsular de manera informal de quien no rige bien, del celoso empedernido y de quien no tiene muy desarrollada la inteligencia, respectivamente; en tanto que en contextos formales se dirá siempre “Está mal de la cabeza”, “Se le metió en la cabeza que la novia le ponía los cuernos” y “Tiene muy poca cabeza para un puesto tan importante”. Por el contrario, el chola de los isleños presenta unas implicaciones culturales mucho más complejas.


En primer lugar, mucho más complejas por el objeto mismo que designa, que, por ser propio de gente del pueblo llano, ha terminado impregnando su significado de connotaciones muy populares y alentando el citado desarrollo metafórico de pene. La expresión “Estar siempre en cholas” no se dice solo de aquellos que se toman la vida de forma playera, sino también de cualquier desharrapado del mundo. No es la chola calzado de chalés o palacios. En segundo lugar, es el chola insular culturalmente más complejo que el chola peninsular, sobre todo, porque el objeto que designa ha terminado desarrollando una importante función secundaria en la sociedad tradicional: la función de corrector pedagógico de pequeñas travesuras, a la manera de la famosa regla o palmeta de los maestros de escuela de antaño. “A mis hijos les quité yo el mimo (la manía, la chupa…) a base de chola” decían ufanas las viejas matronas del Archipiélago. Y digo que se empleaba para enmendar pequeñas travesuras, porque, para enmendar las grandes, se usaba un jarabe de palo de mucha más contundencia que el de la chola; un jarabe que administraban con pírgano o con el cinturón o la correa con que se sujetaban los pantalones los cabezas de familia, que eran los encargados de actuar como artillería pesada de mayor o menor calibre, según los casos, cuando los desmanes de la chiquillería pasaban a palabras mayores. La chola, que en el peor de los casos no pasaba de producir un pequeño enrojecimiento, apenas metía miedo.

Incluso, no faltaban guasones que se cachondearan de ella, con la consiguiente desolación por parte de las sufridas madres. “Ya te cansaste de darme por esa nalga, vieja; pues dame por la otra”, decían algunos de estos granujillas; el pírgano y el cinturón, por el contrario, que a veces hasta hacían sangre, producían verdadero terror. Chola y pírgano actuaban, pues, como una especie de bastón de mando en la Canarias tradicional: la primera, era el bastón de mando de la mujer; el segundo, el bastón de mando del hombre.


Todo ello implica que el chola canario no se diferencia del chola peninsular solo en el referente (cabeza / chancleta), con ser esta diferencia grande, porque ambos se localizan en lugares radicalmente opuestos del cuerpo humano, sino también por las implicaciones que estos referentes tienen. Es decir, que, a pesar de poseer la misma expresión o significante, como dice la pedantería terminológica de los lingüistas, el alma semántica del chola peninsular y la del chola canario son radicalmente distintas. Hasta tal punto es esto así, que la expresión insular “Estar alguien como una chola”, procedente por etimología popular de la frase del español general “Estar alguien como una chota”, no la entienden los hablantes canarios en el sentido de estar alguien como una cabra, sino estar alguien arrastrado como un zapato viejo. Valiéndose del hecho conocido de que la relación entre las palabras y las cosas que estas designan es arbitraria, las gentes de las Islas han preferido expresar la experiencia implicada con un término distinto de aquel que emplean las gentes de la Península: unas lo ven desde el punto de vista del comportamiento de un animal concreto; las otras, desde el punto de vista de la condición de un determinado tipo de calzado.


De lo que se deduce que, aunque los canarios se comunican con el mismo sistema fónico, gramatical y léxico que los peninsulares, el sistema fónico, gramatical y léxico de esa lengua histórica que se llama lengua española, que es tan de aquellos como de estos, el uso que hacen de este sistema lingüístico y la relación que establecen entre él y las cosas que con él designan son a veces sustancialmente distintos del que hacen sus paisanos peninsulares. No se diferencian de ellos en los medios de expresión, sino en la forma de usarlos.


*Académico fundador de la Academia Canaria de la Lengua

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