El secreto de La Indiana (Suma de Letras) cuenta con los ingredientes de una historia trepidante: una extraña muerte. Dos hermanos en la ruina. Y la llegada de una desconocida inversora que oculta un gran secreto. El autor de esta novela, el guionista Jorge Laguna (Tenerife, 1994), apostó por ambientar su primer libro en La Palma de 1876. Una época marcada por la vuelta a casa de muchos isleños que se vieron obligados a emigrar a Cuba para trabajar en la agricultura del tabaco. Algunos de ellos trajeron las semillas y los conocimientos necesarios para cultivar la planta en la Isla Bonita y crearon una industria potente y artesanal que trató de asentarse, expandirse y ser tan próspera como la colonia cubana. ¿Lo consiguió? El propio Laguna, que antes de darle a la tecla tuvo que realizar un trabajo profundo de documentación, lo explica en una conversación con DIARIO DE AVISOS.
Don Servando, una de las figuras más importantes en El secreto de la Indiana, se fue a hacer Las Américas y, al regresar, se convirtió en un empresario y persona influyente en la empobrecida y rural isla de La Palma. Su vida podría ser la de un indiano real. “Muchos jóvenes se marcharon en los años 50 y 60 del siglo XIX, sobre todo a Cuba, para trabajar en las vegas del tabaco y los ingenios de azúcar y volvieron en los 60 y 70 habiendo hecho algo de fortuna”, indica el guionista.
Siguiendo el hilo argumental, tras la muerte de Servando, sus hijos gemelos, Miguel y Alejandro, heredan la fábrica de tabaco de su padre, que tendrán que sacar a flote enfrentándose al tsunami que supone la llegada desde el otro lado del océano de una misteriosa dama, Eliana, que decide invertir en el negocio familiar. Laguna señala que en la vida real “había mujeres que asumieron el rol de gerente en las fábricas”, si bien no era lo habitual.
No obstante, las palmeras jugaron un papel importante en las antiguas fábricas de tabaco artesanal en la Isla. “Fue una de las primeras actividades en las que se les permitió trabajar, sobre todo a las chicas jóvenes. Muchas de ellas lo hacían desde los 12 o 13 años hasta que se casaban”, subraya el autor tinerfeño. Y es que, al tener los dedos más gruesos, “los hombres no eran tan buenos manipulando tabaco”.
1876, un año clave para la industria del tabaco en La Palma
A estas alturas, habrá quienes se pregunten por qué El secreto de La Indiana se desarrolla en 1876. Jorge Laguna nos saca de dudas. Aquel año, “se empieza a presentar el tabaco al Ministerio de Ultramar”. Y es que solo Cuba y Puerto Rico, como colonias españolas, tenían derecho a exportar tabaco a Europa, que es donde se obtenían las mayores ganancias.
Unos años antes, cuando cultivas las primeras plantaciones en la Isla Bonita, “las técnicas no eran tan precisas”. Y, ante esta circunstancia, el Gobierno le dio un plazo de seis meses a los empresarios isleños para que igualaran la calidad del tabaco palmero, que en aquel entonces se vendía en el Archipiélago y la Península, al de Cuba y Puerto Rico, y les pudiera conceder el permiso para su comercialización en las ciudades más prósperas del Viejo Continente.
“Esto es algo que se consigue. El tabaco palmero se presentó en la Exposición Universal de París y en la Filadelfia”, apunta Jorge Laguna, quien plasma a golpe de letra el esfuerzo de los personajes de la novela por poner el producto isleño a la altura del que se cultivaba en las colonias españolas.
La plaga del siglo XX
El guionista, que ha estado en contacto con los estudiosos de las plantaciones en la Isla, entiende que “no hay demasiadas diferencias” entre ambos puros, pero sí “distintas variedades”, pues “no era el mismo el de Breña Alta que el de La Caldera o Garafía donde, al ser zonas más húmedas, se parecía más al cubano, al que siempre se le ha dado mucho prestigio porque, entre otras cosas, las plantas crecen cerca de árboles frutales, dándole un sabor un poco más dulce, con más matices y aromas”, indica.
Las antiguas fábricas de La Palma disfrutaron de varias décadas exitosas, pero una plaga de moho azul afectó a buena parte de las plantaciones durante la segunda mitad del siglo XX. Pasaron de al menos una veintena a unas pocas. “Arrasó con cultivos durante dos o tres años seguidos y muchos tabaqueros se arruinaron. Otros se vieron obligados a reconvertir su negocio cambiando el tabaco por la cochinilla”, sentencia el autor de El secreto de La Indiana.