Es posible que la creciente desconfianza en las instituciones, la facilidad con la que una mentira se propaga por el mundo y el creciente déficit de atención que nos afecta, formen parte de la explicación sobre el motivo por el que las teorías de la conspiración triunfan más que nunca. Estos ingredientes nos generan incertidumbre, y la trama oculta de la conspiración nos ofrece una respuesta, delirante muchas veces, pero respuesta, a fin de cuentas, que aporta orden al caos.
El pensamiento conspirativo posiblemente anida en todos, pero es cierto que a nuestro país, y a nuestras islas, están llegando con fuerza como verdades consumadas, las mayores estupideces. En Canarias tenemos nuestras propias conspiraciones, en su inmensa mayoría adaptaciones de movimientos que han triunfado en otros lugares. Algunas son aberrantes y no merecen mención, pues ahondan en tragedias ocurridas en los últimos años en nuestras islas. Quienes las propagan no son conscientes del dolor que pueden llegar a generar sus elucubraciones a través de redes sociales y chats, y en caso de ser conscientes, merecen padecer eso que provocan.
En todo caso, dejemos el análisis profundo para otro momento y dispongámonos a pasear por algunas de ellas. Hasta unas décadas, una buena conspiración tenía que ser coherente, plausible. Hoy no hace falta, puedes articularla como te venga en gana, lanzarla al mundo entero y esperar que, por estadística, encuentre una legión de simpatizantes. Pocas veces interviene el sentido común y el mínimo análisis crítico, ya que padecemos como sociedad un consolidado déficit de atención que nos impide reflexionar ante el tsumani de información y estímulos que recibimos.
Tomamos prestadas las opiniones de otros, y nuestra capacidad de análisis está cercenada, de manera que automáticamente bendecimos la “parida de turno” con un like, la replicamos en nuestros propios perfiles, y somos capaces de defenderla a capa y espada si ya nos hemos posicionado. Siempre vamos a encontrar, incluso para el mayor disparate, “pruebas”. Ahí intervienen nuestros sesgos cognitivos, despreciando o ignorando las evidencias que contradicen nuestra firme creencia, y tomando sólo aquellas que consideramos que la refuerzan, por muy especulativas o distantes que resulten.
Famosos, ni muertos ni vivos
Algunas conspiraciones son bastante inofensivas, pues salvo contadas excepciones no influyen en nuestras vidas ni en las decisiones que tomamos. El mejor ejemplo es el de los famosos y celebridades que fingieron su muerte para apartarse de los focos y llevar una vida anónima, o que bien murieron y fueron sustituidos por dobles para continuar con el poder y/o los negocios que pivotaban sobre tales personajes. A lo largo de la historia hay ejemplos reales del uso de dobles para sortear atentados o cumplir la agenda, como es el caso Hitler, Stalin o Mussolini. Tiene lógica pensar que si artistas como Paul McCartney, Luis Miguel, el rapero Eminen, Miley Cyrus, John Travolta, Angelina Jolie o Leonardo Di Caprio, fallecen de forma prematura por accidentes, enfermedad o sobredosis, el tejido empresarial que les envuelve los sustituya por dobles para que el negocio continúe.
De todos los mencionados se ha dicho exactamente eso, que murieron y hoy son dobles los que ocupan su lugar. En el caso contrario tenemos a Nerón, Hitler, George Washington, Elvis Presley, Marilyn Monroe, James Dean, Michael Jackson, Jim Morrison o Diana de Gales. Sus muertes, según tal visión conspirativa, fue falseada, pasando a vivir vidas discretas en lugares inaccesibles, a veces con la ayuda de la cirugía estética.
Reptilianos, Luna artificial, Tierra plana
¿La Tierra en plana? Obviamente, de no serlo, nos caeríamos, ¿verdad?… Hay teorías conspirativas que no resisten un diálogo sereno ni merecen que perdamos el tiempo aportando pruebas. Aceptar el terraplanismo implica que la Humanidad ha sido víctima de una montaña de mentiras de siglos de duración, todo ello sin un motivo lógico. La Luna, nuestro satélite, tiene algunas rarezas, aunque poco a poco comienzan a ser menos extrañas a medida que exploramos y conocemos con mayor precisión el espacio.
Su enorme tamaño con respeto a la Tierra, su tamaño aparentemente perfecto para, en su danza con el Sol y la Tierra, propiciar el encaje perfecto en los eclipses, su singular órbita y movimiento que hace que muestre siempre la misma cara…estas y otras peculiaridades han conducido a la teoría conspirativa de que es un satélite artificial, una gigantesca máquina dejada en un pasado remoto por una civilización extraterrestre.
La Luna tiene más: que el alunizaje de las misiones Apolo no fue real; que fueron reales y encontraron los vestigios de una antigua civilización; que existe una base oculta desde hace décadas en la cara oculta como bunker de los poderosos, o bien como refugio tras la Segunda Guerra Mundial de los nazis huidos. Quizá, en este ámbito tecnológico, la de los reptilianos sea la conspiración de mayor empuje en las últimas décadas. Viene a ser una evolución de visiones de la historia y el mundo en la que los seres humanos vivimos manipulados por fuerzas que operan desde la sombra. A veces se identifican con demonios, dioses o con sociedades secretas que parecen tuteladas por entes sobrenaturales.
En esencia, la teoría reptiliana describe a la Tierra como un campo de batalla entre razas extraterrestres, algunas visibles y físicas, y otras espirituales, que pujan por el control del planeta, la esclavización o bien la libertad de los humanos. Todo ocurre ante nuestros ojos pero invisible a ellos. El aspecto reptiliano de algunas de estas razas agresivas, infiltradas en las monarquías, las grandes familias de poder económico e industrial, así como la política, dan nombre a la teoría. Bajo el aspecto humano logrado mediante máscaras e ingeniería biológica, se oculta su verdadero aspecto.
Chips en vacunas y adenocromo
La pandemia por Covid-19 supuso un antes y un después para los conspiranoicos. Las justificadas dudas ante una amenaza global desconocida, el miedo, la improvisación de quienes debían saber y tomar decisiones…nunca antes la desconfianza hacia las “versiones oficiales” había crecido tanto y generado tantas resistencias. Sin entrar en el debate sobre la artificialidad del virus, su no existencia, su existencia inocua y otros abordajes habitualmente contradictorios entre sí, pero coincidentes a la hora de rechazar la versión oficial, el Covid-19 abrió otro melón conspirativo con las vacunas. Jamás el movimiento antivacunas había soñado con algo así.
A las razonables dudas derivadas de la rapidez en su desarrollo, se sumó la ocurrencia de que realmente las vacunas buscaban, como parte de un plan de control planetario, inocularnos un chip para controlarnos y saber todo de nosotros. Es tristemente paradójico comprobar que muchos defensores vehementes de esa teoría del control, tienen su vida expuesta al minuto en las redes sociales. No hace falta un chip, sólo un teléfono móvil y una tarjeta bancaria para saberlo todo de cada uno de nosotros.
El máximo delirio actual recae alrededor de teorías conspiranoicas sobre la existencia de redes mundiales de pedofilia, tramas en las que a esa demoniaca y maldecible explotación sexual, se suma el uso de los menores como ganado generador de adenocromo. Esa bio-sustancia sería segregada en mayor cantidad en los niños y niñas esclavizados, acentuando para ello, mediante torturas y cautiverio, las condiciones de pánico y estrés de los menores. Dicho compuesto biológico, de acuerdo con la descerebrada teoría, sería usada por las élites como cotizada droga y elixir de juventud.
Un disparate en toda regla, sustentado en la tragedia real que supone el secuestro y prostitución de menores.
La madre de todas las conspiraciones
En unos días se cumplirá el 60 aniversario del asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy, un oscuro magnicidio que ha pasado a la historia como la “madre de todas las conspiraciones”. Las hubo antes y, desde luego, en cascada han llegado hasta nuestros días, pero lo ocurrido en Dallas el 22 de noviembre de 1963, está grabado a fuego en la historia y en la memoria colectiva, y sin duda cambió el mundo. De todas las mencionadas en este artículo, la de JFK es sin duda la verdadera conspiración, aunque sorprendentemente aún se comparte la primera versión oficial, la de un único y solitario tirador, un radicalizado Lee Harvey Oswald. Al presunto culpable lo ejecutaría un mafioso, Jack Rubi, y tanto uno como otro, habían estado en la nómina de la CIA, en la esfera de la mafia, de los círculos anticastristas y en otros fregados. En contra de esa versión, desde un primer momento, se acumula una montaña de evidencias en contra, pruebas que apuntaban ya en aquellos años a varios tiradores y a un posible complot. El propio gobierno estadounidense terminaría admitiendo años más tarde la tesis de la conspiración, aunque curándose en salud al no señalar a ninguna organización o personas en particular. Hace unos meses el canario Luciano Armas Morales ha publicado un magnífico libro sobre el tema, en mi opinión, el libro definitivo sobre el asunto, “El asesinato del presidente Kennedy. De hipótesis a tesis”, cuya lectura recomendamos encarecidamente