En esta entrevista no hay currículo que valga. O mejor, sí. Un currículo que tiene mucho que ver con la vida de todos los días. Esto convierte esta conversación en más original, porque he hablado con el hombre que susurraba a los caballos. Se llama Antonio José Fernández Sanfiel, nació en Santa Cruz de Tenerife hace 83 años, meses después de terminar la guerra civil. Su familia procede de La Gomera y de La Palma y un día se le ocurrió juntarse con dieciocho amigos, todos relacionados con la equitación, para fundar la Asociación Tinerfeña de Amigos del Caballo. Era un día de 1983. Todavía se conserva el libro de registro de socios, fotos de la época y una serie de anécdotas que procuraré desgranar en esta entrevista cogida al lazo, celebrada en Los Limoneros, que aporta la historia sencilla de un hombre también sencillo, que ganó mucho dinero en el mundo del motor, pero que se enamoró de los caballos y a ellos dedicó su vida. Antonio José filma todavía los amaneceres en Las Teresitas con su teléfono móvil y para mí que es un romántico. La asociación se mantiene, aunque la actividad está detenida, quizá porque la afición a los caballos es muy dispersa, porque es difícil conciliar voluntades, porque el mundo del caballo es muy particular. Hay una frase de Antonio José, con la que titulo la entrevista, que dice así: “Del mundo del caballo, lo mejor es el caballo”. Y ahora me voy a poner a transcribir una conversación de la que apenas tomé notas porque me fío de la memoria cuando no puedo establecer un temario: no tengo ni idea del asunto. Él ya no monta, pero sigue admirando la nobleza de este animal fantástico y próximamente viajará a Sevilla para asistir a la Feria del Caballo que se celebra en la capital andaluza.
-¿Qué es lo mejor de ese mundo tan particular, Antonio José?
“Sin duda, lo mejor del mundo del caballo es el caballo. Todo lo demás es accesorio”.
-¿Cómo surge la asociación?
“Pues porque se me ocurrió a mí, tal era el amor de unos cuantos por estos animales, que son muchas veces mejores que las personas”.
-¿Quiénes fueron los fundadores?
“Yo digo siempre que éramos diecinueve, pero hubo cuatro primeros, muy primeros”.
-Bien, no nombraré a los diecinueve, pero sí a los cuatro.
“Pues Tito Morales, que el pobre acaba de morir; Briac Blanchard, Guillermo Gutiérrez de Salamanca y yo”.
-Una vez llegaron a reunir 10.000 personas en Las Lagunetas. ¿Cómo fue aquello?
“Tu periódico publicó en primera página que acudieron a la inauguración del hipódromo unas 10.000 personas. Se colapsó la carretera, las guaguas de turistas que iban al Teide no podían pasar. Las apuestas se dispararon. La pista era magnífica, de tierra y hierba y 1.200 metros de recorrido. La dificultad era encontrar caballos”.
-¿Y qué hicieron?
“Pagábamos cinco mil pesetas a cada propietario, vinieron jinetes profesionales a competir, incluso de otras islas. Una señora apostó veinte duros a un caballo y ganó 42.500 pesetas. Las apuestas llegaron al millón doscientas mil pesetas. Aquello fue una especie de locura, que se repitió más veces”.
-¿Y por qué no se mantuvo ese hipódromo para siempre?
“No lo sé. Mira, yo he sido siempre muy legalista. Obtenía todos los permisos, sobre todo el del Ayuntamiento de La Matanza, que era el que tenía la jurisdicción sobre el terreno. Pagábamos un seguro. Estábamos en el año 1985. Yo tengo en mente un proyecto mixto de hipódromo y otros deportes, lo tengo en la cabeza, pero va a ser imposible llevarlo a cabo”.
-¿Por qué?
“Pues porque aunque viva muchos años más no voy a tener tiempo para poner de acuerdo a todo el mundo. Tengo vistos hasta los terrenos, muy cerquita de La Laguna”.
-Tendrás amigos del alma, ya fallecidos, que te ayudaron en esas actividades ecuestres. Hombre, lo digo por la edad.
“Pues sí. Y recuerdo a tres, con especial cariño. A Tito Morales; a Arturo Rodríguez, que fue director de la Escuela de Turismo de Tenerife; y a Pedro Hernández, un hombre de Hernández Hermanos de toda la vida y que era mi mano derecha y mi mano izquierda. Ya no está con nosotros ninguno de ellos”.
-¿Por qué no se aprovechan los senderos de las islas para montar a caballo? Parece que está prohibido.
“Es que vivimos en medio de la estupidez”.
-¿Y eso?
“Existe una norma que dice que hay que recoger la caca de los caballos en unas bolsas y depositarlas en los basureros. ¿Te imaginas a un inglés yendo con la bolsa detrás del caballo mientras monta en el campo de Inglaterra? Hay normas que parecen de otro mundo, dictadas aquí en Canarias”.
-Quizá sea porque aquí no existe tradición de casi nada.
“Pues será eso, pero a mí me parece un disparate”.
-Tú movías a mucha gente, había afición.
“No era yo solo, contaba con la colaboración de Radio Club, que era capaz de anunciar un acto y llenarlo de gente. El impacto de esa emisora en la sociedad de Tenerife era impresionante”.
-Has visitado otros países, has visto la influencia del caballo en los pueblos…
“Mira, en los 80 fui a Londres, a Wembley, y vi cómo trataban allí a los animales, cómo se doman, los tipos de caballos que tienen. En el mundo del caballo, aquella es otra dimensión”.
(Asiste a la entrevista Noemi Carreras, presidenta de la Federación Canaria de Hípica. Me cuenta Noemi que cuando el reciente incendio de las cumbres de Tenerife, la Federación organizó la evacuación de los caballos en peligro, que fueron muchos. Y no sólo de los caballos, sino de perros, cerdos y hasta de la oveja Anacleta, a la que todo el mundo daba por perdida y hoy pasta como una reina en la finca de Aguagarcía, propiedad de un conocido periodista. Por cierto que Noemi no había tenido nunca la oportunidad de hablar con Antonio José. Durante la conversación pasaron revista a la historia del caballo en las islas. Mi veterano interlocutor añade: “Yo empecé a montar en La Palma, con diez años. Allí se celebran carreras desde hace muchos años y mi familia de La Palma me fue metiendo la afición en el cuerpo hasta que acabé enamorado de los caballos y convertido en un experto”. Noemi confirma lo de los caminos de las cumbres: “Están cerrados, pero cerrados con candados, cuando no pueden hacerlo porque los animales tienen derecho de paso”. Le respondo que el mago es muy atrevido y es que yo conozco al mago como la palma de mi mano).
-Sigues enamorado de los caballos, por lo que observo, Antonio José.
“Era y es tan fuerte ese amor que me he llegado a quedar dormido junto a una yegua. Es que son mejores que nosotros; los humanos somos una mierda porque hay gente que lo único que quiere es fastidiarte, quien menos te lo piensas te está haciendo una jugada”.
-Todavía acudes a las ferias, por lo que me dices.
“Y así ocurrirá hasta que me llegue el día, pero yo moriré feliz”.
-¿Por qué?
“¿Por qué va a ser? Porque he hecho siempre lo que me ha dado la gana”.
-No sé si te he preguntado en qué año se constituyó la Asociación Tinerfeña de Amigos del Caballo.
“Pues fue en el año 1983, pero hasta dos años más tarde no comenzaron las actividades, vamos a llamarlas de masas. Aquello de Las Lagunetas y también hemos organizado subastas de caballos, concursos de saltos, las tres horas a caballo, rallyes, cross y carreras de sortijas”.
-Mi abuelo corría la sortija a caballo.
“Esa práctica nació en el siglo XIX y se debe, yo creo, a la colonia inglesa que existía en el Puerto de la Cruz. En el parque del Taoro está el famoso Camino de la Sortija, de tierra, trazado sobre el volcán, que hoy utiliza la gente para caminar. Aquello se llena todos los días, por la mañana y por la tarde. Es muy bonito. Y no digamos las de las Fiestas del Cristo”.
-Por cierto, el asfalto es el peor enemigo de los caballos.
“Lo es, horrible. Pero nosotros en Las Lagunetas teníamos aquella pista segura, sin peligro alguno para los espectadores, de 1.200 metros de recorrido. Era de tierra, pero había crecido la hierba sobre ella y parecía un césped muy pisado, ideal para la competición”.
-¿Fueron ustedes pioneros?
“No, no lo fuimos. Hay un antecedente. Antes de crear la asociación se celebraban carreras de caballos aquí cerquita, en Guamasa. E iba mucha gente a verlas. Y en terrenos del aeropuerto de Los Rodeos se celebraron concursos de saltos. Había afición, pero la gente era reacia a prestar los caballos. Si no estás muy comprometido con este deporte parece muy difícil crear esa cultura que permita la competición”.
-Y ya se acabó la actividad.
“Sí, por todos esos motivos. Al final éramos ciento setenta socios, que pagábamos una cuota mensual de quinientas pesetas cada uno. Con eso manteníamos la estructura y organizábamos todos los concursos. Era una especie de milagro, pero lo conseguíamos”.
-¿Dependían de algún organismo oficial?
“Por supuesto, visité la Cría Caballar en Madrid y teníamos la tutela de la Federación Hípica Española. A mí me gusta hacer las cosas legalmente. Una vez me llamó el gobernador Martinón y empezó diciendo: “Yo sé que usted lo tiene todo legal…”, para recomendarme algunas cosas. También nos visitaba la Guardia Civil, pero siempre para colaborar”.
-¿Recuerdas a más gente relacionada con el caballo?
“Claro que sí. Recuerdo con mucho cariño a Paco Martel, popular hombre de la publicidad y de Canal 7; también nos ayudó Daniel Rodríguez Franco, que era preparador de caballos de carreras. Martel era propietario del centro hípico El Manchón, en la montaña del Púlpito”.
(Una vez visitamos ese centro Pepe Capón, a la sazón consejero-delegado de este periódico, y yo, con Paco Martel. Pepe Capón iba de camisa de manga baja, pero se acercó tanto a un caballo que el equino le comió una de las mangas y le dejó un brazo con manga corta. Por todo reproche, le dijo a Martel: “Oye, échale de comer a este animal, que tiene hambre”. Imaginen ustedes el cuadro).
Y añade mi entrevistado:
“También nos ayudó mucho el catedrático de Medicina don Javier Parache, que era el presidente del Club Hípico La Atalaya. Pero todo se acabó porque no había caballos para competir. Por el hipódromo de Las Lagunetas pagábamos veinte mil pesetas mensuales de alquiler. No podíamos organizar competiciones porque la gente, como te he dicho, era reacia a aportar los caballos. Teníamos a veces que traerlos desde Gran Canaria”.
-Cuánta gente se ha quedado en el camino.
“Es verdad, pero están en nuestro recuerdo, porque ellos crearon la afición. En torno al centro hípico La Cordillera, en Guamasa, propiedad de Briac Badt Blanchard, firmaron el acta fundacional jinetes y profesores de equitación de especial relevancia, que fueron socios fundadores y formamos la primera directiva”.
-Pues ya era hora de que se les hiciera justicia.