granadilla de abona

El IES Magallanes, hacinado, da clases en el terrero de lucha

En este instituto repleto se da clase hasta en el terrero de lucha. En octubre protagonizó una protesta de sus miembros y es ejemplo del colapso de la educación pública en el Sur
De izquierda a derecha, María Torres, Joy Edomwonyi Ibrahim, Alba Torres y Matías Mato, miembros del sindicato Libertad 27.
De izquierda a derecha, María Torres, Joy Edomwonyi Ibrahim, Alba Torres y Matías Mato, miembros del sindicato Libertad 27. N.M.

En el IES Magallanes nada es lo que parece y pocas cosas son como deberían ser. O lo que deberían ser, que viene siendo lo mismo. Si hace escasos días el consejero de Educación del Gobierno de Canarias, Poli Suárez, anunció una reunión con alcaldes y alcaldesas del sur de Tenerife para abordar la situación de masificación de los centros, este, que está ubicado en el núcleo de San Isidro (Granadilla de Abona), es uno de los que se encuentra, no ya masificado, sino hacinado, según denuncian alumnado, docentes y madres y padres, entre otros colectivos. El personal de servicios como la limpieza sufre también un panorama poco edificante para la educación pública.

Por crecimiento poblacional, o más bien aluvión, los municipios que están en peor situación son los de Arona y Granadilla de Abona. En el primero se encontraban los populares barracones del IES de Guaza, que, en teoría, iban a desaparecer tras la apertura en este curso del IES Parque La Reina. Sin embargo, serán heredados por el alumnado del colegio (CEIP) de Los Abrigos.

No es que el panorama se haya complicado de la noche a la mañana. La población del municipio que alberga al IES Magallanes se ha duplicado, prácticamente, en veinte años. De los 27.244 habitantes de 2002 a los 52.477 vecinos que tenía el año pasado, según los datos del Instituto Nacional de Estadística. Una media de crecimiento de 1.261 personas cada doce meses. Del conjunto de la población de Granadilla de Abona, más de la mitad vive en San Isidro.

Un edificio que se proyectó hace 19 años

Este instituto, en el que se imparte enseñanza desde primer curso de la ESO hasta segundo de Bachillerato, pasando por ciclos formativos de grado medio y superior, tiene en torno a 1.300 estudiantes, según explica su directora, Natalia Guillén, quien señala al edificio en construcción anexo al módulo de entrada al instituto. El cartel de la obra explica que se trata de la construcción de cuatro aulas que se terminarían en septiembre de 2022, además de una cafetería.

“El edificio estaba aprobado desde 2004, al parecer, pero no se empezó a construir hasta hace dos años”. Quien lo dice es María Torres Mesa, alumna y portavoz del sindicato Libertad 27 (el nombre y número de la calle donde está el IES).

Torres forma un compacto grupo junto a sus compañeros Joy Edomwonyi, presidenta, Alba Torres y Matías Mato, quienes van haciendo de guías de este peculiar centro educativo, cuyo sistema de aprovechamiento ha convertido lo que eran espacios de recreo que un laberinto sin fin.

“Bueno, y no se va a terminar hasta septiembre del año que viene. Espero que sí. Pero lo más curioso es que el proyecto no contemplaba ningún baño. ¿Y qué hacemos nosotros? ¿Sondamos a los chicos?”, se pregunta Guillén sobre la estructura en obras. “Mira, eso de allí -un toldo- es una de las tres zonas de sombra que tenemos en el centro, que fueron costeadas por la AFA -asociación de familias- vendiendo rifas”, señala María Torres, quien afirma que “nuestro patio es esa zona en la que estás -la entrada- y la cancha de deportes”. Da unos pasos más por este rompecabezas.

“En verano colocaron aquí estos dos módulos que son aulas prefabricadas, sin wifi, en el patio y, si te fijas, están justo delante de una salida de emergencias, que queda bloqueada. O sea, que no se cumplen ni las normas de seguridad”. Aquí todo ha crecido en base a la ocupación del espacio libre que había, ya fuera el patio de recreo o los huecos de la escalera.

Debajo de estas últimas, en el edificio A, se han improvisado “los despachos de convivencia y de orientación”, mientras que “los dos laboratorios del centro están destinadas a aulas porque, por muy triste que parezca, hay que priorizar y es más importante tener una clase donde meter a los alumnos que dar una asignatura de microbiología. Por tanto, todo esto está afectando a la calidad de la educación que recibimos”, subraya la portavoz del sindicato.

El terrero de lucha ya no lo es. Ni tiene arena ni se practica deporte. Se ha reconvertido en un pequeño edificio en el que se han acondicionado otras dos aulas para impartir las clases. Conservan la forma y las gradas.

“La microbiología no es una prioridad”

La sala de profesores, en un centro en el que estos rondan los 130, es tan pequeña que, son suerte, caben una veintena a la vez. Los baños del edificio A son minúsculos y, sin embargo, tiene que responder a un alumnado de 300 personas, según los cálculos de Libertad 27.

Todos creen que lo que iba a ser la cafetería del nuevo edificio será, finalmente, la sala de profesores y que el laboratorio proyectado se destinará a generar un nuevo lugar en el que “colocar” al alumnado. Nada de microbiología, lamenta María.

En el centro faltan dos administrativos pero existe un problema en el caso de que se contrataran. Y es que no hay un lugar en el que acondicionar las correspondientes zonas de trabajo de los trabajadores. De manera que no se sabe qué es mejor y qué peor.

La capacidad de limpieza también es poca. Los miembros del sindicato atestiguan que “en todo el tiempo que llevamos aquí, la cancha cubierta solo la hemos visto limpiarse dos veces”, más allá de que “por la mañana, el edificio A -el de los 300 alumnos- solo tiene a una compañera, Cristina, para ocuparse de todo. El resto no tiene”.

Los jardines han quedado reconvertidos en espacio para la charla. Dos bancos colocados entre setos dan buena cuenta de ello. Y no hay biblioteca, dicen desde Libertad 27. “Debemos de ser el único instituto del mundo que no la tiene”, indican.

“Ojalá volviera la pandemia otra vez”, subraya Natalia Guillén: “Teníamos poco tiempo con el alumnado, pero, por lo menos, era un tiempo de calidad educativa. Es que, con las ratios que tenemos, la calidad educativa aquí…”, se echa las manos a la cabeza. Todos, sin embargo, coinciden en un aspecto: lo mejor del IES Magallanes es la “materia prima”. El alumnado, el profesorado y el personal de servicios que garantizan la educación pública. Al menos por ahora.

El nuevo edificio con cuatro aulas acumula más de un año de retraso

Con una inversión de 647.499,20 euros, el edificio de ampliación lleva más de un año de retraso, más allá de que, cuando nazca, ya se habrá quedado pequeño, según cree tanto la comunidad docente como el sindicato Libertad 27. Tendría que haberse terminado en septiembre del año pasado y, según los datos que da la directora, Natalia Guillén, estará listo en el mismo mes del que viene. Estaba previsto que dispusiera de cafetería y laboratorio, pero nadie cree que sea el destino final de las instalaciones.

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