¿Qué pasó aquella noche del 15 de diciembre de 1992, cuando el frío envolvía la proverbial quietud de la ciudad, solo alterada por los gritos y las exclamaciones de los televidentes inmersos en un inusual encuentro de fútbol entre el Tenerife y el Milan?
Esa fecha fue difícil de olvidar en el Puerto de la Cruz y en la Isla porque el inesperado asesinado de Manuel Cabrera Mesa, conocido por todos como Manolito el cartero, o también Manolito El chico, una persona entrañable y querida por todos, dejó quebrada a toda una ciudad, que todavía busca respuestas a lo ocurrido y espera que algún día aparezca el autor.
¿Quién mató al cartero? Se pregunta el periodista Gregorio Dorta en su último libro. El escritor -aunque él prefiere que lo llamen autor- tenía una relación cercana con la víctima, a la que le debía este homenaje.
Ese día coincidieron dos hechos importantes en la ciudad que el asesino aprovechó a la perfección. El partido que se jugó en el estadio Heliodoro Rodríguez López, que enfrentó de forma amistosa al Club Deportivo Tenerife y el Milan, y la huelga general de trabajadores que redujo el personal que trabajaba en la oficina, ubicada en la calle El Pozo, y que tenía una actividad intensa. Manolito era el conserje y vívía en el piso de arriba. Solo había dos personas en ese momento, Manuel y Antonio, testigos directos de lo ocurrido, quienes todavía, tienen secuelas, asegura Gregorio.
En esa época la ciudad turística era un municipio muy tranquilo. Según recoge la prensa de la época, era una de las ciudades con seguridad más alto grado de seguridad de España. Por eso, cuando escuchó ruidos se extrañó debido a la hora que era, bajó, y se encontró con sus dos compañeros atados en el suelo.
“Para ellos y para el asesino fue una sorpresa que los pillara Manolito” -sostiene Gregorio Dorta- “así que lo cogió y lo ató. Pero mientras lo estaba haciendo la pistola se disparó y le pasó a uno de ellos por encima, rozándole el pelo”.
Manolito pensó que eran balas de fogueo “y como era muy impulsivo y hablador”, le pidió al ladrón que dejara de hacer ese tipo de bromas con “balas de fogueos” provocando el efecto contrario: el ladrón se envalentonó y le disparó dos veces, la primera bala casi no lo tocó pero la siguiente le llegó al pulmón.
De inmediato acudió personal sanitario que lo trasladó hacia la clínica Tamaragua. Un policía local lo acompañó en la ambulancia. Le contó a Gregorio que “Manolito le quería decir al oído quién había sido su asesino porque lo conocía. El agente estuvo a punto de acercarse porque movía los labios pero no tuvo la fortaleza para hacerlo porque lo veía con mucha dificultad para respirar. Lo tranquilizó diciéndole que cuando llegara al hospital se lo diría, pero falleció durante el trayecto.
El periodista describe a su amigo como “una persona muy abierta, cariñosa, amable, dicharachera, que ayudaba a todo el mundo, era el cartero, una figura relevante en ese momento, casi tanto como el alcalde o el cura. Conocía a todo el mundo, por eso yo bromeaba y le decía que cuando me presentara para ser alcalde lo iba a ir a buscar a él. Dondequiera que estuviera, siempre saludaba a alguien”.
Ambos compartían la pasión por el fútbol. En esa época el autor estaba haciendo sus pinitos en la crónica deportiva y el cartero era un ferviente seguidor del equipo de su ciudad, el CD Puerto Cruz. “Nos veíamos en el campo, en el muelle, era una persona que, sin ser íntima, teníamos muchas cosas en común, nos reíamos mucho”, apunta.
Gregorio era jefe de Deportes de la ya desaparecida Radio 21-Onda Cero y estaba transmitiendo el partido de fútbol cuando el realizador lo llamó y le contó lo sucedido, pero nunca imaginó quien era la víctima. “Fue muy chocante para mí cuando llegué a mi casa y me enteré”, asegura conmovido.
Para él, su trágica muerte y las circunstancias que la rodearon “fue un trauma”. Cada vez que pasaba por la oficina de Correos se acordaba de él. Por eso, cuando presentó el libro, el 19 de marzo, coincidiendo con el Día del Padre, sintió que “se sacaba un peso de encima”. Fue un intento de hacer justicia, contar con detalles lo sucedido, recordar a su amigo en una efeméride especial, y saldar una deuda con él, porque sentía que le “debía algo”.
Hubo tres sospechosos del asesinato. El primero fue un compañero de la oficina que vivía a cuatro minutos de la misma pero la policía no encontró ninguna evidencia en su vivienda que lo culpabilizara. Además, la madre declaró que su hijo había estado en su casa durante la hora del asalto, y por lo tanto, quedó libre de cualquier sospecha.
La segunda fue una mujer escandinava que residía en la iglesia protestante ubicada enfrente de Correos pero su pista era bastante ambigua y también de descartó.
Los terceros fueron Adrián y Agustín, dos personas que habían intentado comprar un coche Ford Fiesta y un Volkswagen y que habían pagado, supuestamente, con billetes sujetos con clips. Resulta que en Correos también se utilizaban elásticos para agrupar el dinero y que ambos sospechosos habían ido a preguntar por el precio de los coches dos días antes, con lo cual también fueron excluidos.
Según le comentó el criminólogo del caso, Félix Ríos, si este crimen se hubiera cometido hoy, al día siguiente se hubiera conocido la identidad de su autor por las cuerdas con las que ató a sus víctimas, un elemento imprescindible en la investigación que fue omitido. Ese fue el mayor fallo del caso para el profesional, porque la policía solo cogió huellas dentro de la oficina y todas pertenecían a trabajadores, “pero no le hicieron pruebas a las cuerdas, y el asesino, cuando fue a comprarlas, no lo hizo usando guantes y esta es una de las claves”, explica.
Gregorio tiene su propia teoría acerca de quién pudo haberlo perpetuado. “Hay quienes me han sugerido que vaya a hablar con él pero no me atrevo, yo no soy policía”, afirma.
El caso está prescrito, ya no se puede hacer nada, aunque el asesino confiese ahora. La familia tampoco quiere que aparezca. Mercedes, su esposa, prefiere cerrar un capítulo muy doloroso y difícil de su vida que se suma a otro compartido el año anterior con Manolito, la pérdida de un hijo en un accidente de tráfico.
Por eso, cuando Gregorio empezó a indagar y decidió escribir el libro, lo primero que hizo fue reunirse con la famiilia para trasladarle su intención y tener su consentimiento. Al principio le costó decidirse pero un día el hijo lo llamó y le dio el visto bueno para poder seguir adelante.
Tres años y medio recopilando datos
Estuvo casi tres años y medio recopilando datos y tocando diversas de fuentes relacionadas con el suceso y con la víctima, policía, guardia civil, abogados, el criminólogo, los dos testigos directos, que son personas mayores, y los distintos integrantes de su familia. Encontró reticencias en el camino pero eso nunca lo hizo dudar, todo lo contrario. Buscó la manera de seguir porque sentía que tenía que contar esta historia.
También tuvo que incursionar en la novela negra, un género para él desconocido hasta ese momento, y empezó a ver series de televisión de resolución de crímenes hasta el punto que ya se ha convertido en una especie de hobby.
“Crímenes así no ocurren todos los días. Es una ciudad pequeña en la que se habla mucho y las hipótesis que llevaron a cometerlo son varias. A ello se suman muchos testigos, una mala investigación en la que no se hizo hincapié sobre elementos fundamentales, y cuestiones que no encajaron y aun no encajan”, insiste.
Consultado sobre la posibilidad que el asesino lea el libro y confiese su crimen, contesta: “A día de hoy debe tener más de 80 años. No sé si tendrá la conciencia tranquila pero me pongo el pellejo de él y descubrirte ahora no debe ser nada fácil”, sostiene.