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El mural de Los Cristianos: proyectar arte desde una catástrofe

Javier Velázquez y Carlos Ortega, mecenas y pintor, son los precursores de esta obra en homenaje a las víctimas del fatídico colapso del edificio Julian José, en la localidad aronera
El mural de Los Cristianos: proyectar arte desde una catástrofe
Javier Velázquez y Carlos Ortega mirando su obra. / Rodrigo Padilla

En la mañana del 14 de abril de 2016, todo cambió en Los Cristianos para nunca volver a ser como antes. El Edificio Julián José, a la altura del número 12 de la calle Amalia Alayón, sufrió un colapso que se saldó con la muerte de siete de sus vecinos, que quedaron sepultados varias horas tras la tragedia. La causa penal fue archivada tras años de disputas legales, pero los dos informes periciales encargados por el Ayuntamiento de Arona para averiguar los motivos del derrumbe del edificio de Los Cristianos corroboraron la información adelantada por DIARIO DE AVISOS y que las partes conocieron en el acto de ratificación del perito ante la titular del Juzgado Número 3 de Arona. Para determinar las causas técnicas del desplome, el Ayuntamiento encargó a las empresas Atlante SLU e Intemac sendos trabajos de ingeniería forense, independientes entre sí. El veredicto, legal o humano fue que el derrumbe del edificio causó una catástrofe que afectó a los vecinos y a toda la ciudadanía del sur de Tenerife. Un suceso sin precedentes en la comarca.

Uno de los mayores afectados, directamente por la catástrofe, fue Javier Velázquez. Por un lado, por ser propietario de El Escondite, bar limítrofe que se encuentra muro con terraza con el edificio y, además, porque Javier conocía a muchos de los fallecidos de aquel fatídico 14 de abril. Javier cuenta lo que vivió con tristeza en sus ojos, pausas para coger aire y, sobre todo, mucha pena y aflicción. “Se me ponen los pelos de punta cada vez que lo cuento. Yo conocía a una señora italiana que venía cada año con su marido. Ella se fue a hacer sus compras de la mañana y el marido se quedó en casa. Al volver, ella escuchó el estruendo y observó la humareda, pero una de las fachadas aún seguía en pie y no lograba adivinar qué había pasado. No fui capaz de decirle nada”, explica con pena el propietario.

Javier presenció todo el desarrollo de la catástrofe y cuenta varios episodios que jamás se le borrarán de la cabeza: “Yo estaba tomando un café. Desde mi ventana podía ver el edificio, solo me separaba las cortinas, el cristal y a unos pocos metros más allá estaba la estructura. De buenas a primeras se derrumbó y yo no cabía en mi asombro. Rápidamente salí a ver lo que había pasado y me quedé en shock. Al poco tiempo, vi a una señora que me pedía ayuda y se desmayaba. Así hasta tres veces. Esas imágenes son muy fuertes y me las llevaré marcadas hasta el final de mis días”. Velázquez nunca “volvió desde aquel día” confirma que el pueblo “tampoco es el mismo”. “Pasó un año y medio o dos y en Los Cristianos no se escuchaba ni el sonido de las cholas. Todos estábamos traumados. Fue muy triste”, certifica. A medida que fue pasando el tiempo, los playeros pudieron levantarse del duro golpe y poco a poco esta localidad sureña volvió a ser lo que era. Un buen día, Javier decidió algo que cambiaría su vida. Se acercó a un taller de Bellas Artes en El Camisón, en Playa de Las Américas. Allí conoció a Carlos Ortega y su hermano Raúl. Carlos y Javier hicieron migas rápidamente e intercambiaron sus contactos. El propietario de El Escondite estaba buscando a un pintor para hacer un homenaje sobre el muro que colocó el ayuntamiento en el lugar de la tragedia, delante de su bar. Quería hacer un homenaje a las siete víctimas ya que, como él dice: “parecía un cementerio pintado de ese blanco tan fúnebre. Este lugar necesitaba alegría”.

El mural de Los Cristianos: proyectar arte desde una catástrofe
Javier y Carlos son los precursores de este tributo. / Rodrigo Padilla

El mecenas y su pintor

Carlos Ortega nació en Puerto de la Cruz, aunque muy joven se mudó a Los Cristianos. En el pueblo sureño desarrolló su carrera como artista. Una tarde, Carlos y Javier se sentaron en su terraza para tomar algo y tras pensarlo deliberadamente tuvieron la idea perfecta: representar el pueblo de Los Cristianos. Como si de un mecenas se tratase, Velázquez (vaya casualidad), contrató a Carlos para llevar a cabo su obra magna. El propietario de El Escondite no escogió a Ortega por casualidad. “Yo cuando vi la obra de Carlos, tuve la sensación que los cuadros se movían y por eso nadie mejor que él, que además es de aquí, para llevarla a cabo”, señaló Velázquez. Ortega tuvo la excelente idea de representar el pueblo desde el mar, una especie de vista panorámica que te dejaría ver el largo y ancho de Los Cristianos si te sitúas flotando en el mar. Comenzó su obra desde el Parque del Nido, pasando por el centro del pueblo y ahora se encuentra pintando con mimo la casa de El Coronel, para en unos días acabar pintando el final de Los Cristianos; desde el Hotel Arona hasta la Montaña de Guaza. Además, también representará el fondo marino. El trato en cada casa y trazo es especial. Hay un detalle casi perfecto que, al ojo, no da lugar a pensar que es un mural. Es casi real y animado. Cada color, cada pincelada y cada esquina de su obra ha sido hecha con gusto y precisión: “¡Me lo estoy tomando muy personal! ¡Le estoy dando tanto cariño que me estoy pasando!”, certifica.

Desde hace meses es incontable la cantidad de personas que se paran a presenciar la gran obra de Carlos: “Aquí he visto de todo. Hay gente que te dice que eso que estás pintando no está ahí, otros que te preguntan, otros que te ayudan…” Javier lo cataloga como “el psicólogo de Los Cristianos” pues, cada día, se paran junto a él cientos de personas y le cuentan su opinión sobre la obra. El éxito es tal que cada día una guía turística sueca trae a varios grupos a la obra para presenciarla. “Lo que yo he visto y oído tengo que contarlo. Hace tiempo estoy pensando escribir un libro con todos mis recuerdos y conversaciones”, asiente Ortega.

Realizados

Uno de los miedos de ambos era el vandalismo urbano. Tenían temor de que la obra fuese pintada o grafiteada, pero nada más lejos de la realidad, hasta los vándalos han respetado este mural: “Hace poco nos contaron que hay una ley no escrita entre los grafiteros que dice que si una obra está inacabada, no se toca y por ahora está habiendo respeto”. Una de las curiosidades de esta obra de arte es cómo está siendo costeada. Lejos de ser una propuesta del ayuntamiento aronero, los costes del mural corren a cargo de Javier, quién está pagando a Carlos con dinero de su jubilación: “¡Qué más da el dinero! ¡Eso viene y va! Lo importante es ser generoso y hacer buenos actos por la comunidad”. El dueño del bar es un creyente entusiasta. De joven se formó en un seminario y desde siempre ha seguido la palabra del señor. Además, todos los días va a misa. Eso sí, Javier tiene un largo curriculum. De estas personas que se las conoce como “un libro abierto”. Javier también sabe 5 idiomas que aprendió cuando era joven y uno, el flamenco, gracias a su mujer. Velázquez fue periodista, animador, camarero… lo que no ha sido él, aún no está inventado.

Pintor y mecenas, como le gusta llamarse entre ellos, mantienen una relación que, más allá de ser profesional, responde a la admiración. Carlos cuenta como Javier “es un hombre que no le cabe el corazón en el pecho”. Mientras, Javier piropea a Carlos por “ser una gran persona” mencionando sus grandes virtudes cuando se engancha los pinceles.

Javier y Carlos se muestran satisfechos con lo logrado y las reacciones de los vecinos. “¡Yo paso por aquí y me alegra la mañana!” “Puedo ir por muchas calles, pero paso por aquí”, le confiesa un vecino a Carlos. “Que alguien me diga eso me pone los pelos de punta”, asegura emocionado el pintor. Los Cristianos ha sentido la obra como suya. Es el corazón que da aire a un pueblo que, en una época en la que los turistas inundan sus avenidas, nunca está de más acercarse a la calle Amalia Alayón para recordar de dónde provienes. Tras más de un año y medio desde que se comenzó el mural, Carlos prevé que se termine la obra en junio de este mismo año. La travesía en la que tantas horas ha invertido, pronto llegará a su fin. Su homenaje es un regalo al pueblo, una ofrenda a los que ya no están. “No sé que hay en el más allá, no sé si una pantalla negra, pero por lo menos que nos vayamos de este mundo y sea con arte. Que descansen en paz”, certifica Javier.

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