Los españoles son famosos por su amor por la buena comida y la celebración, y España misma es reconocida por sus festividades, algunas mundialmente conocidas como los Sanfermines o la Tomatina. Sin embargo, el pueblo con más fiestas del país destaca por encima de todos, con unas asombrosas 80 celebraciones al año, lo que significa una cada cuatro días.
Este pueblo privilegiado es Los Realejos, en Tenerife, donde la comunidad y la tradición son inseparables. Con sus empinadas calles como testigos, los habitantes viven y respiran sus festividades con fervor y pasión, haciendo de cada evento una experiencia única.
La historia de Los Realejos se entrelaza con sus numerosos barrios, cada uno con sus propias tradiciones y fiestas, algunas que datan de tiempos inmemoriales. Según Manuel Jesús Hernández, historiador local, estas celebraciones se remontan a las fundaciones de ermitas que dieron origen a los barrios y sus festividades.
El corazón de estas festividades late en las Fiestas de Mayo, en honor a la Cruz, así como en las celebraciones dedicadas a la Virgen del Carmen, San Vicente y la Romería de San Isidro Labrador. Estas festividades, mayormente ligadas a eventos religiosos, han perdurado a lo largo del tiempo, alimentadas por el amor y devoción de los habitantes.
Una de las fiestas más emblemáticas es la de las cruces, considerada patrimonio cultural y que Los Realejos busca elevar a reconocimiento internacional. Esta festividad, que enfrenta a los vecinos de las calles El Medio y El Sol en una competencia de belleza de cruces, ha evolucionado con el tiempo, convirtiéndose en un espectáculo único en la isla.
Otra celebración destacada es la dedicada a la Virgen del Carmen, que ha unido a la comunidad durante siglos en su devoción hacia la patrona de los marineros. Desde festivales infantiles hasta desfiles procesionales, Los Realejos muestra su aprecio por esta festividad de muchas maneras.
Detrás de cada festividad hay un esfuerzo conjunto de la comunidad, desde la colaboración en la organización hasta la financiación de las celebraciones. Aunque el impacto económico es considerable, con un impulso significativo para el comercio local y la industria pirotécnica, el verdadero valor radica en la preservación de las tradiciones y la unidad de la comunidad.
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