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Del sueño al infierno: relato de una joven togolesa esclava en Omán

Muchas mujeres de África subsahariana migran hacia países del Golfo atraídas por la promesa de empleo y mejores condiciones de vida. Manipuladas por agencias intermediarias, acaban enfrentando explotación laboral y abusos
Del sueño al infierno: relato de una joven togolesa esclava en Omán
Hace dos años, Gladis sufrió numerosos abusos bajo el ‘sistema kafala’ en Omán (Oriente Medio), donde fue vendida y maltratada. DA

Por Adrián Galván | Gladis tenía 23 años cuando su prima le habló de una agencia en su ciudad Lomé, la capital de Togo, que ofrecía oportunidades de trabajo en los países árabes. En concreto, le propusieron ser empleada doméstica en Omán: “Me dijeron que me llevarían y tendría un salario increíble, que viviría en un lugar lujoso con un coche grande. Pero me mintieron y me llevaron directamente al infierno”, recuerda después de dos años la joven, cuyo verdadero nombre ha querido mantener anónimo para preservar su seguridad.

Estudiante de Sociología, había dejado la universidad debido a la falta de recursos económicos. Como ella, son muchos los jóvenes de Togo que deben abandonar los estudios para buscar trabajo. En este pequeño país que comparte frontera con Ghana, Burkina Faso y Benín, las oportunidades son escasas. A pesar de los recursos naturales como el fosfato e, incluso según sospechan los locales, petróleo, la economía es frágil y las perspectivas de futuro son sombrías. Atrapados por la corrupción y un régimen dictatorial de casi sesenta años, la movilidad social está estancada, condenando a la mayoría de los estudiantes a la precariedad.

El objetivo de Gladis era ganar dinero para abrir su propia tienda en Lomé. Al recibir la oferta lo consultó con su madre; ella se había marchado a trabajar al Líbano, llevaba allí siete años y, hasta ahora, le había ido bien. Decidió aceptar la propuesta de la agencia viéndola como una muy buena oportunidad. Sin embargo, lo que le vendieron como un paraíso se convirtió rápidamente en una auténtica pesadilla.

Después de pagar unos 380 euros a la agencia, Gladis fue recibida en Omán por su nueva jefa, una madre de familia de cuatro hijos. Desde su llegada comprendió que había sido engañada: la agencia le había prometido un salario de 500 euros, pero recibió menos de la mitad. Lejos del paraíso prometido, se encontró atrapada en un país donde fue maltratada y explotada: “Dormía en el salón de la familia, había cámaras de vigilancia en todas las habitaciones. No podía salir de allí, era como vivir en una prisión” relata Gladis, recordando con tristeza las frecuentes situaciones de racismo que sufrió: “No me consideraba, veía a los negros como objetos y me insultaba por mi color de piel”.

Víctima del ‘sistema kafala’

Gladis firmó un contrato de dos años, un documento redactado en árabe y en inglés. Con dificultad para entender las condiciones, pronto se dio cuenta de que acababa de aceptar convertirse en propiedad de su jefa. Como ella, muchas otras mujeres son víctimas del sistema de ‘kafala’, una práctica común en los países del Golfo en la cual el empleador (‘kafel’) posee legalmente el poder para subyugar al trabajador migrante. El jefe pasa así a tener el control de las salidas y entradas del territorio de las empleadas, pueden renovar el contrato unilateralmente además de aprovechar vacíos legales para explotarlas laboralmente.

Según Amnistía Internacional, las trabajadoras domésticas pueden llegar a trabajar 18 horas al día y pueden pasar hasta un año sin salir de sus casas : “El sistema de kafala siempre ha sido una forma de encarcelamiento en el hogar para las personas migrantes que trabajan en el sector doméstico”, señala Heba Morayef, directora de Amnistía Internacional para Oriente Medio y Norte de África. Aunque la mayoría de ellas son originarias de Asia y África del Este, cada vez son más las mujeres provenientes de África Occidental, incluidos países como Togo, Burkina Faso y Mali. Solo en Líbano, se estima que unas 250,000 personas migrantes son víctimas de este sistema.

Después de descubrir el engaño y sufrir el trato inhumano de su “kafeel”, Gladis expresó su deseo de regresar a África. Fue entonces cuando descubrió que su agencia le había vendido a esa mujer por un total de 2.000 euros: “Mi jefa me dijo que si quería irme a casa tendría que reembolsar todo el dinero que le había pagado a la agencia”. Gladis se convirtió así en víctima de una relación abusiva, perdiendo la mayoría de sus derechos y libertades, en lo que organizaciones internacionales denuncian como una forma de esclavitud moderna.

Retenida en el infierno

Una mañana, como cada día, Gladis se puso a preparar el desayuno para la familia. Sin embargo, cuando subió al piso de arriba para llevarles la comida, se sorprendió al constatar que la madre se había marchado de viaje con los niños sin avisarle. Sin conexión a internet, ya que le habían desactivado el WiFi, se encontraba sola en la casa. Esa noche, alguien llamó a la puerta de su cuarto.

“Abrí la puerta y vi al padre. Me había traído algo de comida y empezó a flirtear conmigo. De repente, sacó dinero del bolsillo y se ofreció a pagarme si accedía a acostarme con él. Me negué y cerré la puerta”. El hombre siguió golpeando la puerta: “Dijo que no me preocupara, que su mujer no se enteraría porque había apagado todas las cámaras”, recuerda Gladis atemorizada. Al día siguiente, el marido volvió para insultarla y amenazarla: “‘Tendrás problemas’, me advirtió”. Como ella, mujeres y niñas son las personas más vulnerables de este sistema, siendo en muchos casos víctimas de abusos sexuales por parte de sus empleadores.

Tres días más tarde, la mujer volvió a la casa con sus hijos. Fue en ese momento, al descubrir que faltaban días de grabación en las cámaras de seguridad, que la situación se torció aún más para la joven togolesa. “Cuando me llamó tras ver las cámaras no dije nada… tenía mucho miedo. No podía denunciar al marido, temía que pudiera hacerme daño. Me guardé todo para mí. Pero ese fue el comienzo del verdadero infierno”, cuenta Gladis.

“Quiero arruinarte la vida”

El 22 de diciembre de 2022 siempre quedará grabado en la memoria de Gladis. Su jefa vino a verla esa mañana con la noticia de que había conseguido una nueva familia para ella. Sin embargo, primero debía acompañarla a la comisaría para hacer los cambios necesarios en los papeles. Una vez allí, la joven fue esposada: “Yo estaba súper contenta porque por fin iba a poder cambiar de familia. Pero una vez más me engañaron me estaban acusando de intento de homicidio contra mi jefa! La policía me golpeó diciéndome: ‘Eres una negra que ha venido para destruir nuestro país’”, relata entre lágrimas. Perpleja ante la situación, le pidió explicaciones a la mujer: “Quería matarme, pero para evitarse problemas prefirió que me encerraran en prisión. ‘Quiero arruinarte la vida’, me dijo”.

Tras tres juicios sin derecho a un abogado, la joven fue finalmente condenada a pasar un año en la prisión de Omán. Al contar su experiencia en la cárcel, su voz se entrecorta: “No fue nada fácil, estaba tan traumatizada… Pensé que me volvería loca allí dentro”. Pese a todo, la fe en Dios y la compañía de su compañera hindú le daban esperanza: “Ella me decía: ‘Tu dios te sacará de aquí’. Gracias a ella me mantuve con fuerzas”.

Un regreso doloroso

A los cinco meses, Gladis fue liberada por falta de pruebas. Un policía la acompañó hasta el aeropuerto: su madre le había comprado un billete de vuelta a Togo. Sin embargo, su jefa se había quedado con todas sus pertenencias y con el dinero que había conseguido en el país: “Ni siquiera me quería devolver el pasaporte… tenía unos 3000 euros en la maleta pero se lo quedó todo. En el aeropuerto me aseguraron que ya los habían enviado a casa, lo que resultó ser otra mentira”, comenta Gladis. Según un informe de la ONU, pese a ser ilegal, la retención de pasaporte suele ser una práctica común por parte de los ‘kafeel’, impidiendo a las trabajadoras escapar del país.

Al llegar a Togo, Gladis pidió prestado un teléfono para llamar a su prima y pedirle que la recogiera: “Cuando me vio, se echó a llorar. Pensaba que yo había muerto…”. Sin más pertenencias que su pasaporte, su prima la llevó en moto hasta casa. Allí descubrió la triste noticia de que su padre había fallecido durante los meses que estuvo encarcelada: “El regreso no fue fácil en absoluto. Pasé varios meses antes de volver a ser yo misma. Fue muy doloroso no poder ver a mi padre por última vez”, lamenta Gladis.

Aviso a la juventud de Togo

Dos años más tarde, la joven recuerda los meses en Omán con miedo y tristeza. Le duele hablar de lo ocurrido, pero quiere que su testimonio sirva de alerta para el resto de la población togolesa: “Sobre todo a las generaciones más jóvenes, quiero decirles que si se les presenta la oportunidad, no vayan allí. Aunque es difícil porque, aún así, las agencias logran convencerles”.

Gladis ahora sueña con viajar a Europa para poder financiar algunos proyectos y, pese a todo lo vivido, no duda en mirar hacia adelante: “Me duele recordar lo vivido, pero es así. A veces hay que pasar por ciertas cosas para comprender mejor la vida”, concluye.

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