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60 años desde que Lanzarote construyó la primera desaladora de Europa

El ingeniero naval Manuel Díaz Rijo fue clave en la puesta en marcha de la primera planta potabilizadora del continente, después de analizar varios proyectos experimentales en Estados Unidos
La llegada de la maquinaria a Lanzarote, en 1964, fue todo un acontecimiento social. | Canal Gestión Lanzarote

La inventiva y el empeño de un ingeniero naval de La Vegueta (Tinajo) permitió a Lanzarote sentar las bases de su desarrollo económico a principios de los años 60 y colocó a la Isla de los Volcanes en el mapa internacional de los principales destinos turísticos. Manuel Díaz Rijo fue el gran artífice de la primera desaladora de Europa, todo un sueño para un territorio sin recursos hídricos con el que se acababan las penurias de la población conejera, cuyo abastecimiento dependía hasta ese momento de los caudales de los riscos de Famara (que comenzaban a dar muestras de agotamiento), pero sobre todo de los barcos cisterna que llegaban desde Tenerife y Gran Canaria al puerto de Arrecife, desde donde el agua potable se transportaba por toda la isla en barricas a lomos de camellos o en carros y se bombeaba a un tanque del muelle comercial al que acudían los vecinos para abastecerse.

Después de que Estados Unidos impulsara el desarrollo de la desalinización con la puesta en marcha de varias plantas experimentales, Díaz Rijo, que había trabajado en el Canal de Experiencias Hidrodinámicas de El Pardo (único centro estatal de investigación naval), se planteó considerar Lanzarote como un gran barco fondeado en el Atlántico al que podía aplicarse la solución de los buques de guerra y los trasatlánticos de grandes travesías, es decir, desalar agua durante la navegación. Después de que las autoridades insulares y estatales se mostraran reacias inicialmente a respaldar el proyecto, el ingeniero tinajero exploró la viabilidad de su plan desde la iniciativa privada y solicitó información a Estados Unidos sobre el funcionamiento de sus cinco plantas piloto en marcha.

Tras la creación de la empresa Tecmoeléctrica de Lanzarote S.A. (Termolansa), que adquirió la antigua central eléctrica de Arrecife y se hizo con la adjudicación del servicio de abastecimiento de agua potable para la capital lanzaroteña, sus promotores analizaron la documentación enviada desde Estados Unidos y, tras estudiar las distintas opciones, se decantaron por el modelo de instalación de San Diego, en California, desarrollado por la empresa Westinghouse y ejecutada por la compañía de ingeniería Burns and Roe, firmas con la que Termolansa cerró un acuerdo empresarial.

El sistema americano elegido se amoldaba mejor a las condiciones insulares y consistía en combinar la producción de agua y energía con el acoplamiento de la desaladora a una central de generación de electricidad. Las empresas estadounidenses vieron con buenos ojos la apuesta conejera por cuanto suponía abrir nuevos mercados fuera del país y exportar por primera vez a Europa una de las propuestas tecnológicas innovadoras impulsadas durante el mandato del presidente John F. Kennedy.

Una vez recibida la autorización del Consejo de Ministros, en 1962, Termolansa comenzó los trabajos de construcción de la planta desalinizadora en la zona conocida como Punta Grande, en Arrecife, por su proximidad al mar. Paralelamente, se empezó a instalar la red de tuberías por calles y aceras. A principios de 1964 llegó a la isla la maquinaria y se inició el montaje de la primera planta en Europa capaz de transformar agua de mar en potable. En la Navidad de ese año se probó por primera vez el producto generado por la revolucionaria infraestructura. Aunque existía temor a que su sabor no fuera el óptimo, las dudas se disiparon inmediatamente: aquella agua no sabía a marisco.

Poco después, en la primavera de 1965, comenzó a circular por las conducciones hasta las casas. El mar se convertía en la principal fuente de agua bebible de la isla gracias a una estación potabilizadora que producía diariamente 2.300 metros cúbicos de agua y 1.500 kilovatios de energía. Manuel Díaz Rijo, fallecido en 2016 a los 88 años, recordaba que, a pesar del momento histórico, no hubo acto de inauguración oficial: “La gente abrió sus grifos y el agua empezó a salir; en ese momento empezó el desarrollo de Lanzarote”. César Manrique saciaba así su último e imprescindible deseo para comenzar a construir, a partir de ese mismo año, la isla de la utopía.

Manuel Díaz Rijo. | Canal Gestión Lanzarote

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