El presente recuerda al pasado en forma de piedra y agua, propiciando en la actualidad la recuperación de lavaderos públicos en los que antaño se ofrecían servicios básicos de higiene y salud en muchos núcleos rurales de la Isla. Estas antiguas lavadoras, que aún perviven en zonas como Roque Negro, en el parque rural de Anaga, o en Vilaflor de Chasna, no solo se convirtieron en símbolos de una naturaleza amaestrada gracias al discurrir de barrancos o galerías que facilitaron el lavado de la ropa o el dar de beber a los animales, sino que entorno a estos espacios también se forjaron lazos de amistad y convivencia vecinal.
Por ello, ante la labor social que desempeñaron en su día estos lavaderos públicos, y ante la importancia de mantener vivas las tradiciones y costumbres para hacer partícipes a las generaciones futuras de los arduos trabajos a los que se enfrentaban los antepasados, las asociaciones de mujeres lavanderas de Roque Negro y de Vilaflor decidieron hermanarse y celebrar una jornada de convivencia, con el objetivo de difundir el gran papel que desempeñaron sus ancestras y honrar la memoria de aquellas mujeres sacrificadas, tanto de las medianías y cumbres del Sur como del interior del Macizo de Anaga, que acudían cada día con sus cestas de ropa y utensilios hasta estos nacientes construidos en piedra volcánica.
La iniciativa, promovida por Iván Rodríguez y Antonio Hernández, vecinos de Roque Negro y Taborno, respectivamente, se llevó a cabo el pasado 22 de febrero en Vilaflor, y contó con la colaboración del Ayuntamiento de Santa Cruz que, a través de la oficina del distrito Anaga, facilitó una guagua para el traslado de las lavanderas de Roque Negro hasta el municipio norteño, donde estrecharon vínculos con sus homónimas chasneras. Asimismo, acudieron representantes del Cabildo insular y autoridades municipales de Vilaflor, quienes contribuyeron a que este hermanamiento de agua se convirtiera, por fin, en una realidad.
Los organizadores explicaron que la importancia de preservar esta tradición es fundamental, pues los lavaderos públicos fueron una pieza clave a principios del siglo XX para muchas familias humildes, que no podían permitirse el lujo de disponer de aljibes en sus casas para la limpieza de sus ropas y utensilios, y tenían que acudir a estos lugares, al aire libre o cubiertos, donde discurría el agua procedente de las galerías.
Una obra pública sacada de la roca y dirigida a que las mujeres hicieran esta tarea doméstica que transformó la cotidiana visita a los lavaderos en momentos vitales para las relaciones sociales, donde las vecinas intercambiaban cuchicheos entre risas, complicidad, cantares y secretos. Una vida social que giraba en torno a estos lugares rurales y que, en el caso de Los Lavaderos del Chorrillo, en Vilaflor de Chasna, y en los de la entrada a la galería de Roque Negro-Catalanes, en el barranco de Afur de Anaga, se erigieron en puntos neurálgicos de convivencia, en los que cada familia se ocupaba de la colada propia, aunque las de mayor poder adquisitivo pagaban por piezas lavadas.
Tras pasar las piezas por agua y jabón, tendían la colada en las piedras para que se blanqueasen con el rocío y las secase el primer sol de la mañana. Lavaderos y lavanderas que hicieron de estos enclaves un verdadero centro de encuentro vecinal, desempeñando un importante papel social y dejando una estampa única en la memoria, con esas mujeres cargadas con las barcas sobre sus cabezas, calle arriba o calle abajo.
Una imagen, a la antigua usanza, que mujeres chasneras y de Anaga continúan recreando en la actualidad en forma de homenaje etnográfico y de recreación turística en honor a sus antepasadas.
Como recoge un dicho popular, “el agua corre limpia por la atarjea y llega al lavadero donde la espera la mujer ruda y fuerte, de tez morena, que retuerce entre sus manos las sucias telas, arrullando en el agua la prenda entera y, bailando con ellas, limpias las deja, le saca los colores la lavandera”.