Se cumple un lustro desde que el mundo quedó atrapado entre cuatro paredes. Cinco años han pasado desde que un virus desconocido escapara al control de las autoridades sanitarias en la ciudad china de Wuhan y dibujara un escenario de pánico global, obligando al confinamiento domiciliario de la población mundial.
Nadie, ningún país ni organismo internacional, vio venir al coronavirus SARSCoV-2, que en los tres meses largos que duró la cuarentena en España, entre el 15 de marzo y el 21 de junio de 2020 se cobró 28.323 vidas, según los datos oficiales aportados por el Gobierno.
España le vio las orejas al lobo en La Gomera, con el primer caso detectado en un turista alemán, y poco después en el sur de Tenerife, donde el positivo dado por un cliente italiano activó todas las alarmas y obligó a confinar el hotel H-10 Costa Adeje Palace en la noche del 23 de febrero de 2020 con 893 huéspedes y una quincena de empleados que trabajaba a esa hora.
Un gran despliegue policial blindó el hotel y comenzaron a llegar al sur de Tenerife periodistas procedentes de todo el mundo, mientras en el interior del establecimiento empezaba una “batalla continua, minuto a minuto, hora a hora y día a día”, en palabras de una de las trabajadoras. La gran repercusión mediática de la cuarentena hizo temer una masiva cancelación de reservas.
Finalmente, seis ciudadanos italianos y una británica se contagiaron por Covid-19, lo que puso de manifiesto el acierto de la estrategia aplicada en las dos semanas de aislamiento para contener los contagios por parte del equipo sanitario. Pero a pesar del final feliz -los clientes salieron aplaudiendo a los empleados del hotel, personal sanitario y cuerpos de seguridad– la pandemia esperaba a la vuelta de la esquina.
La declaración del Estado de Alarma por parte del Gobierno presidido por Pedro Sánchez y el confinamiento de la población en los domicilios dibujó, de repente, una sensación de irrealidad que se apoderó de la sociedad. El turismo desapareció de la noche a la mañana y miles de trabajadores del sector se quedaron sin empleo.
El inédito cero turístico ofreció un paisaje desolador en zonas como el sur de Tenerife o el Puerto de la Cruz: hoteles cerrados a cal y canto, playas que parecían desiertos, pistas de aeropuertos vacías y comercios y restaurantes con las persianas a ras de suelo.
En las terrazas, chiringuitos y piscinas desaparecieron las tertulias, la música, el griterío de los niños, el chapoteo y las zambullidas, y solo se escuchaba la brisa, el rumor de las olas y el graznido de las gaviotas. El cielo se vació de aviones y enmudecieron las zonas de baño, los paseos marítimos, las calles y aceras. Todo se esfumó.
Aquella pesadilla, que se hizo eterna, llegó envuelta en una tormenta perfecta para el sector. Comenzó a gestarse con el revés del brexit y, después, con la inesperada quiebra del turoperador británico Thomas Cook.
En el libro 99 madrugadas de alarma: diario del confinamiento, escrito por Juan Carlos Mateu y publicado por la Fundación DIARIO DE AVISOS, se relata el día a día de la pandemia y la admirable labor de quienes dieron un ejemplo con su comportamiento solidario y resiliente, corroborando, como resumió en pleno vórtice del huracán vírico el fundador de Mensajeros de la Paz, Ángel García, que “somos mejores de lo que nos creíamos”.
El 26 de marzo de 2020 se confirmó el cierre de todos los hoteles de Canarias. “Hay que frotarse los ojos para asumir la imagen desoladora del vaciado de las zonas turísticas. Donde hace solo un par de año se alcanzaba un registro sin precedentes de casi 17 millones de visitantes, hoy no hay una cama ocupada”, relata el autor del libro en uno de los capítulos.
A finales de mayo, la ministra de Turismo, Reyes Maroto, llegó a estudiar la apertura de “corredores turísticos de seguridad” en Canarias y Baleares a partir de la segunda quincena de junio. Precisamente, el 15 de junio, la comunidad balear puso en marcha una experiencia piloto para ensayar los nuevos protocolos de seguridad con 11.000 turistas alemanes, que fueron recibidos con aplausos por los empleados colocados en fila a las puertas de los hoteles.
Mientras, Canarias optaba por un planteamiento más conservador al plantear test PCR para los pasajeros antes de subirse al avión o, en su defecto, al llegar al destino, una propuesta que el Estado no vio con buenos ojos. Una semana después, España abría sus fronteras con la Unión Europea, a excepción de Portugal, con el objetivo de reactivar el turismo. Aunque en los aeropuertos comenzaban a rugir de nuevo las turbinas de los aviones, el despegue del sector no fue todo lo rápido que se esperaba.
Además de la repercusión en el sector turístico, el libro 99 madrugadas de alarma: diario del confinamiento, que se puede descargar gratuitamente en Internet, recoge la carrera sin tregua de los científicos de medio mundo en busca de la vacuna y aspectos más concretos que ponen de relieve el calambre emocional que recorrió el país de arriba a abajo en aquellos meses: testimonios de pacientes que ganaron el pulso a la enfermedad, personal sanitario en las UCI de los hospitales, héroes anónimos que acudían a su puesto de trabajo como quien iba a una guerra, ciudadanía que repartía ayudas y ánimos e historias solidarias desde balcones llenos de vida.