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45 años de la catástrofe de El Diablillo

Ninguno de los 138 pasajeros y 8 tripulantes de un Boeing 727 sobrevivió al impacto contra una ladera del monte de La Esperanza

Aquel 25 de abril de 1980, las televisiones ofrecían imágenes de Teherán, donde Estados Unidos fracasaba en una acción militar por sorpresa, ordenada por el presidente Jimmy Carter, para rescatar a 53 rehenes de su embajada. En España se hablaba de una posible crisis de gobierno y, a escala local, la atención se centraba en el decisivo partido que enfrentaría al Náutico frente al Caja de Ronda y que le daría al conjunto tinerfeño el ascenso a la división de honor de baloncesto. Pero todo cambió cuando, a primera hora de la tarde, los teletipos comenzaron a informar de que se había perdido el rastro a un avión con 138 pasajeros y ocho tripulantes cuando sobrevolaba Tenerife.

A las 13.14 horas, los pilotos de un Boeing 727-46 de la compañía británica Dan-Air, especializada en vuelos chárter vacacionales, que había despegado de Manchester a las 09,22 horas, establecían su primer contacto con la torre de control de Los Rodeos para realizar la maniobra de aproximación. A los mandos de la nave se encontraba John Whelan (50 años), con 15.300 horas de vuelo, aunque 1.900 en el modelo de aeronave que pilotaba. Le acompañaba en la cabina el primer oficial, Michael John Firth (33), y el ingeniero de vuelo Raymond John Carey (33).

Después de varios contactos con la torre de control y en medio de una espesa niebla, el piloto, “sin tener en cuenta la altitud a la que estaba volando, llevó el avión a un área de terreno elevado, lo que le hizo no mantener la distancia de seguridad adecuada respecto al suelo, como era su obligación”, según se indicó en la investigación efectuada por las autoridades españolas.

Whelan, que ya había aterrizado en numerosas ocasiones en Los Rodeos (la última, tres meses antes), debió iniciar un giro entrante (inbound), pero tomó la decisión contraria y ejecutó un viraje saliente (outbound), según los informes, en dirección al monte de La Esperanza, impactando de lleno contra la escarpada ladera de El Diablillo, a casi 2.000 metros de altitud. Segundos antes de que saltara la alerta de proximidad a tierra, se escuchó al comandante decir: “Esto no me gusta”.

El aeropuerto tinerfeño no contaba entonces con radar de aproximación en tierra, por lo que los controladores sólo conocían la posición de los aviones en función de la información facilitada por los pilotos. En una de las comunicaciones, el avión indicó su posición 33 segundos después de superar el punto notificado, lo que dio a la torre de control una percepción errónea de su ubicación exacta. Algunas informaciones periodísticas publicadas 48 horas después del accidente indicaron que la colisión se podía haber evitado si el avión hubiera volado 30 metros más alto.

El Gobierno británico subrayó, entre las causas del accidente, la información “ambigua e imprecisa” del controlador aéreo, a quien responsabilizó de no detallar una altura mínima para el patrón de espera. La Comisión de Investigación del accidente, en sus conclusiones presentadas el 20 de julio de 1981, resumió como causa del siniestro “errores de navegación de la tripulación y la falta de comprensión de las instrucciones del control español por parte de los pilotos ingleses”.

El avión, con una antigüedad de 13 años y 10 meses, se estrelló en una zona muy abrupta, lo que unido a la espesa niebla retrasó las tareas de localización y rescate de los cuerpos de las víctimas del fatídico vuelo 1008.

Narciso Pérez Martín, vecino de la zona, fue la primera persona en ver, a duras penas entre la niebla, los restos humanos esparcidos entre los pinos en el momento en que su furgoneta tomó una curva de la carretera dorsal a la altura del kilómetro 20,400. Sin imaginar el horror que escondía la bruma en aquel paraje silencioso, pensó que se trataba de animales muertos y se preguntó quién sería capaz de hacer algo así, según confesó en una entrevista radiofónica. Poco después, en un bar próximo, se enteró de que un operativo buscaba un avión que se sospechaba podía haber caído en la costa de Bajamar.

Narciso encontró en Los Barriales a una patrulla de la Guardia Civil a la que contó la imagen que había visto unos kilómetros más arriba y guio a los agentes hasta el lugar. Habían pasado más de cuatro horas desde que la aeronave contactó por última vez, a las 14.19, con la torre de control. Al llegar, se toparon con un paisaje estremecedor: restos del fuselaje, cuerpos mutilados, maletas y trozos de asientos repartidos en un radio de un kilómetro.
Los Rodeos volvía a saltar a los medios de comunicación de todo el mundo tres años después de la mayor catástrofe en la historia de la aviación, una colisión en pista entre dos jumbos, con 583 muertos.

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