La pérdida del Papa Francisco es irreparable, pero la Iglesia y su feligresía se repondrán pronto. Y además contarán en pocas semanas con un nuevo faro. Quizá no alumbre tanto, o de la misma manera, pero nuestra efímera memoria pronto irá arrinconando el recuerdo de una persona extraordinaria. Caía bien, quizá demasiado, en especial para aquellos que suelen caer mal. Tiene muchos legados, pero su apuesta por la ecología y la justicia social, por manifestar claramente lo perverso y viciado que es el capitalismo desde la raíz, así como por la paz y el diálogo, son rotundos. Y eso que lo “misterioso” no le molaba especialmente, incluso llegó a manifestar posturas combativas.
Él mismo ejerció de exorcista en una célebre escena, y bajo su papado se endurecieron las condiciones para etiquetar oficialmente un hecho como sobrenatural. En fin, aunque tentado a hacerlo, no hablaré de nada de ello, ni de sus contradicciones, que en apariencia las tuvo.
La cosa que nos ocupa es que su fallecimiento trae a la palestra un clásico del misterio, las profecías papales. La primera clarificación hace trizas el mito y, seguramente, hará que pierda lectores, lo que lamento por este periódico: no existe una profecía real, con base histórica verificable, sobre la irrupción de un Papa Negro y su papel en los últimos días de la Iglesia. Así de claro. Son bulos, trolas de los últimos años, indistinguibles ya de la “realidad”. Relatos que han triunfado en los tiempos de la posverdad. Y si estoy equivocado, presto ando a rectificar si me muestran las pruebas.
SAN MALAQUÍAS, PROFECÍAS TRUCADAS
Las Profecías de San Malaquías son, junto con las de cuartetas de Nostradamus, las más populares que se han parido nunca. Conocidas como las Profecías de los Papas, se trata de pequeños textos creados en un marco y secuencia que facilita su interpretación Su perímetro se concreta en el papado, que no es poco, y su orden cronológico responde a una estricta secuencia de una frase, o lema, por cada pontífice. De esta manera la primera sentencia de las 111 se referiría al Santo Padre contemporáneo de San Malaquías, y la última, al Papa cuyo mandato pondrá fin a la Humanidad, al Papado, o a la mismísima Iglesia como institución. La relación de frases parece amañada desde su origen, al menos en lo que afecta a un buen número de pontífices, y no podemos despreciar su posible influencia a la hora de elevar al trono de San Pedro a varios de ellos.
En todo caso, conviene tenerlo claro. La lista de Papas de San Malaquías terminó con Benedicto XVI, y quizá al Papa Francisco podríamos asignarle el bonus track de dicha relación original, un añadido muy tardío considerado como el último lema.
Pero, ¿quién fue su autor? San Bernardo de Clairvaux dice de Malachy O’Morgair, nacido en el año 1094 en la ciudad irlandesa de Armagh, que desde muy joven destacó como un ser especial, tocado por una inusual sensibilidad hacia lo espiritual. El obispo Censo lo nombra diácono a los 20 años y, precozmente, sacerdote a 25 años. Para cuando llega a los 30 ya es obispo de Connerth, y así hasta el final de sus días en el 1148, que alcanza como la máxima autoridad de la iglesia de su país.
Algunos especulan con la idea de que escribe sus profecías en el monasterio cisterciense de Clairvaux, a donde llegó tras conocer a San Bernardo, de cuya amistad gozaría y en cuyos brazos moriría. Sin embargo, y aquí empieza el agua fría, no existe referencia alguna a sus profecías papales. Vamos, que a pesar de su interesantísima vida, no fue él el autor. Y entonces, ¿quién las redactó? La historia es algo larga, demasiado para el espacio disponible.
La realidad es que hasta el año 1595, pasados más de cuatro siglos de Malaquías, no se sabía nada de dichas profecías. Fue ese año cuando se publica Lignum Vitae ornamentum et decus Ecclessiae, del monje benedictino Arnold de Wyon, en la que se realzaba la vida de diversos benedictinos, entre ellos Malaquías, del que tras relatar algunos episodios de su vida dice lo siguiente: Escribió algunos opúsculos. Hasta hoy no he tenido la oportunidad de ver ninguno, excepto una profecía relativa a los soberanos pontífices.
Como es muy breve, y que yo sepa no ha sido impresa todavía, y dado que a muchos les complacería conocerla, paso a copiar aquí su texto”. Dicho y hecho. Wyon transcribe las 111 divisas, que arrancan desde el papa Celestino II (1143-1144), contemporáneo de Malaquías, y supuestamente termina con una sentencia dedicada a un tal Pedro el Romano, el último de los papas. Las primeras 74 divisas, hasta el papa contemporáneo de la lista, Urbano VII (1590), iban acompañadas de una breve explicación elaborada por el erudito dominico Alfonso Chacón, profundo conocedor de la historia de los pontífices.
Muchos historiadores aseguran que Wyon es el auténtico autor, y que además abusó de la credulidad de Chacón para apuntalar su validez profética, aunque no faltan voces que apuntan al propio Chacón como el autor del texto. ¿Tenían algún motivo para ello? Quizá el autor era un profeta que buscaba darle popularidad a sus visiones atribuyéndoselas a otra figura popular. No obstante, se argumenta que buscaron influir con el lema 75“Ex antiquitate urbis” (de la ciudad antigua), en la elección como papa de su amigo el cardenal Simoncelli, obispo de Orvieto (Urbs vetus, ciudad vieja). A pesar de haberse difundido oportunamente la profecía entre los cardenales, provocando encendidas discusiones, el elegido fue finalmente otro, Gregorio XIV. El nuevo papa había nacido en Milán (Milano, para algunos derivado de mille annum, mil años¸ para otros, de mediolanum, tierra del medio). Aunque interesante, la hipótesis de Chacon-Simoncelli pierde sentido al no haber sido elegido aquel como pontífice, reiterándose cinco años más tarde en el supuesto error al publicar nuevamente las profecías, en una fecha en la que ya no existían razones para hacerlo.
COMO ANILLO AL DEDO
Sí las sentencias fueron elaboradas a finales del siglo XVI, resulta obvio que las primeras 74 se ajustarían como anillo al dedo a los pontífices que habían ocupado el trono de San Pedro hasta la fecha de su publicación. Y eso es cierto en bastantes casos. Pero, ¿qué lectura podemos hacer de las sentencias de los últimos cuatro siglos, las posteriores a su publicación? De entrada, su redacción sigue la misma tónica de las anteriores, al igual que su interpretación, basada fundamentalmente en el lugar de nacimiento, el escudo familiar o un hecho significativo de la vida del pontífice. Mirando dicha lista en detalle se encuentran lo que parecen aciertos, aunque no es difícil dar, en toda una vida, con algún detalle que pueda hacerse encajar. Es habitual que se fuercen explicaciones.
Quizá la parte más interesante sea la que nos atañe en estos tiempos. El malogrado Juan Pablo I estuvo marcado por el lema 109 De medietate luna (de la mitad, o por mediación, de la luna), lo que algunos interpretaron como una señal de su corto pontificado, interrumpido por su misteriosa muerte a los 33 días de ser elegido. Su nombre, Albino Luciani, también parecía sugerir claramente al astro de la noche. En cuanto al papa Juan Pablo II y su lema De labore solis (del trabajo del sol), su lema solar alude según algunos interpretes al lugar en el que nació, Polonia, al este de Europa, por donde el sol se levanta.
También se alude a los numerosos eclipses de sol registrados en los últimos años de su vida, incluidos los que marcaron su nacimiento y también sus honras fúnebres. En los últimos lustros su vida fue paralela a una actividad solar intensificada, e incluso muchos interpretan el críptico lema como un reflejo de la incansable condición de viajero, que como el sol, marcó su pontificado.
La última de las divisas, De gloria olivae (de la gloria del olivo) ha sido objeto de diversas interpretaciones. Personalmente elaboramos una propia, no tanto para evidenciar un supuesto contenido profético, como para visibilizar que quién busca, encuentra. En 2002 sugerimos que la conexión De la gloria del olivo había que buscarla entre cardenales de la orden benedictina, conocida también como orden olivetana, estando atentos a los escudos heráldicos en busca de alguna rama. Por entonces, otros apostaron por su conexión con los judíos, por ser el olivo uno de los símbolos de Israel. A partir de 2005, con Joseph Ratzinger adoptando el nombre de Benedicto XVI, el lema 111 cobró mayor sentido con diversidad de conexiones. Veamos:
-Orden Benedictina. Realmente, desde 1893, es una Confederación de Congregaciones, en la que está integrada la Congregación Benedictina Olivetana, conocidos como los “olivetanos” por localizar su archiabadía en el Monte Oliveto. Ratzinger lo sabía mejor que nadie.
-Benedicto. Ratzinger manifestó que eligió ese nombre por la admiración que profesaba Benedicto XV, carismático líder de la iglesia conocido como el “papa de la paz”. Desde la corte vaticana, dicho pontífice asistió al desarrollo de la I Guerra Mundial, desplegando esfuerzos por lograr pacificar Europa, mantener la neutralidad y desarrollar programas de ayuda a las víctimas. Pocos elementos simbolizan tanto la paz como el olivo.
-Inquisición. Ratzinger gobernaba como cardenal y mano derecha de Juan Pablo II los asuntos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la antigua Inquisición. El escudo de la misma reúne una cruz, una espada y…¡una rama de olivo!
-Pueblo judío. Especulando al máximo, vemos que Ratzinger no fue judío, pero sí alemán. ¿Puede haber dos pueblos en el siglo XX con historias tan fuertemente entrelazadas como el alemán y el judío? Se responde sola y permite un mayor desarrollo.
-El momento clave. Un último dato que nos arrancó una sonrisa en su momento. La muerte de Juan Pablo II coincidió con las elecciones regionales de 2005 en Italia, cuya campaña se cerró anticipadamente como muestra de respeto. Los resultados representaron un giro crucial en el panorama político italiano, al ganar los comicios La Unión” una alianza de centro izquierda liderada por Romano Prodi, en la que la Federación de El Olivo, fundada en 1996 por el mismo Prodi, representaba la fracción más poderosa e influyente. Literalmente, aunque en clave política, esas elecciones, que coincidieron la muerte de Juan Pablo II constituyeron una auténtica “gloria del olivo”.
Un año después, la misma alianza ganaría las elecciones presidenciales. No deja de ser anecdótica la endiablada casualidad que supone la similitud fonética entre “Romano Prodi” y “Pedro el Romano”, lema del que se supone el último pontífice.
EL PAPA FRANCISCO, ¿PEDRO EL ROMANO?
La profecía de Malaquías concluye con el más extenso de los párrafos: “En la última persecución de la Santa Iglesia romana ocupará la sede un romano llamado Pedro, que apacentará las ovejas en medio de grandes tribulaciones; pasadas las cuales, la ciudad de las siete colinas será destruida y el juez tremendo juzgará al mundo”.
El lema no puede ser más explícito. La mayoría de los expertos están de acuerdo en señalar que este texto es un añadido incorporado con posterioridad a las profecías papales iniciales. Por tanto, la lista original terminó con Benedicto XVI, y admitiendo el añadido, le correspondería al Papa Francisco el lema Pedro el Romano. Por tanto, no hay manera de ampliar, de alargar la profecía, con o sin el añadido del “papa negro”, para asignarle lema malaquiniano alguno al pontífice que está por venir.
¿Fallaron las cuentas? Acaso, ¿se acabó el papado y no lo sabemos? ¿Es posible encontrar detalles en la vida de Jorge Mario Bergoglio que encaje con lo escrito sobre Pedro el Romano? De momento, modificó el ritual funerario para ser enterrado como “un pastor y no de un poderoso hombre de este mundo”. Las referencias al Buen Pastor son innumerables en su vida, hasta el punto de que una de sus frases más recordadas sea aquella invitación a sus sacerdotes: “sean pastores con olor a oveja, pastores en medio de su rebaño”. Y no olvidemos que su familia procedía de Italia.