Cuando te da miedo ir a trabajar

Muchos canarios sufren ‘mobbing’ o acoso en su puesto laboral, pero no todos los afectados llegan a superarlo con éxito por la falta de pruebas contundentes y objetivas

SUJA

Por: Florentín Díaz

A grandes rasgos, la Psicología Forense es la rama de la Psicología Jurídica que se encuentra al servicio del Poder Judicial del Estado. En general, se trata de un instrumento técnico de la Administración de Justicia que se encarga de aplicar la propia psicología en materias relacionadas con la ley y el sistema legal. En este sentido, el papel de un psicólogo forense ante un procedimiento de presunto acoso laboral consiste en evaluar a través de entrevistas, de la aplicación de pruebas psicodiagnósticas de personalidad, de valorar posibles trastornos psicopatológicos, etc., la sinceridad de la persona, la coherencia entre los resultados obtenidos y que aporte compatibilidad con el relato realizado.

Con todo ello, el profesional realizará un informe donde se aporta la descripción de las pruebas aplicadas, la validez de los resultados obtenidos, la coherencia con el relato y la valoración de las posibles secuelas psicológicas que suelen presentar las personas que se han visto sometidas a presunto delito de acoso laboral.

Este, a grandes rasgos, es el trabajo que desempeña Lidia Esther, psicóloga forense con más de 26 años de experiencia, 13 de ellos como psicóloga del Cuerpo Militar de Sanidad, ostentando el cargo de capitán psicólogo. Además, ha trabajado como psicóloga clínica en Salud Mental y ha colaborado para la Administración de Justicia desde el 2003 a 2013. El acoso laboral o mobbing por parte de los jefes puede provocar grandes secuelas psíquicas y físicas en una persona, y de este tema Lidia Esther sabe, y mucho. Según expone, “se da indistintamente por sexos, aunque sí se detectan más casos en trabajos jerarquizados y, sobre todo, dentro de la propia administración”. Es difícil demostrar el presunto acoso y “para hacerlo se requiere de pruebas contundentes, y para ello “testigos que hayan observado estas conductas”, comenta.

El acoso es una conducta de agresión “verbal y/o conductual encaminada a que el trabajador abandone la empresa y para que se considere así, debe darse de forma reiterativa y no puntual”. Habitualmente, los compañeros de la persona acosada “suelen mantener las distancias en un intento de que la situación no les repercuta a ellos”, agrega.

También es normal que la persona que se siente acosada “no desee relacionarse con los demás ni que le pregunten qué le está pasando, ya que aumenta su malestar, pudiendo percibirse su conducta como rara o extraña y pareciendo ser una persona que genera situaciones conflictivas al dejar de relacionarse, cuando realmente es una consecuencia de la situación vivida”, subraya la experta.

Lidia Esther hace hincapié en que “el acoso laboral es un delito y no un diagnóstico clínico”. Esto quiere decir que el psicólogo forense valora si los rasgos de personalidad son acordes a una persona que se ha visto sometida a acoso en su medio de trabajo de forma habitual y si presenta trastorno habitual como secuela psicológica de esa situación. Para ello, es fundamental utilizar pruebas psicodiagnósticas que evalúen factores de control, como la sinceridad, la deseabilidad social y la simulación, sobre todo.

Ante un acontecimiento como este, la persona puede tomar la decisión de afrontar la situación de diferentes maneras. “Si recurre a la justicia, dentro del ámbito de actuación de ésta, el psicólogo a recurrir sería el forense, que realizaría una valoración completa de la persona. Si, por el contrario, decide afrontar el problema a través de reducir o eliminar la sintomatología que desarrolla como posible secuela psicológica, el ámbito de actuación sería el del psicólogo clínico”.

Por otra parte, Ana Estébanez, abogada, coincide con Lidia Esther en la importancia de obtener pruebas contundentes y objetivas, como son los testigos directos para finalizar con éxito el proceso si interponen una denuncia. Si no fuese así, “serían las palabras del acosado contra las del acosador, y viceversa”, y ante este hecho, no hay nada que se pueda hacer. La letrada dice que “para que prospere la denuncia es aconsejable la intervención de un informe de un psicólogo forense. Finaliza diciendo que este tipo de instrucciones “suelen durar dos o tres años, por lo que las personas que supuestamente sufren acoso se agotan durante el proceso, y muchas abandonan retirando la denuncia o continúan incrementando, si deciden seguir adelante, el desorden psicológico y físico que les genera la dilatación del proceso”.

Vivir con el ‘ENEMIGO’
M.P, de 43 años y natural de Candelaria, sufrió acoso laboral en su empresa cuando tenía 22 años. No quiere aportar más información personal por las posibles represalias: “Ya he sufrido bastante”. Su dolor por ir a trabajar comenzó en septiembre de 2012, cuando en su empresa hubo un cambio de dirección. Era responsable del departamento de marketing de una multinacional.

Al incorporarse los nuevos jefes, llegó un nuevo director comercial, que comenzó a quitarle responsabilidades y a enfrentarlo con sus compañeros, argumentando su escasa cualificación. Poco a poco y durante un tiempo se vio sin nada que hacer, y de ahí luego empezó a recibir tareas que cambiaban con el paso del tiempo: “En dos años cambié hasta cinco veces de puesto”, relata. El vacío que le hacían era diario y constante, y muy pocos compañeros le ayudaron durante ese tiempo: “Los testigos mudos, como yo los llamo, eran colegas en los que tenía una confianza plena, pero miraban para otro lado”.

Todo iba de mal en peor. En las reuniones que mantenía con sus jefes y compañeros no podía hablar. Su mujer no sabía nada, no se lo contó a nadie: “Fueron muchas noches sin dormir y mucha carretera que hice siempre con lágrimas en los ojos”.

Su decisión de actuar fue a raíz de la carga de trabajo a la que fue sometido tiempo después: “Hacía más horas que nadie, me recorría las islas semanalmente y descuidé a mi mujer y a mis dos hijos pequeños”.

Fue al médico: “Me diagnosticó depresión y me envió al Servicio de Salud Mental, donde estuve un año”. Eso fue la gota que colmó el vaso, y “decidí que era hora de denunciar”. Durante el tiempo que estuvo de baja, no quería salir de su casa. “Varias veces tuve que ir al médico por ansiedad e incluso estuve ingresado pensando que tenía problemas de corazón”, subraya.

Según él, “hay que estar bien asesorado ante estos casos” y nada mejor que contar con todas las herramientas e instrumentos posibles. “Un buen abogado, una buena recopilación de pruebas y un informe psicológico forense ayudan mucho a la resolución positiva de la causa”. Antes del proceso, eso sí, abandonó la empresa, y hoy en día sigue luchando por recuperarse de las secuelas de acudir a un trabajo que le produjo un gran dolor e inestabilidad psíquica y física.

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