‘Cien años de soledad’… y cincuenta acompañándonos

Se cumple medio siglo de la publicación de la novela de Gabriel García Márquez, paradigma del ‘boom’ latinoamericano y uno de los grandes hitos de la literatura escrita en español
Imagen del autor, retratado en 1969 por la fotógrafa barcelonesa Colita, con un ejemplar de Cien años de soledad sobre la cabeza. Colita

Sucede a menudo que si alguien menciona aquello de clásico de la literatura, nos venga a la cabeza un algo como de mosquito en bloque de ámbar, infinita colección de fascículos o subida al Everest sin oxígeno y de espaldas. Un temor -o una alergia a la naftalina- que paraliza el proceso de sacar el libro del anaquel. Para estos casos, Italo Calvino formuló una receta que quizás nos ponga a salvo. Entre otras cosas, el padre de Cosimo, aquel barón rampante que cuando niño decidió subirse a un árbol y no bajar jamás, escribió: “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”.

Medio siglo después de la aparición de Cien años de soledad (1967), la obra de Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 1927-Ciudad de México, 2014) no ha dejado de hablarnos. Mario Vargas Llosa, amigo-enemigo íntimo del autor, afirma que se trata de una novela total, “en la línea de esas creaciones demencialmente ambiciosas que compiten con la realidad real de igual a igual, enfrentándole una imagen de una vitalidad, vastedad y complejidad cualitativamente equivalentes”.

El comienzo

Leyendo los periódicos o sentándose ante el televisor cuando echan el informativo, uno puede hacerse una idea bastante certera de por qué construir de la nada un universo y que te salga bien no es sencillo. A García Márquez, por ejemplo, le ocupó 18 meses de trabajo sin tregua y pasando numerosas dificultades económicas junto a su mujer.
Aunque a decir verdad, como le contó en una carta a su amigo el escritor, periodista y diplomático Plinio Apuleyo Mendoza, la cosa había empezado antes: “En realidad, Cien años de soledad fue la primera novela que traté de escribir, a los 17 años, y con el título de La casa, y que abandoné al poco tiempo porque me quedaba demasiado grande. Desde entonces no dejé de pensar en ella, de tratar de verla mentalmente, de buscar la forma más eficaz de contarla, y puedo decirte que el primer párrafo no tiene una coma más ni una coma menos que el primer párrafo escrito hace veinte años”.

El primer párrafo. El momento de entrar en combate con el primer folio y, ahora sí, instalarse en Macondo -al que ya había viajado en relatos anteriores- para abrir senderos, levantar casas, habitarlo con siete generaciones de la familia Buendía y el resto de personajes o recorrer el tiempo con hechos prodigiosos que se asumen con naturalidad también está documentado por el autor: “A principios de 1965, iba con Mercedes y mis dos hijos para un fin de semana en Acapulco, cuando me sentí fulminado por un cataclismo del alma tan intenso y arrasador que apenas si logré eludir una vaca que se atravesó en la carretera. Rodrigo dio un grito de felicidad: ‘Yo también cuando sea grande voy a matar vacas en la carretera’. No tuve un minuto de sosiego en la playa. El martes, cuando regresamos a México, me senté a la máquina para escribir una frase inicial que no podía soportar dentro de mí: ‘Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
El editor Francisco Porrúa, que entre sus méritos tiene también el de publicar en 1963 Rayuela, de Julio Cortázar, una novela que sacudió hasta darle la vuelta a la literatura en español, resulta inevitable al construir una mínima crónica de la salida a la venta en Buenos Aires, el 30 de mayo de 1967, de Cien años de soledad (Editorial Sudamericana). Igual que casi ineludible es citar el relato de que García Márquez se vio obligado a mandarle el manuscrito en dos partes, pues la primera vez que acudió a la oficina de correos, y el funcionario pesó las cuartillas, no tenía dinero suficiente para pagar el importe del envío.
Otra historia, aunque en este caso no está claro si es cierta, es la que señala que el editor y poeta barcelonés Carlos Barral había rechazado el manuscrito. En una segunda versión se dice que, pese a tenerlo en su poder, no lo leyó. Aunque muchos niegan ambas. Entre otros, el propio Barral, quien en 1979 escribía en El País: “Pues bien, hora es ya que diga […] que no rechacé el manuscrito, un manuscrito que no tuve ocasión de leer, del libro capital de Gabriel García Márquez”.
El escritor y periodista Juan Cruz Ruiz es de la misma opinión, y considera ese relato “una tontería”, como detalla a DIARIO DE AVISOS: “En el mundo editorial esas cosas pasan constantemente. Llega un manuscrito, el editor lo deja para más adelante, porque está de viaje, y termina publicándolo otro. Carlos Barral no es, ni mucho menos, un editor al que se pueda señalar como alguien descuidado con respecto a América Latina y sus grandes escritores”.

Descubrir el mundo

El Premio Canarias de Literatura de 2000 recuerda la primera vez que leyó Cien años de soledad como una experiencia “emocionante, increíble; como si estuviera descubriendo el mundo, y la lectura”. “La acción era el descubrimiento de la vida -agrega-, como si estuviera naciendo al tiempo que los personajes”.
Cada vez que vuelve a esta novela, Juan Cruz se contempla a sí mismo leyendo “una maravilla que entra por los ojos de la lectura, por los sentidos de la vida; es ejemplarmente bella”. “Cuando conocí Aracataca me di cuenta por qué: porque lo que hizo García Márquez fue copiar la realidad en su belleza, en su extrañeza extrema”, subraya. De manera que el mejor argumento que se le ocurre para recomendarla es el siguiente: “No se puede amar la ficción y no sentir amor por Cien años de Soledad”.
Tras el fallecimiento del escritor colombiano, del que el 17 de abril se cumplieron tres años, hoy, cuando alguien a su lado menciona su nombre, existen dos recuerdos que suelen venir a la mente del periodista portuense: “Gabo riendo, al principio, en 1970, cuando lo conocí en Barcelona; y ausente, cuando ya no tenía memoria, abrazando a quienes creía cercanos, besando la mano, por todo saludo, a aquellos que le fueron fieles, pero que él ya no sabía quiénes eran”.
Juan Manuel García Ramos, escritor, diputado autonómico (PNC) y catedrático de Filología Española de la Universidad de La Laguna, publicó recientemente Una teoría de la lectura: Cien años de soledad (ULL, 2016). El Premio Canarias de Literatura en 2006 recuerda que leyó por primera vez la novela cuando tenía 18 años y desde entonces no ha dejado de acompañarle: “Alguien dijo que uno es el libro que siempre lee; de manera que, en buena medida, esa lectura ha sido decisiva en mi vida. Aparte de que he tenido la suerte de reflexionar mucho sobre ella ante mis alumnos de la Universidad de La Laguna”, detalla a DIARIO DE AVISOS.

Las preguntas

“Coincido con el hermano pequeño de García Márquez, Eligio, quien decía que esta novela es como una pequeña biblia, porque en ella están muchas de las preguntas que nos hacemos a lo largo de la vida: están las guerras, las familias, los celos, la amistad… Está todo”, argumenta cuando se le pregunta sobre la fascinación que ejerce esta obra sobre tantos lectores. Una fascinación que, en su caso, se fue ampliando según llegaban a sus manos otros textos del escritor colombiano. “García Márquez es un autor de cuentos excelentes y de otras muchas novelas magníficas. Lo he leído todo de él y no me canso de volver a leerlo -asevera-, por mucho que parezca que ahora no está de moda, pues los experimentalistas lo han vetado”. De igual modo, García Ramos apunta que el poder conocer la realidad colombiana a través de textos de no ficción le permite contemplar el realismo mágico desde otra perspectiva. “En Colombia han sucedido cosas que a uno le asombran más allá de lo literario”, subraya.

Una teoría de la lectura: Cien años de soledad es el fruto de las clases impartidas a sus alumnos por Juan Manuel García Ramos. “La fórmula fue plantearles que cada uno leyese un capítulo de la novela, para luego, en la siguiente clase, intercambiar nuestras interpretaciones de esa lectura. De modo que, como las ideas se enriquecen en el comercio de los espíritus, íbamos dando forma a una interpretación colectiva. Me resultó un método muy agradable, y creo que a mis alumnos también”.

¿Y cómo invitaría García Ramos a internarse en la obra del Premio Nobel de Literatura de 1982 a alguien que no la conozca? “Le diría que comenzase por sus cuentos, para más tarde llegar a las novelas. Pablo Neruda dijo que Cien años de soledad era la mejor novela escrita en español después del Quijote, y yo pienso lo mismo. Pero es que además tiene otras joyas… Del amor y otros demonios es un libro con una gran perfección, igual de perfecto que lo es Crónica de una muerte anunciada, y así, tantos otros”.

Los pájaros que abandonaban Macondo para regresar a Canarias

Es una coincidencia, o una simpática casualidad: la primera edición de Cien años de soledad salió a la venta el 30 de mayo, Día de Canarias. Aunque fue muchos años antes, en 1967, de que se instituyera esta conmemoración basándose en la fecha de la primera sesión del Parlamento regional, en 1983.

Sin embargo, el Archipiélago sí que está presente en la novela, casi en sus páginas finales: “Recordando que su madre le había contado en una carta el exterminio de los pájaros, había retrasado el viaje varios meses hasta encontrar un barco que hiciera escala en las islas Afortunadas, y allí seleccionó las veinticinco parejas de canarios más finos para repoblar el cielo de Macondo. Esa fue la más lamentable de sus numerosas iniciativas frustradas. A medida que los pájaros se reproducían, Amaranta Úrsula los iba soltando por parejas, y más tardaban en sentirse libres que en fugarse del pueblo. En vano procuró encariñarlos con la pajarera que construyó Úrsula en la primera restauración. En vano les falsificó nidos de esparto en los almendros, y regó alpiste en los techos y alborotó a los cautivos para que sus cantos disuadieran a los desertores, porque estos remontaban a la primera tentativa y daban una vuelta en el cielo, apenas el tiempo indispensable para encontrar el rumbo de regreso a las islas Afortunadas”.

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