
Por A.M. González
Tenerife es una isla de contrastes y de abundantes parajes naturales en los que los amantes del senderismo pueden disfrutar de paisajes muy variados y espectaculares. Aquí es posible caminar bajo un bosque de laurisilva, subir al pico más alto de España, atravesar antiguos ríos de lava, adentrarse en el cauce de profundos barrancos y descansar en playas de arena volcánica tras finalizar una larga caminata en contacto con la naturaleza. La Isla es un auténtico continente en miniatura que cuenta con una extensa red de senderos de una riqueza botánica, geológica y paisajística únicas. Esos valores naturales la han convertido en una reserva ecológica de interés mundial, un paraíso del senderismo y del montañismo. La abrupta orografía isleña, y especialmente el Parque Nacional del Teide, atrae a numerosos montañeros y a millones de turistas.
DIARIO DE AVISOS ha querido conocer las preferencias de uno de los pioneros del montañismo en Canarias y colaborador habitual de este periódico, el médico portuense Luis Espinosa García, fundador de la peña montañera que lleva su nombre, heredera de la legendaria Peña Baeza, y que tiene ya más de 40 años de trayectoria. El doctor Espinosa es, probablemente, una de las personas que más y mejor conoce la Isla, pues la ha caminado de cabo a rabo en infinidad de ocasiones y en todas las estaciones del año, junto a inolvidables amigos y compañeros como Imeldo Bello, Telesforo Bravo, Vicente Jordán y Enrique Talg, entre otros pioneros de esta actividad lúdica y deportiva que cada vez goza de más adeptos. Nadie mejor, por tanto, que Luis Espinosa para hacer una selección de los mejores senderos de la Isla, aquellos que, en su experta opinión, son los más recomendables por sus atractivos naturales, paisajísticos y hasta deportivos. Así, a continuación presentamos el ranking de los cinco mejores senderos de Tenerife según el doctor Espinosa, con sus propias descripciones y comentarios personales. Tomen buena nota. Son las sugerencias de un experto. “Delimitar los mejores cinco senderos de la isla de Tenerife, ordenarlos, según mi opinión, es fácil. Lo que ocurre es que, probablemente, el resto de los tinerfeños no esté de acuerdo”, expone Luis Espinosa a modo de aclaración previa, y añade: “Esta es mi selección, la selección que propongo según mi experiencia”:
1. La Caldera a Joco
“En los altos del Valle de La Orotava. Largo, donde hay que gastar energías, pero que, si el día te acompaña, es decir, el sol brilla, no hace excesivo calor y no hay nubes, o pocas, las cinco o seis horas de caminata se pasan rápidas contemplando barrancos, picachos con tres pinos en sus escarpadas laderas, zonas de frondosa laurisilva con otras de puro y elegante pinar; con paisajes según asciendes que, por lo menos a mí, me dejan admirado: Teide, laderas de Tigaiga y de Santa Úrsula, cumbres de la dorsal tinerfeña; flores, helechos, líquenes y aeonium; madroños, laureles, follaos y zarzas; jaras, pasteles de risco, y tantos y tantos más. Encuentras los restos de una choza de piedra donde, en algún momento, se guareció una herrería; pinos horadados en busca de su resina; y montones de pinocha en los huecos de los profundos barrancos…”.
2. Pijaral -Chamorga
“Por La Ensillada y Cabezo de Tejo, en Anaga. Laurisilva pura acompañada por esos helechos que dan nombre a la primera parte del paseo, las píjaras. Estrecho camino que te hace pensar que deambulas por otro mundo, donde existen los seres de los cuentos que leíste en la infancia (y, tal vez, también después). Con un poco de imaginación, cosa imprescindible en un buen senderista, a cada vuelta del camino encuentras el motivo o razón para echar a volar tu mente; el Anambro, Chinobre, las violetas, los bicácaros que parecen querer abrigar los bordes del camino, la penumbra, el toque mágico de la niebla, las telarañas que guardan las hojas secas con cariño, las setas, los altos árboles que conforman este maravilloso bosque y que, en ocasiones, semejan fantasmas amables que te saludan”.

3. El Chinyero
“Un camino donde se unen lava y pinar, donde una pista te permite ascender a la cima de la montaña del Estrecho para, desde allí, contemplar un paisaje único. A medida que subes en espiral, cual escalera de caracol, se extiende ante tus ojos un paisaje mudo pero a todo color: Pico Viejo, el Teide, los partidos de Franquis, las negras arenas que sepultaron parte de Garachico, las cumbres de Masca y Bolico, volcanes y más volcanes que rodean a la del Estrecho y, casi a sus pies, el Chinyero, modesto en su altura, pero cuya circunvalación merece la pena. No olvidamos las flores, las vinagreras, alhelíes del Teide, los escobones, los lotus, en extensas alfombras bajo los pinos, el poleo que brilla con rayos de plata, y muchos pinos, Liferfe, la Cruz de los Hermanos…”.
4. Pico Viejo
“Siempre a la sombra de su hermano mayor, tímido y apagado, tiene un sabor muy especial para un senderista. No es solo por aquello de subir porque está ahí, es porque, según mi opinión, es una cima cuyo logro te da más satisfacciones que si llegas a los 3.718 metros de su hermano el Teide. ¡Qué hermoso cráter! La única parte de su boca donde existe una zona plana, el Llano del Viento, es una plataforma única para contemplar el sur isleño y, con un poco de suerte, también los barrancos de La Gomera o, algo más lejos, la isla de El Hierro o la de La Palma. ¿Qué el ascenso no es fácil? Sí, de acuerdo, pero conservarás en tu memoria, hasta el final de tus días, aquella impresión que te llenó de euforia cuando alcanzaste el borde del cráter”.

5. Teno
“Cualquier rincón del parque rural de Teno es muy recomendable. Desde Los Carrizales a el Natero, desde Masca a Juan López. Alcanzar el Guelgue o La Fortaleza de Masca son zonas no aptas para los que padezcan de vértigo, pero, señores, qué impresionantes laderas cortadas a pico, cuántos hermosos y grandes cardones salpican sus lomas, cuántas rocas crean museos de escultura; túneles, viejas galerías, fuentes escondidas al borde del abismo; pequeños brezales en lugares inhóspitos; tabaibas de todo tipo y color; cabras que solo oyes por el tintineo de sus cascabeles; y más barrancos, más cortes que, en ocasiones, se precipitan hasta el mar; veredas imposibles, cumbres escarpadas y riscos que parecen desafiar al viento…”.