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Aceite de palma: ni miel ni de La Palma

Las plantaciones que producen el polémico aceite de palma están ubicadas principalmente en Asia y abastecen a las multinacionales de la industria de la alimentación

La alarma alimentaria disparada en los últimos meses relacionada con el consumo de los productos elaborados con aceite de palma, por su posible vinculación con el desarrollo de enfermedades cardiovasculares o el cáncer, ha suscitado una enorme polémica social que ha llegado incluso al Congreso de los Diputados, donde se ha acordado promover la restricción del acceso a los menores a los productos que lo contengan.

Este aceite, tan ausente de nuestro imaginario hasta hace poco tiempo como presente en nuestras despensas (hay organizaciones que llegan a hablar de que el 50% de los productos del supermercado tienen este componente), posee una denominación que recuerda tanto a la de la isla canaria de La Palma, como a uno de los productos más singulares de la gastronomía del Archipiélago: la miel de palma, que se obtiene en La Gomera de la cocción de la savia de la palmera.

Pero no hay que confundirlo. Canarias nada tiene que ver con la producción de ese aceite, que se obtiene de la fruta de la palmera Elaeis guineensis, originaria de África occidental, cuyo cultivo más abundante en la actualidad se encuentra en países de Asia, como Indonesia o Malasia, mientras que también destaca su presencia en América del Sur, en plantaciones de Colombia y Ecuador. Se trata de un aceite que es ampliamente utillizado por la industria alimentaria para la elaboración de repostería, margarinas, pizzas, helados, chocolate, precocinados, etc. Aunque también se emplea en cosmética y productos para la higiene personal, como los champús, y para la fabricación de biocombustibles.

Esta polémica ha salpicado a multinacionales de la alimentación como Nestlé, que han estado en el punto de mira de las críticas por la utilización de este óleo, que es más barato que otros competidores de origen vegatal, como el aceite de girasol o el de oliva, presentando a la vez un alto contenido en ácidos grasos saturados, lo que puede originar graves deficiencias para la salud. De hecho, varias cadenas de supermercados han ido anunciado la retirada de los productos que contengan este tipo de aceite de sus expositores.

La Agencia Española del Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aecosan) sostiene que “este tipo de grasa no es recomendable en el contexto de una dieta saludable, ya que eleva el colesterol y puede favorecer la arteriosclerosis y enfermedades cardiovasculares”. No obstante, señala que “no existen, a día de hoy, motivos de seguridad alimentaria que justifiquen una prohibición”.

Desde esta Agencia, dependiente del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, aseguran que están trabajando “con la industria alimentaria y otros agentes implicados en la reformulación o mejora de la composición de los alimentos, que consiste en suprimir o reducir algunos de sus componentes o nutrientes como la sal, el azúcar añadido, las grasas saturadas o trans”. En esta línea se encuentra el Plan Nacional de Colaboración para Mejora de los Alimentos y bebidas 2017-2020, “en el que hay una referencia a la solicitud de sustitución progresiva y paulatina, en la medida que sea posible desde el punto de vista organoléptico, por otros aceites con un perfil nutricional más saludable”.

La afección del aceite de palma no solo se limita a la salud, sino que también ha sido abundante la literatura que ha criticado el impacto sobre la naturaleza y la biodiversidad que ha tenido en las zonas donde se cultiva, así como en materia de derechos humanos relacionado con los trabajadores empleados en estas plantaciones. Este cultivo se ha desarrollado mediante la tala de bosques, y se ha relacionado la deforestación resultante con problemas relacionados con la biodiversidad, como la destrucción de hábitats de orangutanes y del tigre de Sumatra.

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