la victoria de acentejo

Fotógrafo de profesión, relojero por vocación

Ángel García Gutiérrez mantiene desde hace más de tres décadas el reloj de la torre de la parroquia Nuestra Señora de la Encarnación, una reliquia de 1889
Ángel García Gutiérrez se ocupa desde hace 34 años del mantenimiento del reloj de la torre de la parroquia Nuestra Señora de la Encarnación. Sergio Méndez

Es la joya que desde 1889 marca el tiempo de todos los vecinos de La Victoria de Acentejo desde lo mas alto de la parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación, declarada Bien de Interés Cultural (BIC) en 1985.

Fue construido por el carpintero José Hernández González y Silverio López Oramas. Lo colocó un 3 de mayo de ese año Feliciano Trujillo Barroso, a petición del cura párroco de aquel entonces, Martín Rodríguez Lara, tal y como reza la placa escrita a mano ubicada encima del monumental engranaje.

Lo cierto es que esta reliquia que ha sobrevivido al paso del tiempo funciona correctamente y es un orgullo para los victorieros por los cuidados que le brinda desde hace 34 años Ángel García Gutiérrez, un vecino del municipio que vigila cuidadosamente sus movimientos y conoce, a la perfección, cada pieza que lo conforma. Gracias a él, el reloj ha sido objeto de diversas reparaciones en los últimos años, desde el cristal exterior hasta la sustitución de los viejos números romanos.

La relación de Ángel con el reloj fue pura casualidad. Todo surgió 34 años atrás en un bautizo al que fue invitado en el ‘bar de Casianillo’, próximo a la iglesia. Allí, el abuelo de la niña que recibió el santo sacramento, Pablo León Barreto, le sugirió que inventara algo para que funcionara de forma automática ya que muchos guardias municipales “hacían lo imposible para no subir a darle cuerda”.

Le dieron la llave de la iglesia y lo estuvo mirando hasta que se enteró Juan Flores Castilla, concejal de la época. Le preguntó si tenía pensado ponerle unos motores y cuánto podían costar. Su respuesta fue afirmativa y también le sugirió que sería bueno añadirle un cuadro eléctrico. “El montante de todo eso pueden ser entre 40.000 y 50.000 pesetas, le dije, y me autorizó a que le metiera mano”, cuenta el guardián del reloj.

Ese fue el momento en que este fotógrafo de profesión, con un estudio en el municipio desde hace más de 20 años, se convirtió en relojero por vocación. Dos actividades a las que dedica la misma pasión.

Tres décadas atrás eran los responsables de la cafetería o los mismos vecinos quienes le avisaban cuando se paraba o no daba bien la hora al cruzarlo en la plaza. Ahora, lo hacen por wazap y él corre a repararlo con la misma premura. También le echa un vistazo cuando sale a caminar por las mañanas. Mantenerlo no es una tarea compleja pero requiere tiempo. Si está mal, lo visita una o dos veces por semana, caso contrario, cada quince días.

Ángel tiene en la torre una especie de taller portátil con herramientas, varios tipos de grasa, y jeringas y agujas para cada una de ellas. A los piñones, le pone una pesada pero a los ejes le inyecta otra más liviana.

Pequeños trucos

Este apasionado del reloj también se las ingeniado para que su mantenimiento y control sean más sencillos. Así, hizo tres pequeños agujeros al lado del número doce para ver desde la torre el momento exacto en el que pasa el puntero grande.

Muchas veces ha tenido que salir corriendo porque se encuentra colmenas de abejas cerca de las campanas. Debido a la antigüedad de la maquinaria surgen otros problemas, quizás no tan comunes, pero que requieren de su atención. Como por ejemplo, la ruptura tiempo atrás de uno de los 27 clavos de un piñón que provocó que éste dejara de funcionar y hubo que cambiarlo. Pero primero fue necesario comprobar qué clavo era y desarmar la pieza.

A finales del año pasado Ángel vivió uno de sus grandes retos: dar las campanadas de fin de año por primera vez en la fiesta infantil que organizó el Ayuntamiento en la plaza. Estuvo en la torre atento a cada detalle. “Vigilé el reloj y un poco el martillo para que no coincidiera el repique con los cuartos, así que cuando éstos terminaron solté la hélice para que empezara a funcionar. Si se paraba tenía que arreglarlo sobre la marcha, pero por suerte todo fue bien”, explica orgulloso.

Confiesa que al ver la plaza llena de gente desde arriba se emocionó bastante. Y una vez que empezaron a tocar las campanadas se relajó, convencido de que el tesoro al que cuida hace 34 años no le iba a fallar.

“Pronto me jubilo pero me seguiré ocupando del reloj”

Ángel García Gutiérrez trabajó desde muy joven y durante muchos años en el servicio técnico del hotel Botánico, en el Puerto de la Cruz. Allí se tropezó con muchos aparatos y piñones “y con piezas que se gastan después de los años”. Salió del establecimiento para dedicarse a la fotografía, que fue su pasión desde muy joven, cuando revelaba fotos en su casa en blanco y negro, hasta que terminó convirtiéndose en su trabajo. Veinte años atrás abrió su estudio en el número 19 de la calle Pérez Díaz en el que se dedica, sobre todo, a la fotografía social. Al mismo tiempo, se ocupa de mantener el histórico reloj, para el que saca tiempo de donde sea.

Pero esta joya del tiempo es también un problema del que únicamente él se encarga. Por eso a dos personas que sigan sus pasos porque sabe que el día que él no pueda nadie velará por el reloj. “Al menos que sepan las cosas básicas, saber cómo se atrasa, de dónde se adelanta, y ponerlo en hora”, indica. Ángel tiene 63 años y dentro de poco piensa jubilarse pero asegura que nada impedirá que se siga ocupando de esta reliquia que ha sobrevivido durante un siglo y 29 años gracias a sus meticulosos cuidados.

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