Dicen que las desgracias nunca vienen solas, y en la vida de Hilda Siverio así ha sido. Puede que sea solo una casualidad, o mucha mala suerte, pero lo cierto es que la historia de Hilda bien podría ser un guión de cine o una entretenida novela de superación personal.
Este mes de abril han tenido lugar dos acontecimientos en Tenerife aparentemente sin relación alguna entre ellos. Por un lado, el cierre por orden judicial del popular Sunset 290, un negocio de hostelería famoso por encontrarse en un entorno exuberante y por sus increíbles vistas del Valle de la Orotava y el mar. Y por otro, la condena a Jacinto, el anciano de Arafo que mató a un ladrón que se coló en su casa y torturó a su esposa para exigirle dinero.
Aunque estas dos historias parezcan no tener nada en común, las une un estrecho vínculo: Hilda Siverio, la expareja del propietario de la finca donde se ubica el Sunset 290, no es otra que la hija de Jacinto, el anciano cuya condena ha ocupado espacio y minutos en todos los medios de comunicación nacionales. Pareciera que la justicia se ceba con esta familia, pero hay más. Hilda padece un cáncer desde hace varios años.
Hablar con Hilda es como subirse a una montaña rusa de emociones: lo mismo se acaba llorando que echando unas risas, y eso a pesar de la cantidad de desgracias que abundan en su vida. Pero es que Hilda hace gala de un humor envidiable, de un carácter fuerte y de una actitud positiva que la hacen afrontar cada revés con la mejor de las sonrisas.
El cierre del negocio
Hilda asegura que ha pasado la última semana en estado de shock, asumiendo el cierre del negocio que tiene con su expareja y que, cuando no ha podido trabajar debido a su enfermedad, le ha servido de sustento. “Siento impotencia e indefensión, como que estamos cogidos de pies y manos”, afirma. Según explica a DIARIO DE AVISOS, nadie en el Ayuntamiento de La Orotava ha querido reunirse con ellos para tratar el caso y ella sabe que “existe un interés muy grande” en el cierre de este negocio. “Es un atropello”, añade, tras asegurar que se sienten engañados por la administración.
El cierre del Sunset 290, un lugar de referencia en el norte de Tenerife y una visita obligada para quienes viajan a la isla, es un duro golpe para ella porque de él depende parte de sus ingresos. Pero no es la peor de las batallas en las que está inmersa ahora Hilda. Lo que la hace llorar y perder el habla mientras lo narra es la situación de su padre, condenado a sus 83 años de edad a pasar dos años y medio en la cárcel.
La fatídica noche del asalto
La historia de lo que pasó aquella noche en la solitaria finca de sus padres en el municipio de Arafo ha dejado devastada a toda la familia. “Yo tenía que operarme a la mañana siguiente para extirparme un pecho, así que tenía que madrugar mucho e iba a dejar en casa de mis padres a mi hijo pequeño. Pero en el último momento, no sé qué me dio, quise que pasara la noche en casa conmigo y decidí que lo dejaría de nuevo en la finca antes de ir al hospital. ¡Menos mal que lo hice!”, comenta antes de añadir, aún con temor en la voz, que cuando se despidió de sus padres, los asaltantes ya estaban en la casa.
“Yo me fui y ellos se quedaron. Me habían dicho que iban a ver a la Belén Esteban en la tele, y mi padre el partido del Real Madrid. Más tarde recibí la llamada de mi sobrino. Me dijo ‘¡Mataron al abuelo!’ y yo me puse a gritar, a llorar como loca”, explica acongojada al recordar esos terribles momentos.
Hilda cuenta que ahora saben que los asaltantes envenenaron a los perros dos noches antes del suceso y que no cometieron el robo entonces porque sonó un teléfono que los ladrones confundieron con una alarma. Pero dos días después, el 2 de marzo, nada los detuvo.
La historia de la pistola
La casa de la familia Siverio está situada en un lugar de difícil acceso, tanto que incluso las autoridades tuvieron que esperar a la llegada de los familiares de Jacinto y Mercedes para poder acceder hasta ella la noche del asalto. Hace más de diez años, uno de los hermanos de Hilda, Ricardo, regaló un arma a su padre, “por si un día viene alguien aquí, que están ustedes solos en la finca”, le dijo.
Ricardo, que era consejero del Club Deportivo Tenerife, falleció en circunstancias dramáticas tiempo después. Su muerte marcó a toda la familia, un primer y durísimo golpe del que aún intentan recuperarse. Su pistola quedó perdida en el fondo de una caja fuerte, hasta la noche de los hechos.
“Mi padre me dijo que aquella noche, cuando fue a la habitación a coger la pistola y dejó a mi madre con ellos [los asaltantes], lo único que pensó fue ‘Richard, ayúdame'”, dice sollozando. “Tuvo mucho valor, tan mayor como es, y aún así consiguió que no los mataran. Los chicos dijeron en el juicio que esa era su intención: robarles y matarlos”, añade.
Hilda le lee ahora a su padre los innumerables mensajes de apoyo llegados desde todas partes. Trata de animarlo, porque a pesar de que salvó a su madre y a su tía, y a sí mismo, “no puede quitarse de la cabeza que le quitó la vida a un niño, a un muchacho que tenía toda la vida por delante”. Hilda se derrumba. “Estoy muy orgullosa de los padres que tengo”, agrega entre lágrimas. “Mi padre está amargado, sufre”, añade.
Ese es el motivo de que para los Siverio un indulto no sea suficiente. “Aunque no tuviera que pisar la cárcel, mi padre tiene una gran pena porque la justicia lo declaró culpable. No entiendo a ese jurado, esa noche hubo auténtico pánico en la finca, y yo no voy a parar hasta que a mi padre lo declaren inocente”, afirma.
Después de aquella noche, su familia no volvió por la finca en siete meses. “Mi madre está aterrorizada, cualquier cosa la sobresalta. Es verdad que siempre ha sido una cagona”, dice entre risas, “pero ahora se ha vuelto aún más cobarde, no soporta estar allí”.
La batalla por su salud
Por supuesto, Hilda aplazó la operación de su pecho tras saber lo que ocurría en casa de sus padres. Y esa batalla continúa aún hoy. Lleva mucho tiempo luchando contra la enfermedad. Descubrir su cáncer, perder a su hermano y quedarse embarazada llegó todo junto. Los médicos le recomendaron que abortara para poder someterse al tratamiento de quimioterapia, pero no lo hizo. “Tras la muerte de mi hermano yo pensé que este niño tenía que nacer, por mi familia, tenía que nacer”. El bebé llegó prematuro y lo llamaron Richard, en honor a su tío. Ella no pudo estar con él en sus primeros meses de vida porque plantó cara al cáncer. Cinco meses en el hospital y un primer asalto ganado. Pero la enfermedad regresó y esta vez no solo la afectó a ella. Este agosto le diagnosticaron cáncer también a su actual pareja.
Entre tanta desgracia Hilda intercala siempre un toque de humor, a veces negro, para explicar las cosas que le pasan en la vida. “Yo siempre digo que la vida es eso que pasa entre putada y putada”, ríe. De forma incomprensible, ella consigue que quien la escucha pase de la congoja a la risa en un mismo suspiro. “Si crees en el karma, ¡en otra vida debí de ser una hija de la gran puta de mucho cuidado!”, dice arrancando una carcajada.
Hilda desprende fortaleza y empuje, valor y energía positiva, a pesar de los pesares. “¿Cuánto más puede aguantar un ser humano? No lo sé… Los oncólogos y los psicólogos me dicen que mi caso se escapa a la razón médica”.
Puede que la clave esté en su manera de afrontar cada dificultad. “Prefiero morirme que perder la vida, y pierdes la vida cuando dejas de luchar. Yo encuentro cada día 500.000 motivos para seguir luchando. A pesar de todo”, concluye recuperando la seriedad, “sigo pensando que soy una afortunada: tengo todo el amor del mundo en mi marido, mis hijos y en mi familia”.