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Entre la alarma y la épica

La crisis del coronavirus dispara el miedo de la gente, que hace acopio de alimentos en medio de la incertidumbre, la división política y la necesidad de resistencia
Una joven paseaba por las calles de Santa Cruz con su mascarilla puesta. Fran Pallero

No lo sabíamos, pero la línea entre la normalidad y el estado de alarma era mucho más delgada de lo que pensábamos. Sin grandes tragedias históricas a cuestas en las últimas décadas de España, más allá del terrorismo o las consecuencias de la Gran Recesión de 2008, uno pensaba que algo así solo lo anunciaban las bombas, los tanques o los morteros. Pero,  en solo dos semanas, hemos pasado de la erótica etílica del Carnaval a estar sentados delante del televisor escuchando a un presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con la cara ensombrecida. En solo una semana, de transitar las calles pidiendo igualdad entre mujeres y hombres a preguntarnos cuánto va a durar este confinamiento obligatorio.  Todo por culpa de un virus cuyo primer contagio, según el Gobierno chino, se produjo en noviembre, en la provincia de Hubei, y que ya ha provocado miles de muertos en el mundo, casi doscientos en España. La  pandemia más  desestabilizadora del siglo XXI no vino en patera, como siempre profetizaron los racistas, sino en avión. Y, de paso, ha arrasado estos días los  supermercados  de Canarias, con miles de personas preocupadas.

“Estado de alarma”. Esas tres palabras de Pedro Sánchez  hicieron que Lucía, educadora en un centro de menores, saltara como un resorte. “Hasta ayer lo veía como algo lejano”, contaba el viernes en el Hiperdino de La Laguna, también con muchos estantes menguados. “Y sí, hoy he comprado de  más”, afirmaba.

“Pues bastante preocupado”, decía Jesús, fotógrafo, que trataba de mantener la calma. “Intenta estar uno sereno, pero te vas poniendo nervioso”.  A su lado, su mujer, Candelaria, maestra, estaba enfadada: “Nos dijeron que era una gripita de nada y ahora suspenden las clases”.

Atteneri y Nico iban a por pañales, temerosos de que se acabaran y con ganas de volver al confinamiento hogareño. “Si el Gobierno lo dice, por algo será. Con el Ébola o con la gripe A no lo hicieron. Aunque tampoco estoy muy contenta. No es normal que nos intentaran tranquilizar y ahora esto”, explicaba.

Nico compraba el viernes en un supermercado atestado. J.B

“Yo estoy convencido de que lo voy a coger”, decía Nico. “Trabajo en un rent a car del aeropuerto y estoy permanentemente expuesto a la gente”. Aunque se le veía con una resignación casi cartuja.

Susi, médica, también hacía acopio de productos, por miedo al desabastecimiento. Y porque está a la espera de un trasplante renal y no quería estar demasiado expuesta al virus. “Yo siento sorpresa, desconcierto. También creo que los seres humanos actuamos por imitación.  Este tipo de crisis sacan lo mejor, la parte solidaria. Pero también lo peor, cada uno defendiendo sus intereses”.

Ayer, en el mercado, Isora hacía su último día, porque está embarazada y no quiere enfermarse, así que se confinará a pesar de que el Gobierno permite que los negocios de alimentación sigan abiertos. “Papas, huevos, zanahorias, cebolla, eso es lo que más he vendido.” A las once ya se había acabado casi todo, porque la gente comenzó a llegar a su puesto desde las seis y media de la mañana.  Lo que nunca.
“El comportamiento humano tiene dos grandes caminos”, afirma el psiquiatra Juan de la Fuente, un hombre sabio y de conversación siempre interesante. “Uno es el reflexivo, fruto del análisis, cuando estamos en calma.   Y es aquel en el que menos nos equivocamos.  El otro es en modo alerta,  con muy poca capacidad de reflexión. Y se sitúa en vivir o morir, sin matices, sin grises. Con el coronavirus nos estamos poniendo muy en modo alerta”, explica.

En esas circunstancias, el lóbulo frontal del cerebro, la parte más racional, deja paso a un comportamiento más regido por la zona basal, más vinculada a las emociones. “El propio Freud, en su ‘Psicología de masas’, dice que, cuando nos movemos en manada, algo típico del pensamiento en alerta, perdemos el lóbulo frontal”, explica De la Fuente.

Isora vendió ayer como nunca en el mercado. J.B

“Los humanos estamos acostumbrados a regularnos porque somos conscientes de las situaciones. Pero, cuando dejamos de ser conscientes, hacemos las cosas rematadamente mal, somos la peor de las especies”, explica otro sabio de la psiquiatría canaria, Rafael Inglott. Da igual que el Gobierno diga que el abastecimiento está asegurado, que uno se lanza al supermercado.  “Cuando la parte menos evolucionada de nuestro cerebro pasa a primer plano, prevalece el comportamiento irracional, perdemos el norte”.

Inglott cree que manejar estas situaciones, para los expertos epidemiólogos, es complicadísimo. “No quisiera verme en la piel de los  que toman decisiones. Gente como Fernando Simón [director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad], ahora, lo tienen dificilísimo. Hay una contradicción de responsabilidades. Por un lado,  tienes que evitar que la pandemia se propague. Por otro lado, tienes la responsabilidad, igual de exigente, de evitar que se produzca el caos”.

De la Fuente cree que el Gobierno debería haber cancelado la manifestación por el Día de la Mujer, el pasado 8 de marzo.  Y cree que uno de los mejores ejemplos de gestión ha sido el de Ángela Merkel. “Yo creo que lo está haciendo fenomenal. Está diciendo: señores, esta infección la vamos a contraer el 60 o 70 de la población. No tenemos tratamiento, no es una enfermedad grave, pero hay que evitar que el pico de contagio nos sature los hospitales, para poder atender a los que lo necesitan. Si tú das información,  das tiempo para que la gente reflexione, se desvanece ese pensamiento rápido de vivir o morir, estás conmigo o contra mí”, explica.

David pensaba en el futuro de su bar. J.B

Y en medio, los enfrentamientos políticos. Dentro del propio Gobierno, donde PSOE y Podemos no se ponen de acuerdo sobre el plan económico. Y con el PP buscando rédito de la crisis sanitaria. “Como el liderazgo de la crisis sanitaria no está terminando de funcionar, se favorece esa tendencia latina de ‘sálvese quien pueda’.  No deja ser una forma de picaresca. Si yo puedo sacar réditos, que se fastidie el resto. Yo escuché las declaraciones del otro día de Pablo Casado y daban vergüenza”, afirma De la Fuente.

En Canarias, la oposición sí se ha puesto del lado del Gobierno, cuyo presidente, Ángel Víctor Torres, ha estado al frente de la respuesta institucional desde el primer caso de coronavirus, en La Gomera. Pero Sánchez no ha vivido aún un momento de esos ‘a lo Churchill en la II Guerra Mundial’, un primer ministro con todo un país detrás para derrotar al virus. Si acaso, lo que sí se está formando es una épica popular de ayuda mutua: la gente reconociendo a los profesionales de la sanidad con aplausos nocturnos y carteles en la ventanas, los padres compartiendo actividades para sus hijos a través de grupos de Whatsapp, artistas ofreciendo conciertos desde casa por Internet, gente intentando concienciar con el  hashtag #YoMeQuedoEnCasa.

También las emociones pueden ser muy importantes. “Lo fueron durante el 11-M, por ejemplo, con toda la gente ayudando. Es lo que llamo modo ‘área límbica’: aquí se bloquean los pensamientos racionales, y a empujar, a funcionar un poco automáticamente. Pero cuando los automatismos están regidos por emociones positivas, solidarias, de afán de ayuda al que lo necesita, son fundamentales”, explica Inglott.
Mientras, en la calle, está la preocupación por las consecuencias económicas del coronavirus. David tiene dos tascas en La Laguna, una de ellas muy conocida entre lo que resiste de la bohemia parrandera de La Laguna. “Mucha incertidumbre”, cuenta. “Cada día estoy a la expectativa de lo que pasa, y me planteó distintas opciones según el momento del día”. A partir ya, según el Gobierno, tendrá que cerrar.

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