El tiempo no se ha parado, ha dado marcha atrás para situarse ante aquellos televisores Telefunken con los que era imposible no respetar la distancia de seguridad. De la pantalla al culo había metro y medio de tubos y entramado técnico.
Delante de aquellas máquinas de tecnología alemana nos juntábamos para ver los programas o series que nos echaban. Mis favoritas eran los Hombres de Harrelson, Starsky y Hutch y vamos a decir mentiras… El Hombre y la Tierra, serie precursora de los documentales de La2.
Hay mucho paralelismo con esta época y aunque hayan pasado décadas también contábamos los días, igual que ahora. Antes lo hacíamos para ir descontando del calendario lo que iba transcurriendo hasta que llegara el Festival de Eurovisión. Era esa la Hora H del Día D, más que la final del Mundial del año que fuera, más que el 23F.
Allí nos juntábamos las familias para ver triunfar a Abba y para apoyar a los artistas españoles, gente como José Vélez, Micky, Betty Missiego, la misma Lucía que, por aquel entonces era, esposa del futbolista tinerfeño Diego y Remedios Amaya, la que marcó el antes y el después de mi cultura de Eurovisión con su farolillo rojo, el ¿Quién maneja mi barca? y su actuación descalza.
Dicen que a partir de ahí fueron grandes artistas españoles al festival de la canción continental, yo ya no los recuerdo, sufrí con aquel trauma que ahora regresa a mi memoria. Y es que nuestra nueva Eurovisión se celebra ahora cada 15 días, cuando el presidente de ¿todos los españoles? comparece para anunciar con maestría y suma imaginación las nuevas medidas de este nuestro estado de alarma.
El de ayer fue un festival de época, de un artista con mayúsculas que me cautivó y me quitó el planteamiento echanovesco que tenía de renunciar y de que usted, señor Sánchez, dejara de ser mi presidente como le ocurrió al actor tras su unilateral desencuentro con el ministro de Cultura. Al fin y al cabo dentro de otros 15 días volveremos a tener una nueva edición del festival.
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