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Javier Castillejo: “Ver sufrir y morir a estas generaciones que nos permitieron tener la vida cómoda que llevamos es la mayor de las tristezas”

Javier Castillejo, monarca mundial de boxeo, cumple como voluntario de la Cruz Roja en Parla y algunos municipios madrileños haciendo y llevando compras a los mayores
Javier Castillejo. DA
Javier Castillejo. DA
Javier Castillejo. DA

Tranquilos, en manos de Javier Castillejo están en buenas manos. El boxeador español más laureado de la historia no se anda con chiquitas a la hora de dar la cara por su gente. El Lince de Parla nunca supo vivir con el miedo, afrontó con bravura cada mala época que le tocó vivir y eso lo convirtió en leyenda.

La leyenda ahora no se queda en casa conociendo la miseria que tiene a su alrededor. Quedarse en la comodidad de su hogar sería lo más fácil, sería asumir una derrota y para eso no nació Javier Castillejo. “Si la gente viera cómo están los mayores, muriendo solos en esos pasillos de los hospitales o en sus casas, estas generaciones que permitieron que nosotros tuviéramos la vida cómoda que hemos llevado… es la mayor de las tristezas”, señalaba ayer desde su casa justo antes de emprender una de sus jornadas como voluntario de la Cruz Roja.

Su cometido ahora también es preparar, repartir y esquivar, pero es muy diferente al que ejercía como boxeador. “Yo fui voluntario de Cruz Roja hace años y ahora, viendo todo esto que estamos pasando, no me podía quedar en casa así que me llaman unas tres veces en semana y voy a hacer la compra a la gente mayor y se las llevo a su casa”, explicaba el madrileño, campeón mundial en nueve ocasiones, el único español que lo hizo en dos pesos diferentes y que, además, fue tres veces campeón nacional y ocho veces monarca europeo.

“No me podía quedar esperando a ver si llega el dichoso pico”, dice el Lince antes de ir al almacén de la Cruz Roja, coger las tarjetas canjeables para ir a hacer las compras de comida y acercarle los víveres al colectivo más castigado por el coronavirus, el de los mayores. “La reacción de agradecimiento de la gente es impagable, no hay campeonato mundial que se le acerque porque nuestros abuelos, nuestros padres, están pasando más miedo que en las guerras y además están viviendo esto en soledad, relataba Castillejo con el corazón encogido.

Pese a llevar más de una década retirado, Castillejo se cuida como cuando era campeón mundial. Lleva su alimentación sin excesos y se ejercita a diario, antes, en su gimnasio en Parla, ahora, tras el estado de alarma, en el pequeño espacio que tiene habilitado en su casa. No se olvida de sus viajes a Tenerife y sus pequeños caprichos en el capitalino bar Imperial. “Cómo están los bocadillos de pollo ahí macho”, suelta haciendo un paréntesis antes de seguir con su relato.

Reconoce que ya casi no ve boxeo “porque lo echan muy tarde en la tele” y le sigue doliendo que todavía no haya alcanzado el reconocimiento que, por méritos deportivos merece, en el país que tantas veces defendió por cuadriláteros de todo el mundo. Además del dolor psicológico que sufre en este día a día al que se alistó como un bravo legionario, el Lince lleva muy mal no poder estar con su madre, “llevo 20 días sin verla nada más que por video llamada” y anticipa unas preguntas que le surgen a muchos en estos momentos: “¿Cuándo podré volver a abrazar a mis familiares, a mis amigos? ¿Cuándo podremos darnos besos otra vez?”.

Y es que lo que menos le preocupa ahora mismo es el futuro inmediato de cuando se levante el estado de alarma y lo que se le vendrá encima a los que, como él, emprendieron hace un tiempo con negocios que quedan en veremos. “Los gimnasios son un lujo ahora, imagínate cuando la gente esté parada y tenga lo justo para darle de comer a su familia ?¿Cómo van a pagar un gimnasio?”.

Pero eso, para Castillejo, es muy lejano. Hoy volverá a salir a la calle a recibir esos golpes “que duelen mucho más” que los que llevaba sobre el ring. Como decía Poli Díaz, otra leyenda del boxeo español “más guantazos da el hambre” y es lo que ahora mismo trata de combatir en Lince de Parla que teme que este espíritu colectivo que ahora renace en España sea cuestión de esta tesitura.

“Veremos cuánto tarda la gente en volver a ir a lo suyo, en tropezar en la misma piedra que tropezó doscientas veces, ojalá esto se quedara en nuestra cabeza y nuestros corazones para siempre y que se conservaran los valores, porque la vida sigue”. Y la suya es muy valiosa.

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