mis memorias

Marisol quiso que solo la entrevistara yo

Este 2020 cumplo 50 años en la profesión porque en 1970 entré en el periódico ‘La Tarde’ como redactor en prácticas

Las fotografías son la mejor herramienta para recordarle a uno lo que ha pasado con su vida. Y la mía como periodista ha sido muy intensa. Este año cumplo 50 años en la profesión porque en 1970 entré en el periódico La Tarde como redactor en prácticas, de la mano de Mario Zurita, el hijo mayor del inolvidable don Víctor Zurita. Mario era amigo de mi padre y me hizo la merced de colarme, sin sueldo durante un tiempo, en aquella redacción. Estuve seis años y ganaba, ya después, en mi primera nómina, 7.000 pesetas al mes. Reservo para otro capítulo otros testimonios de la época. Incluso conservo mi primer carné como redactor, firmado por don Víctor, con el que yo mantenía largas conversaciones. Y allí empecé y terminé la carrera de periodismo. Recuerdo que fui el número 2 de mi promoción de ingreso.
Fíjense qué grande era mi afición a este trabajo que las noches del domingo al lunes me quedaba a dormir en un sillón de la sala de visitas de la redacción para estar desde muy temprano trabajando. En aquella época no había autopista hasta el Puerto de la Cruz, sino hasta La Laguna. Yo tenía un Rover 2.000 que le compré a plazos a un tío mío. A plazos de 3.000 pesetas al mes. Fardaba mucho con aquel coche, que tenía un defecto en el mango del cambio de marchas y me costaba un dineral cada reparación.
Pero si tengo algo que agradecer a esta profesión -que creo que sí- han sido los viajes a lo largo y a lo ancho del mundo. Y haber conocido a personajes muy importantes, como han descubierto ustedes y seguirán descubriendo a través de estos relatos motivados por la pandemia; porque de otra manera jamás los habría escrito.
Son muchas las personas que recuerdo con afecto. Algunas están vivas, otras desgraciadamente han muerto. Y he lamentado mucho no haber publicado en un libro todas las entrevistas que he realizado en los periódicos, aunque creo que algunas verán pronto la luz, pero más bien las últimas. Mas las hemerotecas están para algo, así que si un día quiere alguien consultarlas podrán hacerlo en bibliotecas y museos de la isla.
La inaccesible Marisol, Pepa Flores, visitaba en los setenta a una amiga tinerfeña. La madre de esta amiga era propietaria de una boutique en la calle Villalba Hervás. Una mañana me llama alguien de esta familia para decirme que Marisol solo me concedería una entrevista a mí. No sé a qué debía el honor, aunque posiblemente porque mis crónicas en La Tarde eran muy leídas, de manera especial una sección llamada Leolandia, en la que trataba el deporte de una forma distinta, muy agresiva. En cierta forma fui un innovador. Posiblemente esta sección trascendía lo meramente deportivo.
Recuerdo ir con mi entonces novia al cine Víctor y, en el descanso de la película, ver a todo el patio de butacas leyendo La Tarde por la página de Leolandia. La Tarde, en esos tiempos, llegó a vender 14.000 ejemplares los lunes, que era una cifra escandalosa para un diario vespertino en Canarias.
Fíjense que yo, de muy niño, esperaba la llegada del periódico que dirigía don Víctor en la guagua que lo traía al Puerto de la Cruz. Allí, el chófer me daba un ejemplar que me llevaba a casa para leer. La casa de mis abuelos, un palacete precioso que tenía abrevaderos y caballerizas, estaba a poco más de cien metros de la parada del muelle portuense. Mi afición por el periodismo había nacido ya y más tarde, aunque estudié cursos de medicina y de derecho, me decanté por esta profesión, que todavía -y a pesar de los pesares- cautiva. Tengo un cuadro precioso, pintado por Mohamed Osman, de la casa de mis abuelos paternos, de los que guardo tantos y tan buenos recuerdos.
Algo del éxito del vespertino en mis años en él (70-76) se atribuye -y perdón por la inmodestia- a la mencionada sección, Leolandia. Yo soy como Dalí. Si uno no habla bien de lo que ha conseguido nadie lo va a hacer. Esta frase también la repite mucho mi amigo Juan Padrón Morales, a quien como todo el mundo sabe le tengo muchísimo afecto.
La entrevista con Marisol fue de las que causaron sensación. Ella se sinceró conmigo en una larga conversación. Era una persona dulce, muy afable. Quedamos para reunirnos en Madrid, meses después, pero nunca más volví a verla personalmente. Había visto yo todas sus películas, me sabía todas sus canciones. Tiene mi misma edad y supongo que entonces las mismas inquietudes y seguramente los mismos problemas. Simpatizamos mucho en aquella tarde y hasta nos tomamos unas copas. Creo que su amiga tinerfeña murió años después, la verdad es que le perdí la pista. A ella y a su madre, que era muy simpática.
Toda la farándula de la época pasó por mi página –o mis páginas- en La Tarde. Cuando en el año 76 entré en este periódico, DIARIO DE AVISOS, dejé los tomos con mis recortes de prensa de aquella época en el archivo y se perdieron. Una pena. Porque lo tengo casi todo, menos los seis años de La Tarde, que, insisto, sí figuran en las hemerotecas.
No dispongo de tiempo ni tengo ganas de recuperar ese material. Pero sí recuerdo haber entrevistado a lo mejor del espectáculo y el deporte de esa época: Alfredo Di Stéfano (para el diario As, por recomendación de Ataúlfo García Asenjo), José Legrá, Miguel Velázquez, Conchita Bautista, Nino Bravo, Concha Velasco, Josephine Baker, Mary Santpere. Hasta hicimos –al alimón- una entrevista que causó sensación en Venezuela a Rómulo Bethencourt, que había sido derrocado hacía años y que volvía en barco a su país, con su esposa. Vivían en Suiza. José Manuel Pérez y Borges, compañero de La Tarde, y yo, lo cazamos en el bar Atlántico de Santa Cruz. Recuerdo que el titular fue: “Estoy muy contento porque en mi país se vive en democracia y en libertad”. No le sacamos demasiado pero era la única entrevista que concedió en años a un medio extranjero.
En cuanto a los viajes, recuerdo algunos fantásticos. Uno de ellos a Nueva York, invitado por Salvador Jiménez, que fue íntimo amigo de González-Ruano, gran poeta, a la sazón jefe de prensa de Iberia. Salvador, con el que hice una gran amistad, me invitó a visitar el Guernica, de Picasso, en el MOMA, pocos días antes de que el cuadro saliera para España, donde fue colocado en el Casón del Buen Retiro, aledaño al Prado. Aquel fue un viaje muy instructivo, lo mismo que el que hicimos a Long Beach, California, para visitar la fábrica de McDonnell/Douglas cuando la llamada crisis de los DC-10 –varios aviones se cayeron por mal mantenimiento de las compañías aéreas-. Fue muy interesante aquella especie de cursillo de mantenimiento que nos dio la compañía a un grupo reducido de periodistas españoles. En una cena, bastante borracho porque bebimos lo que no está en los escritos, me hicieron decir unas palabras ante el cónsul general en Los Ángeles y otros invitados, con sus esposas. Supongo que habré hecho el ridículo.


Otro de los viajes que recuerdo con cariño especial fue el que giramos un grupo de periodistas y empresarios a Israel, en tiempos de la presidencia de Jerónimo Saavedra. Nos divertimos mucho. José Luis Torró, director de Canarias 7; Emilio Oliva, entonces delegado de Efe; Alfonso Ramírez, secretario de Jerónimo; y yo, estuvimos horas ‘apatrullando’ las calles de Jerusalén, de noche, por zonas que nadie recomendaba ir, sobre todo por la parte controlada por los árabes. No nos pasó absolutamente nada, esa vez. Ya contaré lo que ocurrió en mi segundo viaje. Tengo muy buenas fotos de ese periplo, en el Monte de los Olivos, en el Mar Muerto, en la ciudad de Belén. Inolvidable, ya digo.
Me causó gran impresión la fe con la que aquella gente rezaba en el Muro de las Lamentaciones. Me hicieron allí una única foto (estaba prohibidísimo), que he entregado al periódico para que la publique junto a estas líneas. Los judíos colocaban papelitos con sus peticiones entre las juntas de las piedras que forman el muro, en una manifestación religiosa impresionante. No soporto comer carne kosher (según la tradición del Talmud y la Torá), sin sangre y en platos especiales que no se pueden mezclar con la comida que consumen los extranjeros, sin ser preparada conforme a esos cánones. Respeto esas tradiciones, por supuesto, pero no llegué a acostumbrarme. De todas formas, hay allí, en Jerusalén y en Tel Aviv, comida para todos los gustos. Si van ustedes no tendrán problema.
Hay más viajes, como aquel que giramos a Indonesia, del que les hablaré otro día, invitados por la fabricante de aviones CASA, que tenía un concierto con la indonesia Nurtanio. Estuve allí, en Yakarta, en el mayor burdel del mundo, algo realmente impresionante, solo de visita. Ya les hablaré de ese viaje, del que también puede recordar cosas mi compañero Carmelo Rivero, director de este periódico, que también estaba allí, junto a los inevitables y divertidos José Luis Torró y Emilio Oliva, ya citados. Y el fallecido compañero Chema Sanmillán, jefe de prensa de CASA, a quien yo había conocido en el diario Pueblo, dirigido por Emilio Romero, donde hice las prácticas de diseño con el gran Asensi, un verdadero maestro.
Pueblo fue para mí el gran diario español de toda una época. En ese periódico se decían cosas que nadie se atrevía a contar, en pleno franquismo. Una pena que desapareciera. También traté mucho allí a Raúl del Pozo, uno de los mejores periodistas españoles de todos los tiempos, que aún sigue en la brecha. A Raúl lo conocí en Tenerife, cuando vino a cubrir el llamado crimen de los alemanes, cometido entre los miembros de una familia en la calle Jesús Nazareno de Santa Cruz. Luego hicimos juntos el Camino de Santiago, desde Roncesvalles, invitados por Seat.
Bueno, pues en Indonesia nos recibió Ahmed Habibi, a la sazón ministro de Industria y Tecnología, gran amigo de Suharto y luego presidente del país. Formado en Alemania, era ingeniero aeronáutico y su despacho era un museo de maquetas de aviones. Tenía más que yo, que ya es decir. Nos enseñaron, incluso, una central nuclear en construcción y pudimos bajar hasta donde iba a ser instalado el reactor. Dejo para otro día la crónica de aquel viaje, al que también acudió mi gran amigo Pepe Rodríguez, director y propietario que fue de El Día, con quien nos cogimos tremendo vacilón. Pepe tenía un gran sentido del humor. También nos acompañó en aquella ocasión mi amigo Elías Bacallado. Con Elías, que está muy recuperado, recordaba yo el otro día algunas anécdotas del famoso periplo. Famoso para nosotros, claro.
Bueno, he llegado al final del relato, por hoy. Ya sé que lo mezclo todo, pero escribo a ráfagas, según me vienen los recuerdos. Y tras cuarenta o cincuenta, que ya no recuerdo, días de reclusión menor en mi casa, por culpa del puto coronavirus, no sé si tengo las ideas claras o ando algo distraído.
Quienes me recomiendan que escriba una novela en esta especie de exilio es que no me quieren. Saldría un disparate. Pero puede haber alguna que otra sorpresa en cuanto a novelas. No me han permitido que cuente nada; porque además quien la ha escrito es un amigo. He leído un capítulo y puede ser una bomba.

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