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El coronavirus pone a prueba a la ULL

Algunos estudiantes se quejan de la falta de clases a través de la plataforma online y cuestionan los métodos de evaluación final
Fran Pallero

Es difícil generalizar en una comunidad de 19.000 estudiantes y 1.600 docentes, entre los diferentes grados, posgrados y doctorados de las distintas facultades de la Universidad de La Laguna, pero está claro que la crisis sanitaria producida por el coronavirus está sometiendo a esta institución a una prueba de estrés importante. De la noche a la mañana, las clases que antes se daban en las aulas se han tenido que trasladar a Internet. Y, aunque el resultado es positivo en muchos casos, también ha habido anomalías. En breve comienzan los siempre temidos exámenes finales, con quejas de los alumnos sobre el formato de evaluación que se va a utilizar en algunas asignaturas. Y ya asoma en el horizonte el próximo curso, con la certeza de que algunos de estos cambios están para quedarse. Al menos, mientras no haya una vacuna para frenar el virus.

Javier no se llama Javier, pero prefiere que utilicemos un nombre ficticio porque teme algún tipo de consecuencia negativa si habla a cara destapada. Eso es siempre un dato inquietante: el miedo a hablar por la represalias, aunque llevemos 43 años de democracia. Como cuando uno se afilia a un sindicato y no quiere decirlo en su trabajo. Javier cuenta que estudia Historia y que, de las tres asignaturas en las que debería estar recibiendo clases, solo lo hace en un caso. “Hasta mediados de abril, la docencia fue nula”, explica. “Ahora solo recibo clases una vez a la semana con una profesora, menos de las horas que tiene la asignatura. Y en las otras dos, los profesores no se pusieron en contacto hasta finales de abril. Pero para discutir temas organizativos, no para impartir la asignatura”. También ocurre en otras carreras. “Los alumnos se quejan mucho de que se dan pocas clases”, afirma una persona que imparte asignaturas en Náutica.

“En muy poco tiempo se ha producido una transición forzada de un modelo de enseñanza presencial a otro de enseñanza no presencial”, explica Néstor Vicente Torres, vicerrector de Innovación Docente, Calidad y Campus Anchieta. “Es difícil imaginarse lo que esto ha supuesto en términos de adaptación urgente por parte del profesorado y del alumnado, un enorme estrés que está demandado unos esfuerzos extraordinarios”.

Según explica el vicerrector, primero se establecieron unas directrices generales para el resto del curso basadas en el trabajo a distancia y en intentar primar la evaluación continua frente a la prueba objetiva final, aunque no se descartaba esta última opción o una combinación de ambas si el docente lo consideraba necesario. Y se elaboraron unas adendas a la guía docente de cada asignatura para adaptarlas a la nueva situación. “El profesorado, en un tiempo récord y con muchos esfuerzos, elaboró esas adendas. Y están publicadas a disposición del alumnado indicando qué metodología y sistema de evaluación se va a seguir”. Torres también afirma que han intentando solucionar los problemas de equipamiento y conectividad que algunos alumnos habían manifestado. “Hemos canalizado todas las peticiones de los alumnos que nos han llegado, bien a través de los decanatos o directamente a través del Vicerrectorado”.

“Muchos profesores están cumpliendo. De hecho, se están deslomando”, comenta Moisés Rodríguez de Armas, portavoz del Consejo de Estudiantes de la Universidad de La Laguna. “Pero, como en cualquier otro ámbito de la sociedad, hay gente que no cumple. También hay personas que no estaban acostumbradas al uso de estas plataformas y han tardado un poco en adaptarse”, comenta. De hecho, la universidad ha organizado grupos de docentes que ayudan a sus compañeros menos avezados con las tecnologías. La ULL tiene una plantilla muy envejecida. El 55% de la plantilla se jubilará en los próximos años.

Desde el Consejo de Estudiantes animan a que los alumnos expongan sus quejas a los delegados de curso para que hablen con los profesores que no cumplan. Y, si no son atendidas sus reclamaciones, que vayan a las delegaciones de las facultades para protestar ante el decanato. También pueden contactar con el propio Consejo. “Cuando nos hemos quejado de estas cosas, nadie nos ha dicho que no. Porque lo que es la verdad es la verdad y se tiene que arreglar. Que contacten con nosotros no solo para defender sus derechos sino para ejecutarlos y que se hagan efectivos”.

“Cuando se presenta una denuncia, no prejuzgamos que haya habido un comportamiento inadecuado por parte del profesorado. Pero tampoco la echamos en saco roto. Hay que contrastarla”, explica el vicerrector. “Si un profesor falta a su responsabilidad, existen los mismos mecanismos ahora que antes, y son los que corresponden a una universidad pública, con un sistema de quejas y reclamaciones y un servicio de inspección que emite resoluciones de acuerdo a la legalidad vigente”.

Pero el problema que más preocupa a los alumnos es el de la evaluación. “El mismo profesor que no me ha dado clase me dice que la participación en la plataforma valdrá un 20% de la asignatura. No tiene sentido”, comenta Javier. Estos días, han aparecido en redes y medios muchas quejas de alumnos sobre los sistemas de evaluación tipo test que se utilizarán en algunas asignaturas, con un límite temporal muy ajustado y la imposibilidad de volver hacia atrás para responder a la pregunta. Es una de las maneras que encuentran algunos profesores para reducir las posibilidades de copia en los exámenes. Aunque todavía se está debatiendo sobre el uso de las cámaras y los límites en el respeto a la intimidad de los alumnos. Todo es un poco nuevo, casi todo es discutible. Esto es la otra normalidad.
“Lo que nosotros pedimos es que se acuerden fórmulas con los alumnos, que no se impongan. Porque estamos en una situación de mucha incertidumbre y creemos que, con este siastema de tests, vamos a obtener peores resultados que en años anteriores”, afirma Moisés Rodríguez. “A veces se toman decisiones injustas, aunque sean legales”.

Desde el vicerrectorado afirman que se han reunido con los decanos para transmitirles la necesidad de que haya “una evaluación que permita la reflexión, que no aumente el ansia y el estrés del alumnado, porque es evidente que disponer de poco tiempo para responder a una pregunta genera ansiedad”. Pero también defienden que el profesorado tiene la última palabra: “Los profesores y las profesoras son profesionales de la educación. La Universidad no puede ni debe decirles cómo hacer su trabajo, en educación no hay reglas universales que sirvan para todos. Nosotros confiamos en que cada profesor o profesora haga el análisis de cuál es la situación en la que se encuentra y, con los recursos y los apoyos que tiene, despliegue aquella estrategia evaluativa que mejor se ajuste a su criterio, a las condiciones en las que está”.

Lo cierto es que la realidad ha acelerado los debates postergados por la comodidad y los hábitos de décadas, pues las plataformas virtuales ya estaban disponibles desde hace unos años. Pero habrá que resolverlos pronto: las aglomeraciones de estudiante, sin vacuna, serían una bomba. Las clases no serán como antes. “Va a tener que limitarse todo lo que se pueda la presencialidad”, explica Néstor Vicente Torres. “Nos estamos preparando para un escenario muy distinto al que vivimos al inicio de este curso. Y si hubiera algún rebrote, no nos va a coger de nuevas”. Esperemos.

 

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