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“Me asomaba al balcón y daba una penita no ver un alma en la playa…”

Las vecinas más madrugadoras de El Médano ‘saborean’ el primer baño tras el confinamiento y califican de “eternidad” el tiempo de restricciones que les ha dejado sin su chapuzón diario
Eufemia, María Esther y Luisa, las primeras bañistas en zambullirse en las aguas de El Médano el día en que Canarias estrenaba la fase 2. J.C.M.
Eufemia, María Esther y Luisa, las primeras bañistas en zambullirse en las aguas de El Médano el día en que Canarias estrenaba la fase 2. J.C.M.
Eufemia, María Esther y Luisa, las primeras bañistas en zambullirse en las aguas de El Médano el día en que Canarias estrenaba la fase 2. J.C.M.

Luisa, María Esther y Eufemia recuperaron ayer el baño mañanero en la playa de El Médano después de diez semanas sin sentir el salitre en la piel. Hasta que llegó el confinamiento, se remojaban todos los días a primera hora antes de que el sol comenzara a apretar y los bañistas ocuparan sus posiciones a medida de que los rayos ganaban verticalidad. Las tres vecinas de El Médano, que sobrepasan los 60 años, retomaron ayer su ritual, y no disimulaban su alegría al salir del agua después de un largo periodo en el dique seco. Así lo expresaron a DIARIO DE AVISOS.

“El agua está del diez, buenísima”, comenta Luisa; “cuánto echaba de menos el bañito”, apunta Eufemia; “esto es lo mejor que hay”, corrobora María Esther. Las tres se secan las últimas gotas de mar que resbalan por sus cuerpos junto a un banco en el paseo de madera minutos después de las 10 de la mañana. Coinciden en que el chapuzón antes del desayuno “nos da vida y fuerzas para después hacer las cosas de la casa”, mientras recogen sus bártulos, se enfundan sus camisetas y se colocan sus mascarillas.

Luisa subraya que “este tiempo se nos ha hecho una eternidad, primero teníamos ganas de salir de casa y después de bañarnos”, mientras María Esther sostiene una curiosa teoría sobre las condiciones meteorológicas de la playa. “La mar ha estado en calma todo este tiempo, se ve que no le gustan los aviones ni la gente bañándose porque desde hace un par de días se ha metido viento”. Eufemia asiente, aunque matiza: “Hoy no sopla tan fuerte, mujer, esta brisita se agradece”.

Manuel, otro vecino asiduo del paseo, admite que es “más de secano” al tiempo que echa un vistazo a la arena, que empieza a poblarse de visitantes repartidos con una generosa distancia de seguridad gracias al espacio liberado por la marea baja. Mientras contempla la escena y reconoce que “ver gente tumbada al sol y metida en el agua alegra la vista”, se pregunta “cómo se las arreglarán para evitar aglomeraciones cuando suba la marea, sobre todo los fines de semana. Ahí vamos a tener un problema”, advierte. Pero, por encima de todo, asegura que “la gente ya tiene otra cara”.

Carmen sale del agua con una sonrisa. “Está buenísima, al principio cuesta un poco entrar, pero una vez dentro es una delicia”, afirma. Se enrolla en la toalla y camina hacia la zona de terrazas donde se reparten desayunos a la clientela que completa el aforo permitido. “Yo vivo aquí, -señala una vivienda en primera línea– y asomarse al balcón y no ver ni un alma en la playa ha sido muy triste, me daba una penita… Gracias a Dios parece que vamos saliendo de esta”, explica esta bañista en la frontera de los 70 años y amante de la playa en pequeñas dosis. “No me gusta estar mucho tiempo, pero el bañito es sagrado”, aclara.

Sobre las 11 de la mañana la arena se va poblando de pieles blancas embadurnadas de protección solar. Unos se tumban sobre la toalla, otros van directamente a zambullirse mientras el resto opta por caminar, ya sea con los pies en el agua o por la arena húmeda.

El paisaje del entorno de la playa, en el que abundan más gorras que mascarillas, lo completa el armónico sonido de la olas que rompen con suavidad en la orilla. Mientras, en una de las terrazas dos matrimonios de nacionalidad extranjera chocan sus jarras de cerveza entre risas, como si festejaran que El Médano vuelve a oler a mar y a crema solar.

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