sur

“A este paso, en el Sur habrá que montar aulas en tiendas de campaña”

A pocos días de su jubilación, las directoras del IES Magallanes y el CEIP Abona, en San Isidro (Granadilla de Abona), claman por la falta de instalaciones en la comarca; “Todos los años nos preguntamos lo mismo: ¿dónde metemos a tantos chicos?”
Violeta Aznar, directora del CEIP Abona, y Carmen Luisa González, directora del IES Magallanes. DA
Violeta Aznar, directora del CEIP Abona, y Carmen Luisa González, directora del IES Magallanes. DA
Violeta Aznar, directora del CEIP Abona, y Carmen Luisa González, directora del IES Magallanes. DA

Una falta de planificación histórica frente a un crecimiento poblacional imparable han llevado a la mayoría de los centros educativos del Sur a una situación límite. En los últimos años los equipos directivos se las ven y se las desean para trabajar con los alumnos. No hay colegios ni institutos suficientes y faltan espacios en los centros abiertos para rebajar ratios de hasta 33 alumnos por aula en la ESO y de 28 en Infantil, cantidades que llegan prácticamente a duplicar la realidad de las aulas en el Norte. Esa es una de las ‘papas calientes’ que ya tiene sobre la mesa la nueva consejera de Educación, Manuela Armas, y su equipo. Y más ahora, con las restricciones en las aulas por el coronavirus.

El complicado panorama lo han sufrido, año tras año, Carmen Luisa González y Violeta Aznar, directoras del Instituto de Enseñanza Secundaria Magallanes y del Colegio de Educación Infantil y Primaria Abona, respectivamente, ambos en San Isidro (Granadilla), que este verano ponen punto final a sus carreras después de más de 30 años entregadas al mundo de la enseñanza. Ambas dejan atrás una estela muy valorada por la comunidad educativa que comenzó a mediados de los ochenta, antes del ‘boom’ migratorio, “cuando San Isidro solo contaba con la avenida de Santa Cruz asfaltada e íbamos al centro por veredas porque los coches prácticamente no llegaban”.

Basta un rato de conversación con ambas para detectar su preocupación, extendida desde hace años en el Sur, por el “abandono” de la comarca por parte de las autoridades educativas, con contadas excepciones. “El Sur es otro mundo, la situación es muy grave y todos los años nos preguntamos lo mismo. ¿Dónde metemos a los alumnos el próximo curso si no tenemos aulas porque no se ha edificado?”, se pregunta Carmen Luisa, de 60 años y 32 de servicio, que lamenta que no hayan construido más infraestructuras educativas acorde con el crecimiento de la población. “El Sur está olvidado”, remarca la directora en los últimos 13 años del IES Magallanes, un centro creado para 90 alumnos en 1992 y en el que hoy estudian 1.200 chicos y chicas.

Carmen Luisa reivindica el mismo trato con los alumnos y docentes del Sur que el que reciben los del “Norte, Este y Oeste”. Lamenta que “bastante tenemos con la brecha digital, al no poder trabajar con ratios de hasta 33 alumnos en la ESO en aulas que no caben más de 25”, y recuerda que los exámenes se realizan en los salones de actos, “porque los chicos no caben y tenemos que buscarnos la vida”.

Violeta, a punto de cumplir 61 años y con 35 dedicados a la docencia, critica la “falta de previsión” de la Consejería de Educación. “Siempre van a la baja, nos dicen que mucha gente se ha ido a sus países y que disminuye el alumnado, pero la realidad es que cada año, al empezar el curso, nos encontramos con las clases masificadas”, afirma, lo que obliga a las direcciones de los centros a recurrir a fórmulas imaginativas.

Después de 15 años al frente del CEIP Abona, considera “injusta” la situación si se compara con lo que ocurre en el resto de la Isla y se pregunta por qué no se habilitan fórmulas para desinflamar esta realidad a través, por ejemplo, de la contratación de profesorado extra.

Coincide con su homóloga en que “el Sur es otra historia y nos tienen más abandonados que en el resto de la Isla”, y advierte sobre las dificultades para materializar los protocolos de seguridad contra el coronavirus por la falta de espacios y los elevados ratios.

Carmen Luisa cree que actualmente se pagan las consecuencias de una “insuficiente inversión en instalaciones durante la época de vacas gordas”, y recientemente ha vuelto a trasladar el problema a los servicios de inspección de la Consejería. “Les dije que a este paso veremos aulas bajo carpas, en tiendas de campaña, como los hospitales, en solares de los ayuntamientos, porque ¿dónde vamos a meter los chicos?”.

Una vida dedicada a la docencia

Carmen Luisa lleva en el Instituto Magallanes desde que se construyó hace 27 años “en medio de la nada” y en plena implantación de la Logse. “Era una aventura, no teníamos ni idea de lo que se nos venía encima”. Fue la encargada de liderar el primer proyecto de multiculturalidad del Sur, denominado Babilonia, con el auge de la población inmigrante que comenzaba a llegar en tropel a la comarca y en el que participaron varios centros del Sur. A base de talleres y jornadas se empezó a crear conciencia sobre integración y convivencia en las aulas. “Era un fenómeno nuevo y no existían proyectos en la Consejería que sirvieran de referente. Tuvimos que hacer los impresos de las matrículas en varios idiomas y cuando surgía un problema entre alumnos, citábamos a las familias y les dejaba mi despacho para que resolvieran sus diferencias. La fórmula funcionaba. Todos fueron asumiendo que juntos enriquecíamos los conocimientos culturales, lúdicos y hasta gastronómicos”.

Violeta también acaricia la jubilación voluntaria después de llegar de Zaragoza con 25 años una vez que aprobó unas oposiciones. Tras saltar de centro en centro los primeros cursos, los últimos tres decenios no se ha movido del Colegio Abona, que ha dirigido desde 2005. Su primera impresión no fue demasiado edificante. “Cuando llegué no había casas alrededor y el colegio ni siquiera estaba vallado, solo existía el edificio principal”, recuerda.

Reconoce que la integración de las diferentes culturas no resultó una tarea fácil. “La multiculturalidad nos vino un poco grande, acostumbrados como estábamos a tratar con familias de Tenerife y La Gomera. Éramos nueve profesores y algo más de 100 alumnos, y de repente se empezó a poblar todo y le tuvimos que pedir al Ayuntamiento que dividieran por la mitad las aulas mayores. Todo fue bastante acelerado porque no había previsiones de que viniese tanta gente”. No olvida que al principio “había familias que no entendían que en las plazas de comedor pasaran antes los chicos que venían de fuera. Ahí surgieron algunos problemas, pero poco a poco nos fuimos adaptando todos”.

Una compañera suya, que también llegó de la Península tras aprobar las oposiciones, tiró la toalla a las primeras de cambio. “No se adaptó y lo pasó fatal. Es que no había casi nada. La tienda de la esquina y poco más. En cambio yo no tuve ningún problema, aunque mis compañeros me preguntaban cómo podía venir desde Zaragoza a San Isidro. Y ya ves, mi hijo es canario y yo soy feliz”, cuenta Violeta, que reconoce que el 1 de septiembre, fecha de la incorporación de los profesores al nuevo curso, lo pasará mal.

TE PUEDE INTERESAR